Abandonad toda esperanza

jueves, 27 de septiembre de 2007

Un hombre cohete para todos los públicos

A comienzos de los 90, y adelantándose con mucho a la actual fiebre por llevar cómics a la gran pantalla, se estrenaban varias adaptaciones de historietas populares, de temática decididamente pulp, y cuyo resultado final estaba claramente destinado a todos los públicos.



Si el detonante fue la versión estrenada en 1990 del Dick Tracy de Chester Gould dirigida y protagonizada por Warren Beatty, y en 1994 veía la luz The Shadow de Russell Mulcahy según el personaje pulp de Walter B. Gibson, en 1991 llegaba a las pantallas la película más asequible de esta pequeña corriente: Rocketeer, basada en el cómic homónimo de Dave Stevens.



Rocketeer, cómic y película, arrancan como una recreación del Hollywood de la Edad de Oro, como no podía ser de otro modo si tenemos en cuenta que Dave Stevens declara como películas favoritas títulos como Casablanca, Ciudadano Kane, Jennie o King Kong, y menciona como dibujantes predilectos a Hal Foster, Reed Crandall o Wally Wood. La película, fiel en este aspecto, arranca en Los Ángeles de 1938, y se centra en las peripecias de Cliff Secord, un piloto que pasa los días yendo de las pruebas de vuelo junto a su mentor Peevy a los paseos y las sesiones de cine nocturnas en compañía de su novia Jenny Blake.



El azar lo lleva a convertirse, gracias a un ingenio tecnológico del magnate, cineasta y piloto Howard Hughes (encarnado recientemente por Leonardo DiCaprio en El aviador, de Martin Scorsese), en un héroe en contra de su voluntad: Rocketeer, el hombre cohete. Una serie de peripecias lo llevarán a enfrentarse a un complot para invadir América por parte del ejército nazi de Adolf Hitler, haciendo acopio de la influencia del mundo de Hollywood (representado por el actor Neville Sinclair, un émulo de Douglas Fairbanks y Errol Flynn) y del brazo armado de la Mafia (liderados por el gangster Eddie Valentine).



El reparto está encabezado por Bill Campbell, que al año siguiente participaría en el Drácula de Coppola en la piel del cowboy Quincey Morris (en la primera versión cinematográfica donde aparece este personaje creado por Bram Stoker), y que hoy es reconocido sobre todo por su espléndida participación en la serie de televisión Los 4400.



Junto a él cabe destacar a Timothy Dalton, fugaz James Bond por aquellos años, como Sinclair, villano principal de la función; y a Jennifer Connelly como la prometida del protagonista (Betty Blake en el cómic, Jenny Blake en el film), en un cometido que, pese a la voluptuosidad de la bella actriz, responde mucho más al canon de la perfecta "Novia de América" que a la pícara criatura del original de Stevens, claramente inspirada en un icono de la fotografía erótica y el fetish como fue la mítica Bettie Page, y a la que el ilustrador ha recreado en diversas ocasiones, explícita e implícitamente.



El reparto se ve enriquecido sobremeranera por la presencia de actores veteranos de probada valía, como Paul Sorvino (en la piel de Valentine), el gran Alan Arkin (reciente Oscar por Pequeña Miss Sunshine, y que aquí encarna a Peevy), y Terry O'Quinn, que hoy vive una nueva etapa de popularidad gracias a series como Alias y, sobre todo, Perdidos, y que en Rocketeer hace las veces del mencionado Hughes.



Hay que señalar que, dada la intencionalidad del film, no resulta nada extraño que el proyecto fuera a parar a las manos de Joe Johnston, que había debutado dos años antes con otra película fantástica para todas las edades, Cariño, he encogido a los niños, y que después reincidiría en el género con clara voluntad popular con cintas como Jumanji o Parque Jurásico III.



Pero si alguien marca el carácter familiar de Rocketeer son las compañías productoras; téngase en cuenta que en su realización colaboraron dos casas especializadas en dicho sector del público: Touchstone Pictures y Walt Disney Pictures. El resultado, como no podía ser de otra forma, es un film muy entretenido, inequívocamente digno, pero absolutamente inocente. Más inocente que el cómic en el que se basa, más incluso que el Hollywood de los años 30 que en ambos se retrata, y que surge como resultado de una mirada ingenua que, salvo casos muy concretos (como Sky Captain y el Mundo del Mañana), no tiene cabida hoy en día.

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