jueves, 31 de julio de 2008
Espiral: Cairo: Extrañas en la Ciudad Condal
Desde siempre, porque no es un fenómeno nuevo aunque muchos lo consideren así, muchos dibujantes españoles han logrado hacer una exitosa carrera en el mercado norteamericano. No obstante la situación que se vive hoy en día es particularmente boyante: después de que Carlos Pacheco, Salvador Larroca o Pasqual Ferry se convirtieran en primeras espadas les han seguido muchos nombres, de Jesús Saiz a Javier Pina, de David Lafuente a Roberto de la Torre, de Vicente Cifuentes... a David López, un autor canario nacido en 1975 y del que ahora Norma Editorial publica este interesante Espiral: Cairo.
Como él mismo afirma en un texto incluido en este volumen, y aunque ha alcanzado la fama dibujando a célebres personajes de DC Comics, siempre le ha resultado agradable volver a trabajar con sus creaciones más personales, Ana y Alicia, las protagonistas de Espiral.
López debutó en el mercado norteamericano en 2002, en el número 9 de JLA Adventures y en un arco argumental completo de Legends of the Dark Knight con guión de John Ostrander, el veterano autor de Grimjack. Y fue ya al año siguiente que consiguió convertirse en el dibujante titular de El ángel caído, la serie con guiones de Peter David que lo convirtió en uno de los autores revelación de la temporada en Estados Unidos y que en España también publica Norma.
Tanto en El ángel caído como en Catwoman, la serie en la que López sigue trabajando hoy en día, el protagonismo recae en manos de las mujeres, un rasgo en común con esta creación que ahora nos ocupa, concebida en 1996 para el fanzine zaragozano 451º, y que ha pasado por distintos medios, formatos y editoriales: después del citado fanzine, Ana y Alicia pasaron por cuatro comic books de La Cúpula, para después ver cómo Planeta acababa publicando la primera historia larga del autor: Polaroids.
Este relato es el que abre este volumen recopilatorio (aunque no del todo integral, como se anuncia), y supone la historia más conseguida del álbum: en el arranque descubrimos que Ana, natural de Palencia y aspirante a pintora, regresa de una estancia en Londres a su añorada Barcelona, donde ha vivido los últimos años. Allí se encuentra con la que fue su mejor amiga, Alicia, una asturiana que malvive con lo justo y canta en un grupo indie, y que le guarda rencor por no haberse puesto en contacto con ella en los últimos dos años.
La influencia de Strangers in Paradise es bastante patente, aunque el autor no lo incluya entre sus cómics favoritos (véase la web oficial). Como en el cómic de Terry Moore, el protagonismo se reparte entre dos mujeres y varios personajes de reparto, la intención principal es crear un slice of life realista y verosímil, y en una historia en principio costumbrista acaban por aparecer elementos propios de otros géneros, como el negro o el superheroico. De todo ello hay en esta Polaroids, donde se presenta una larga nómina de personajes secundarios y descubrimos los oscuros tejemanejes que han permitido a Ana tener una casa en pleno centro de la Ciudad Condal a un precio bien atractivo.
Después de este relato, el lector se encontrará con Entremeses, una historia muy breve pero muy acertada en el retrato veraz de las dos protagonistas, con una Alicia empastillada que disfruta de la noche hasta el final, mientras Ana se gana la vida maquetando una revista que no le interesa a casi nadie para el pusilánime propietario de Ediciones Musolini.
La tercera historia es Taxee!, otra narración larga que supone el regreso de López a sus personajes tras un largo período de tiempo, y donde el relato se introduce directamente en el género fantástico... y no solo por profundizar en el personaje de Jordi, eterno amor de Ana y particular superhéroe autóctono de Barcelona: un ser de otro planeta, tentacular al más puro estilo de las visiones de Lovecraft o muchas películas de serie B y Z, consigue poseer la mente de algunos de los personajes principales.
Completa el volumen Fósforo, un relato que acaba casi in medias res y que nos hace albergar esperanzas de ver nuevas entregas de las peripecias de Ana y Alicia. Algo que, a buen seguro después de conocer la opinión de López al respecto, no dudamos que llegará algún día... a poco que sus compromisos con el siempre férreo mercado norteamericano se lo permitan.
Título: Espiral: Cairo
Autor: David López (guión y dibujo)
Editorial: Norma Editorial
Fecha de edición: mayo de 2008
200 páginas (b/n) - 13 €
(+) La web de Espiral
Shane Black, el hijo bastardo de Raymond Chandler
Kiss Kiss Bang Bang, producción de 2005 que hemos recuperado ahora, supone el debut como director de Shane Black, un celebrado guionista de Hollywood... Y esto es algo que se nota bastante, pues la cinta en cuestión tiene en algunos rasgos de su libreto, bastante sorprendentes, su mayor baza.
Y pese a tratarse de un escritor especializado en action movies -suyos son los guiones para estrellas del género como Mel Gibson (la trilogía de Arma letal), Arnold Schwarzenegger (El último gran héroe) o Bruce Willis (El último boy scout)... además de, agárrense, Una pandilla alucinante)-, Black ha optado por apartarse del género por el que se le conoce (y donde ha participado también como actor: véanlo en Depredador junto a Schwarzenegger) y ha construido una narración noir al más puro estilo de Raymond Chandler, posiblemente el padre de la novela negra contemporánea.
La historia en cuestión se articula en cuatro jornadas tituladas como otros tantos libros del creador de Philip Marlowe -Los problemas son mi negocio, La dama del lago, La hermana pequeña, El simple arte de matar-, cuatro días en los que conoceremos de primera mano (pues él mismo ejerce de narrador y como tal se presenta) a Harry Lockhart (Robert Downey Jr.), un ladrón de poca monta que por el más puro azar se ve embarcado en un intento de trabajar como actor en Hollywood. Allí entrará en contacto con un detective, 'Gay' Perry (Val Kilmer), que debería ayudarle a interpretar a un investigador en un film -aunque Lockhart no sabe que el proyecto es para Colin Farrell-, y se reencontrará con una vieja amiga de la infancia, Harmony (Michelle Monaghan), a la postre el amor de su vida.
La acción de Kiss Kiss Bang Bang no aporta nada nuevo al género, pero la frescura con la que Black acomete este relato, apenas inspirado en una novela de Brett Halliday, sí le da una apariencia si no inédita sí por lo menos heterodoxa: el narrador rompe con la cuarta pared, dirigiéndose directamente al espectador de principio a fin, alterando el discurrir cronológico de los hechos y juzgando sardónicamente lo que las imágenes representan. Gracias a este elemento, manejado con oficio, el público sintoniza enseguida con el protagonista principal.
A esto ayuda bastante el excelente trabajo de Robert Downey Jr., actor felizmente recuperado en los últimos años en Zodiac, Retrato de una obsesión y Iron Man, y que aquí construye un Lockhart arrebatadoramente simpático. No le andan a la zaga un sobrio Val Kilmer, aquí en uno de sus mejores trabajos, y sobre todo una deliciosa Michelle Monaghan, que después ha confirmado su talento en la también muy negra pero más ortodoxa Adiós pequeña, adiós de Ben Affleck.
Lo que sí sorprende gratamente es que el trabajo como director de Black está a la altura de las más exigentes expectativas y no desmerezca en ningún momento su labor con el guión: desde unos créditos iniciales espléndidos, herencia de Saul Bass y en la línea pop de los de Atrápame si puedes, el ritmo de la película no decae en ningún momento, ni siquiera en las escenas más intimistas -la relación entre Harry y Harmony está trazada con mimo-, y el espectador sigue con interés todos los giros, más o menos inesperados, del relato.
Así pues, Kiss Kiss Bang Bang se revela como una espléndida película, que demuestra tanto amor como (saludable) poco respeto por la obra de Chandler y otros grandes de la literatura hard boiled norteamericana, y que a buen seguro se convertirá con el paso de los años en toda una película de culto, como lo fueron en su día o todavía lo son irrespetuosas muestras del cine noir como Cliente muerto no paga de Carl Reiner, Blue Iguana de John Lafia o El hombre que nunca estuvo allí de los hermanos Coen. Tiempo al tiempo.
Y pese a tratarse de un escritor especializado en action movies -suyos son los guiones para estrellas del género como Mel Gibson (la trilogía de Arma letal), Arnold Schwarzenegger (El último gran héroe) o Bruce Willis (El último boy scout)... además de, agárrense, Una pandilla alucinante)-, Black ha optado por apartarse del género por el que se le conoce (y donde ha participado también como actor: véanlo en Depredador junto a Schwarzenegger) y ha construido una narración noir al más puro estilo de Raymond Chandler, posiblemente el padre de la novela negra contemporánea.
La historia en cuestión se articula en cuatro jornadas tituladas como otros tantos libros del creador de Philip Marlowe -Los problemas son mi negocio, La dama del lago, La hermana pequeña, El simple arte de matar-, cuatro días en los que conoceremos de primera mano (pues él mismo ejerce de narrador y como tal se presenta) a Harry Lockhart (Robert Downey Jr.), un ladrón de poca monta que por el más puro azar se ve embarcado en un intento de trabajar como actor en Hollywood. Allí entrará en contacto con un detective, 'Gay' Perry (Val Kilmer), que debería ayudarle a interpretar a un investigador en un film -aunque Lockhart no sabe que el proyecto es para Colin Farrell-, y se reencontrará con una vieja amiga de la infancia, Harmony (Michelle Monaghan), a la postre el amor de su vida.
La acción de Kiss Kiss Bang Bang no aporta nada nuevo al género, pero la frescura con la que Black acomete este relato, apenas inspirado en una novela de Brett Halliday, sí le da una apariencia si no inédita sí por lo menos heterodoxa: el narrador rompe con la cuarta pared, dirigiéndose directamente al espectador de principio a fin, alterando el discurrir cronológico de los hechos y juzgando sardónicamente lo que las imágenes representan. Gracias a este elemento, manejado con oficio, el público sintoniza enseguida con el protagonista principal.
A esto ayuda bastante el excelente trabajo de Robert Downey Jr., actor felizmente recuperado en los últimos años en Zodiac, Retrato de una obsesión y Iron Man, y que aquí construye un Lockhart arrebatadoramente simpático. No le andan a la zaga un sobrio Val Kilmer, aquí en uno de sus mejores trabajos, y sobre todo una deliciosa Michelle Monaghan, que después ha confirmado su talento en la también muy negra pero más ortodoxa Adiós pequeña, adiós de Ben Affleck.
Lo que sí sorprende gratamente es que el trabajo como director de Black está a la altura de las más exigentes expectativas y no desmerezca en ningún momento su labor con el guión: desde unos créditos iniciales espléndidos, herencia de Saul Bass y en la línea pop de los de Atrápame si puedes, el ritmo de la película no decae en ningún momento, ni siquiera en las escenas más intimistas -la relación entre Harry y Harmony está trazada con mimo-, y el espectador sigue con interés todos los giros, más o menos inesperados, del relato.
Así pues, Kiss Kiss Bang Bang se revela como una espléndida película, que demuestra tanto amor como (saludable) poco respeto por la obra de Chandler y otros grandes de la literatura hard boiled norteamericana, y que a buen seguro se convertirá con el paso de los años en toda una película de culto, como lo fueron en su día o todavía lo son irrespetuosas muestras del cine noir como Cliente muerto no paga de Carl Reiner, Blue Iguana de John Lafia o El hombre que nunca estuvo allí de los hermanos Coen. Tiempo al tiempo.
miércoles, 30 de julio de 2008
Agosto: Novedades La Cúpula
El próximo 22 de agosto se pondrán a la venta cuatro interesantes novedades de La Cúpula, marcadas por la temática autobiográfica:
- Afortunada
Gabrielle Bell
116 pp. (b/n) - 18 €
Sinopsis: Afortunada es un fascinante documento sobre los detalles de la vida precaria de la autora, una veinteañera residente en Williamsburg, el barrio bohemio de Brooklyn, Nueva York, narrado con un sutil sentido del humor. Su estilo de dibujo simple y austero, su fuerte narrativa, generan una crónica ácida en la que se retratan situaciones como la de unos compañeros de piso que se comunican únicamente a través de post-its; aspirantes a artistas que apenas pueden pagarse el alquiler de una habitación y que viven en un entorno deprimente y cochambroso. Gabrielle Bell nos hace partícipes de su estado anímico depresivo y de sus pensamientos obsesivos acerca del fracaso mientras posa como modelo de desnudo para estudiantes de Bellas Artes, como también en todos los otros trabajos que ejerce para poder ganar dinero, ya sea como profesora de arte, ayudante de una dibujante de cómics muy popular o haciendo joyas en un taller. Todos estos episodios nos muestran su desesperación, aburrimiento y disconformidad consigo misma y la conducen a soñar con vivir una vida diferente que la saque de su vacío y en los que se vea tal y como ella quiere ser: una artista consolidada y respetada.
- Pequeñas cosas (Unas memorias fragmentadas)
Jeffrey Brown
356 pp. (b/n) - 15 €
Sinopsis: Recopilación de pequeñas historietas divertidas y conmovedoras, Pequeñas cosas narra los aspectos de la vida cotidiana que damos por sentados: la amistad, la enfermedad, la muerte, el trabajo, los accidentes de coche, el amor y la paternidad. Al pasar de una historieta a la otra, Jeffrey Brown nos muestra cómo las más pequeñas y aparentemente más insignificantes partes de la vida de cada día acaban por resultar las más significativas. Pequeñas cosas, el más extenso libro autobiográfico de Brown en varios años, es también su obra más impresionante, conmovedora y verdadera.
- Incógnito
Grégory Mardon
60 pp. (color) - 15 €
Sinopsis: No seas tan duro contigo mismo. Eres de lo más normal. A mí me parece bien. Es relajante estar con alguien normal y honrado. Contigo, da la sensación de que todo es sencillo y sin ambigüedades, que no tienes nada que ocultar. Diría incluso que no me pareces nada sospechoso. ¿¡Nada sospechoso!? Exacto. Nada sospechoso, y sincero. Oh, vaya...
- Paso al noroeste
Scott Chantler
276 pp. (b/n) - 18 €
Completan las novedades de la editorial el nuevo Kiss Comix n.º 203... y la séptima edición de El condón asesino, el best seller de Ralf König.
- Afortunada
Gabrielle Bell
116 pp. (b/n) - 18 €
Sinopsis: Afortunada es un fascinante documento sobre los detalles de la vida precaria de la autora, una veinteañera residente en Williamsburg, el barrio bohemio de Brooklyn, Nueva York, narrado con un sutil sentido del humor. Su estilo de dibujo simple y austero, su fuerte narrativa, generan una crónica ácida en la que se retratan situaciones como la de unos compañeros de piso que se comunican únicamente a través de post-its; aspirantes a artistas que apenas pueden pagarse el alquiler de una habitación y que viven en un entorno deprimente y cochambroso. Gabrielle Bell nos hace partícipes de su estado anímico depresivo y de sus pensamientos obsesivos acerca del fracaso mientras posa como modelo de desnudo para estudiantes de Bellas Artes, como también en todos los otros trabajos que ejerce para poder ganar dinero, ya sea como profesora de arte, ayudante de una dibujante de cómics muy popular o haciendo joyas en un taller. Todos estos episodios nos muestran su desesperación, aburrimiento y disconformidad consigo misma y la conducen a soñar con vivir una vida diferente que la saque de su vacío y en los que se vea tal y como ella quiere ser: una artista consolidada y respetada.
- Pequeñas cosas (Unas memorias fragmentadas)
Jeffrey Brown
356 pp. (b/n) - 15 €
Sinopsis: Recopilación de pequeñas historietas divertidas y conmovedoras, Pequeñas cosas narra los aspectos de la vida cotidiana que damos por sentados: la amistad, la enfermedad, la muerte, el trabajo, los accidentes de coche, el amor y la paternidad. Al pasar de una historieta a la otra, Jeffrey Brown nos muestra cómo las más pequeñas y aparentemente más insignificantes partes de la vida de cada día acaban por resultar las más significativas. Pequeñas cosas, el más extenso libro autobiográfico de Brown en varios años, es también su obra más impresionante, conmovedora y verdadera.
- Incógnito
Grégory Mardon
60 pp. (color) - 15 €
Sinopsis: No seas tan duro contigo mismo. Eres de lo más normal. A mí me parece bien. Es relajante estar con alguien normal y honrado. Contigo, da la sensación de que todo es sencillo y sin ambigüedades, que no tienes nada que ocultar. Diría incluso que no me pareces nada sospechoso. ¿¡Nada sospechoso!? Exacto. Nada sospechoso, y sincero. Oh, vaya...
- Paso al noroeste
Scott Chantler
276 pp. (b/n) - 18 €
Completan las novedades de la editorial el nuevo Kiss Comix n.º 203... y la séptima edición de El condón asesino, el best seller de Ralf König.
Prométeme: Ni contigo ni sin ti
Sobre la última película de Emir Kusturica -por lo demás, seguimos esperando su documental sobre Diego Armando Maradona- estrenada en España, Prométeme, se han vertido diversas acusaciones con las que no podemos menos que mostrar nuestro desacuerdo.
Del film, una comedia tan festiva como todos sus filmes anteriores, y cuya acción se ambienta en dos espacios de la Serbia actual -un marco rural y apartado, otro urbano y cosmopolita-, se ha dicho que demuestra que el antaño gran creador de cintas como Papá está en viaje de negocios o Underground (con las que ganó la Palma de Oro en Cannes, siendo la segunda, para el que esto firma, su indiscutible obra maestra) empieza a repetirse a sí mismo recurriendo a una fórmula que comienza a mostrar signos inequívocos de agotamiento: esto es, la narración atropellada, la acumulación de personajes de lo más variopinto, la sucesión de gags visuales en su mayoría y algunas fugas ocasionales a una suerte de realismo mágico al estilo de la literatura hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX (el célebre Boom). Es curioso que estas voces que se alzan para criticar la repetición de Kusturica nunca hayan atacado a Alfred Hitchcock o John Ford por su respectivo y obsesivo interés por el thriller de suspense o el western.
También se ha dicho de Prométeme (un film que no deja de ser una comedia romántica de chico busca chica, aunque aquí sea chico vende vaca y busca chica) que es una cinta de menor enjundia que sus trabajos más celebrados, como si relatar historias pequeñas y de menor alcance (el periplo iniciático del joven protagonista o la relación de amor-odio de su abuelo con su vecina tienen, en efecto, menos trascendencia que los hechos narrados en Underground, claro está) fuese un delito imperdonable para algunos.
Finalmente, se ha dicho también que este relato carece del discurso político presente, explícita o implícitamente, en toda la filmografía de su máximo responsable. Esto nos hace preguntarnos si la crítica especializada no habrá sido víctima de una maldición al estilo de Ensayo sobre la ceguera de Saramago, pues el retrato de los mafiosos de poca monta que intentan traer el derrocado World Trade Center de Estados Unidos a Serbia o el hecho de que la madre de la protagonista, de oficio profesora, tenga que hacer un doble turno por la noche como prostituta, nos parecen apuntes cargados de crítica político-social.
El título del film, Prométeme, alude a la promesa que hace el joven protagonista a su abuelo cuando abandona su hogar: se marchará a la gran ciudad para vender su vaca, se comprará algún icono de recuerdo y, lo que es más importante, conseguirá una novia. De paso visitará al hermano de su abuelo, dueño de una fábrica de botas, y del que ni siquiera sabe si sigue con vida.
Cuando el joven llegue a la ciudad descubrirá que este ya murió, y que la empresa debería estar en manos de sus nietos, una pareja de hermanos que en cambio han decidido dedicarse al trapicheo haciendo negocios de indudable ilegalidad con una banda local de mafiosos de medio pelo.
Kusturica nos ofrece, como suele ser costumbre, un relato aparentemente desenfadado, una fiesta cinética donde no faltan bodas y funerales, sexo y castraciones (animales y humanas), besos románticos y zoófilos desaforados, persecuciones y explosiones a mansalva, músicos de pacotilla y hasta un hombre bala que sobrevuela la región sin enterarse de los resultados de la liga italiana. Pero detrás de todo ello, como apuntábamos antes, sigue subsistiendo el retrato de un país deprimido (que no deprimente) donde pequeños delincuentes campan a sus anchas y donde los que quedan vivos de generaciones anteriores, o bien viven recluidos junto a sus ocupaciones y aficiones personales (el abuelo del protagonista), o bien están a la espera de que cualquier conflicto bélico salte a la vuelta de la esquina (el sacerdote armado, el amigo del abuelo que en todo ve la inequívoca señal de una provocación).
Debido al aspecto festivo del relato, la crítica más carente de sentido del humor también ha acusado a Kusturica de banalizar temas tan espinosos como la prostitución o, sobre todo, la trata de blancas, como si estos fuesen temas tabú sobre los que no poder verter una mirada poco solemne, olvidando que el cine es un arte preminentemente visual y que por tanto puede tomarse ciertas libertades; porque aun retratando algo con ironía y desenfado, las imágenes tienen la autonomía suficiente para hablar por sí mismas.
Y hablando del componente visual de Prométeme: el cineasta y músico Kusturica (que aquí deja la partitura original en manos de su hijo Stribor, también actor) vuelve a demostrar su poderosa imaginería visual, heredera de su maestro -Federico Fellini, por supuesto-, y compone una sinfonía de rimas visuales (las mencionadas castraciones, del toro al principio y del gángster hacia el final; el abuelo en el campanario y el nieto en la fachada del colegio) y planos de gran belleza, de los cuales algunos valen por el 90 % del cine que puede verse ahora mismo en las salas de nuestro país.
Así pues consideramos que este relato sobre las relaciones entre los hombres y las mujeres que vuelven locos a aquellos, pero sin las que estos no pueden vivir -como los toros y las vacas-, supone un paso más en una filmografía repleta de hallazgos, la del director de otras espléndidas cintas como El tiempo de los gitanos, Gato negro, gato blanco o La vida es un milagro, y aunque no se cuente entre las mejores películas del cineasta serbio, nos parece infinitamente superior al grueso de cintas que ocupan la cartelera estival... de las cuales muchas, lamentablemente, la eclipsarán en la taquilla. Ya saben: las campañas publicitarias en televisión y paradas de buses mandan sobre el gusto del pueblo...
Y conste que lo de "Ni contigo ni sin ti" venía al hilo de la relación entre hombres y mujeres, no a nuestra relación con la crítica cinematográfica. ¿O también?
El Playboy: Recuerdos de un onanista
Como a tantas otras cosas llegué a la obra de Chester Brown un tanto tarde, hace apenas unos meses, con el feliz descubrimiento que supuso la lectura de Ed, el payaso feliz: la obra en cuestión resultó ser un cóctel de referencias de la cultura popular (particularmente del cine de serie B y Z, pero de forma muy distinta al discurso construido por Charles Burns en Agujero negro, Big Baby o El Borbah) convertido por obra y gracia de su autor en un delirio surrealista deliciosamente absurdo y tan fascinante como provocador.
Fue precisamente La Cúpula, editora de este cómic y de su aplaudido Louis Riel, quien publicó por vez primera El Playboy en España, en dos números de la serie Brut Comix. Y después de que Astiberri editara Nunca me has gustado, ha sido la editorial Ponent Mon quien se ha llevado el gato al agua añadiendo a Brown a su catálogo gracias a esta encomiable recuperación de El Playboy en un solo tomo.
La obra en cuestión, al igual que la mencionada Nunca me has gustado, es un cómic descaradamente autobiográfico (un género que en el noveno arte está ganando adeptos a marchas forzadas y del que gracias a la Semana Negra hablaremos bastante en breve; apunten nombres: Gloeckner, Neaud, Deville...) en el que Brown se convierte en protagonista y narrador, rememorando sus años de adolescencia en los que todo parecía girar alrededor del sexo.
Brown construye la obra a partir de su propia voz como narrador, un testigo invisible de su propio pasado que viaja en el tiempo años atrás para descubrir lo complicado que podía ser algo en apariencia tan inane como comprar el último número de Playboy, el célebre magazine erótico... Un ritual cuya finalidad última era evocar el deseo erótico y provocar la masturbación, y que terminaba con un gran complejo de culpa.
Brown, hoy convertido en un lector especializado que recuerda buena parte de la historia de la revista fundada por Hugh Heffner -atención al apunte de Marilyn Cole, una playmate del pasado-, no justifica sus actos, sino que se limita a exponerlos tal y como él los recuerda, dejando el juicio (si lo hubiere) a la conciencia del lector.
Así, los recuerdos del pasado brotan como viñetas aparentemente aisladas en la página de fondo negro, pero perfectamente hiladas por los procesos de la memoria, que rememoran actos naturales o vergonzantes según quién lo cuente y quién lo oiga, y que desembocan en el epílogo que cierra el álbum, ambientado ya en el presente, y donde Chester Brown relata cómo su afición por la pornografía ha acabado afectando a su capacidad para relacionarse con las mujeres (un aspecto este que tiene en común con Pobre cabrón de Joe Matt, canadiense como Brown y con el que mantiene una amistad personal).
Así pues, El Playboy se nos muestra como una confesión sin tapujos de un autor al que sin duda merecerá la pena seguir, y del que recuperaremos en breve el citado Nunca me has gustado. Como siempre, permanezcan atentos a sus pantallas...
Título: El Playboy
Autor: Chester Brown (guión y dibujo)
Editorial: Ponent Mon
Fecha de edición: junio de 2008
176 páginas (b/n) - 15 €
(+) Chester Brown en El Comicsario (por Hernán Migoya)
[Fotografía: Chester Brown.]
martes, 29 de julio de 2008
Bodrios que hay que ver: 99 mujeres / Caged Fury
Seguimos con la vieja nueva costumbre de incluir un programa doble en esta sección de "Bodrios que hay que ver", aunque una de las películas a tratar no sea realmente tan mala y se quede solo en cutre con ganas... Pero el configurar un programa doble al más puro estilo grindhouse con un par de wip films resulta una posibilidad tan tentadora...
¿Que qué son los wip films? Pues yo se lo cuento: simple y llanamente, películas de prisiones femeninas. ¿Que cómo es posible que haya un género solo para estas historias? Pues porque los abismos de la mente humana son insondables, y hay un sector del público potencial que encuentra excitante cualquier argumento que suceda en una cárcel poblada solo por mujeres. Sí, vale, es algo repugnante, pero a mí no me miren...
Y de igual forma que el género carcelario, en general, ha dado rutilantes joyas al séptimo arte del tamaño de Soy un fugitivo, El hombre de Alcatraz, La gran evasión, Fuga de Alcatraz o Cadena perpetua, el subgénero de las wip films (wip son las siglas de Women In Prison, esto es, "mujeres encarceladas"), por lo general, ha dotado a las arcas del cinematógrafo películas discretas en el mejor de los casos y engendros de la peor calaña la mayoría de veces.
Nuestro programa doble arranca hoy con 99 mujeres, película dirigida por el inclasificable Jesús Franco en 1969. El film, como adelantábamos antes, no es precisamente de lo peor de su director (capaz de firmar títulos como Diario íntimo de una ninfómana, Una virgen entre los muertos vivientes, Lady Porno, Sexo caníbal, Aberraciones sexuales de una mujer casada, La chica de las bragas transparentes, La noche de los sexos abiertos, Confesiones íntimas de una exhibicionista, Macumba sexual, Una rajita para dos, Un pito para tres, El ojete de Lulú, Las chuponas, El abuelo, la condesa y Escarlata la traviesa o, atención que esta tiene tela, Falo Crest), pero sí hace gala de la proberbial desidia -que no torpeza- de su realizador, que cuando no se encontraba con las injerencias de la productora tenía que luchar contra su propio concepto del cine como puro entretenimiento al por mayor. Y, como decíamos, era imposible resistirnos a ofreceros un wip doble...
La acción de 99 mujeres está toda ella ambientada en una prisión se supone situada en algún lugar perdido de una isla indeterminada de Brasil (las escenas selváticas están rodadas allí), aunque los que como Jesús Franco veraneen en la costa mediterránea quizá reconozcan la cárcel como el mismísimo Castillo de Santa Bárbara en Alicante, lugar que el realizador madrileño ha convertido también en alguna ocasión en el castillo de Drácula en los Cárpatos.
Hasta allí llegan tres nuevas prisioneras, que recibirán los números 97, 98 y 99 para completar el personal, y cada una de ellas acusada de un crimen: Helga (Elisa Montés) es una ladrona reincidente; Natalie (Luciana Paluzzi) está acusada de consumo y posesión de heroína; y Marie (Maria Rohm) va a cumplir condena por el homicidio de un hombre que según ella intentó violarla.
En la prisión se encontrarán con el férreo dominio de la intendente Thelma Diaz (Mercedes McCambridge), un retaco hombruno que gobierna la cárcel con mano dura bajo la supervisión del gobernador Santos (Herbert Lom), un terrateniente baboso con predilección por las rubias, así como con algunas prisioneras de dudosa catadura moral lideradas por Zoe (Rosalba Neri), una bella reclusa que parece más aficionada al pescado que a la carne.
Pero la verdadera pesadilla de Marie empezará cuando pida ayuda médica para Natalie -que padece un mono de agárrate y no te menees-, y se encuentre conque la intendente entiende su ruego como una insubordinación y acabará por condenarla a dos semanas en un frío y apartado calabozo...
Una luz de esperanza surgirá con la llegada de Leonie Caroll (Maria Schell), una nueva intendente que es enviada por el ministerio para realizar un informe de la vida en la prisión. La nueva encargada, al más puro estilo Brubaker, apuesta por un régimen más humano y justo, y esto es algo que no gustará nada al gobernador Santos y a su ruda mano derecha...
Pese a los intentos de renovar el sistema de gobierno de la prisión por parte de la recién llegada, tres prisioneras -una rubia, una pelirroja y una morena, como en el chiste-, entre las que se cuentan Maria y Helga, decidirán huir amparadas por la oscuridad de la noche al otro lado de la isla, atravesando la peligrosa selva brasileña, para arribar a un pequeño pueblo de pescadores donde coger una barca y huir de la isla... Pero lo que no imaginan es que Santos y sus hombres las están esperando.
La vuelta a la prisión es inevitable... pero allí vuelven a sublevarse, golpeando a una de las carceleras e intentando huir de nuevo... para volver a ser detenidas (sí, se pasan así toda la película) ante la mirada desengañada de una Leonie Caroll que empieza a dudar de sus métodos ecuánimes.
El film terminaría con un final nada feliz, en el que esta última abandona la cárcel y la isla sintiéndose fracasada, de no ser por un requiebro último precipitado (y muy posiblemente impuesto) hasta decir basta, que en apenas unos diez segundos es capaz de decir que los informes de la nueva encargada y del médico de la región, que ya se había mostrado contrario a los métodos del régimen imperante, van a poner fin al duro régimen de la cárcel protagonista del relato.
Como podrán ver, 99 mujeres es uno de los filmes de Franco que cuenta con un mejor reparto: nada más y nada menos que Maria Schell, la protagonista de Noches blancas y Cimarrón, como personajes positivo principal, así como dos villanos de auténtico lujo: Mercedes McCambridge (la temible pistolera de Johnny Guitar, y voz de la poseída Linda Blair en la versión original de El exorcista), que aquí se muestra deliciosamente sobreactuada y cuyo vuelo de falda es verdaderamente hipnótico, y un Herbert Lom (visto en El quinteto de la muerte, Espartaco, El Cid o como Napoleón en Guerra y paz) que, todo lo contrario, está sobrio y comedido. Pero el escaso presupuesto -el film apenas dura 78 atropellados minutos-, la pobreza de algunos diálogos y el inverosímil final echan por tierra la interesante tesis, oscura y pesimista, de un film que podría haber dado más de sí.
Todo lo contrario que Caged Fury, que no podía dar más de sí porque lo da todo... aunque a su manera, como veremos. Y es que esta cinta, vista en nuestro país a través de plataformas digitales con el título de Furia enjaulada, es como una tienda de Ikea: tiene de todo. Pueden comprobarlo ustedes mismos en estos clips ilustrativos. Ah, y el cartel anterior no es el de esta película, sino de otra de igual título rodada seis años antes (pero es tan chulo que no he podido evitar el ponerlo). El que sí que es es este:
La película en cuestión arranca con un intento de fuga: el de una preciosa chica asiática a través de los conductos de ventilación de una cárcel. Pese a que se supone está en una prisión perdida de la mano de Dios en el último y más infecto agujero del planeta, la susodicha muestra un indudable buen estado de salud: aunque no hace otra cosa que quejarse y mostrarse desfallecida, aparenta estar perfectamente alimentada, además de llevar un sujetador seis tallas menor de lo que le toca que quita el hipo y más rímel que la cantante Alaska y Kaka de Luxe, Dinarama y Fangoria juntos.
Acto seguido y sin aparente solución de continuidad, la acción pasa a una apacible casa de campo en Utah: allí vive el señor Collins y sus hijas Tracy y Kat, ambas se supone según sus ropas y comportamiento entre los 18 y los 22 años, aunque aparentan rondar los 35. La primera es la típica hija rebelde que no hace más que dar disgustos a su padre -que canta en el coro de la iglesia todos los domingos-; y la segunda, que prometía ser la niña buena, también le da un disgusto y de los gordos cuando le deja bien claro que se marcha a Los Ángeles para triunfar en el mundo del cine.
En su periplo a la meca del cine, la pequeña Kat recoge a Rhonda, otra adolescente de cuarenta años que casi sufre una violación por parte de un camionero -aquí todos los personajes masculinos son héroes de acción, policías vagos o criminales; no hay más posibilidades: ni charcuteros, ni ebanistas, ni encofradores-, y ambas se dirigen a la ciudad prometida a encontrarse con un amigo de Rhonda, de profesión chulopu... digo, fotógrafo de modelos femeninas.
Este buen hombre, cuyo único objetivo es acostarse con todas las mujeres con las que trabaja, las lleva a un bar de copas una noche... y allí Kat está a punto de ser víctima de una violación múltiple (sí, también) por parte de una banda de moteros, aunque en el último momento es rescatada por dos individuos que ya habían mostrado antes su antipatía por el grupo: Victor (el actor y cantante Erik Estrada) y Dirk (el luchador de karate Richie Barathy). Acto seguido, y pese a haber vivido una situación tan peligrosa y humillante, la joven Kat está animadísima y bromea con sus nuevos amigos, que la acompañan a casa del fotógrafo.
Al día siguiente, Rhonda y Cat acuden a una audición que les ha conseguido el dicho chulopu... el fotógrafo. Una prueba que resulta ser para una película porno. Indignadas, ambas deciden marcharse de allí, pero se encuentran con la oposición de los miembros del equipo técnico, que casi están a punto de violarlas (sí, otra vez). Ante la resistencia de las jóvenes, la Policía acaba por acudir a la escena del presunto crimen... y las detiene a ellas en lugar de a ellos (ya saben lo que dicen, que en Los Ángeles todo el mundo está loco).
Acusadas de insinuarse al productor (cuya prueba es la grabación de la audición, de la que las pobres insisten que estaban actuando pero nadie les cree; y, además, me pregunto yo que desde cuándo insinuarse a alguien es ilegal, salvo que sea con menores de edad o a un superior laboral o un trabajador a tu cargo), ambas son condenadas a una prisión durante una condena "de no menos de tres meses y no más de dos años" por una jueza también muy bien maquillada (esto es una pista, no se crean que lo digo porque sí).
Así pues ambas son conducidas a la prisión del principio del film, dirigida por una lesbiana vestida de cuero al más puro estilo Ilsa, la loba de las SS y cuya mano derecha parece ser Spyder, un vigilante bastante macarra que se beneficia a todas las presas que puede y se dejan. Allí Kat será obligada a telefonear a su padre y decirle que se marcha un par de meses a México a rodar un film; y ambas sufrirán distintas vejaciones por parte del cuerpo de vigilantes, así como por otras presas más veteranas (todas con expresión deprimida pero cuerpos de infarto y vestidas con saltos de cama patrocinados por Grupo Lo Monaco).
Mientras Kat y Rhonda sobreviven como pueden, la hermana de la primera investiga por su cuenta la desaparición de su hermana... para acabar también en manos del chulopu... del fotógrafo, de quien la salvan también Victor y Dirk, una pareja de forzudos que valen lo mismo para un roto que para un descosido. Pero después, no se sabe muy bien cómo, la pobre Tracy acaba también en prisión, condenada a "no menos de tres meses y no más de dos años" junto con su hermana.
Menos mal que Victor y Dirk no se rinden, y el segundo decide -después de que el primero sufra una herida de bala en un brazo- ir él solito a rescatar a las hermanas Collins de la cárcel. Pero ahora viene lo mejor, y es una idea que explica en cierta manera (echándole bastante cara, eso sí) todas las incongruencias del film: la cárcel no es real, y no es más que un decorado en mitad de Los Ángeles donde un grupo de criminales se dedica a la trata de blancas, vendiendo mujeres sometidas y sumisas a empresarios ricos, y en donde la directora y los vigilantes no son más que actores contratados. Una idea así, obviamente, es tan absurda y marciana que solo podría dar lugar a una obra maestra indiscutible o un engendro inconmensurable... y esta Caged Fury es ambas cosas: un engendro maestro incontestable.
El final del film es muy raro: Dirk suelta a las chicas, que acaban por salir al exterior y se descubren en mitad de LA. Pero Kat se da cuenta de que Rhonda sigue en la cárcel, y regresa a por ella... para enfrentarse de nuevo a Spyder. Acto seguido, en un final más atropellado aún que el de 99 mujeres (que ya es decir), vemos a un recuperado Victor y a Kat a bordo de la moto del primero, en dirección a quién sabe dónde, imaginamos que de vacaciones. Impresionante.
El reparto está encabezado por los ya citados Erik Estrada y Richard Barathy, que dan esperanza a todos los aspirantes a actor feos del mundo que piensan que su condición no les permitirá alcanzar la gloria. Junto a ellos, Roxanna Michaels y Elena Sahagun como Kat y Tracy Collins, y algunos veteranos de la serie B: Paul Smith (el matón enorme de los Harkonnen en Dune) es un carcelero salido y violento, el gran Michael Parks (visto en Twin Peaks y recuperado por Tarantino & Rodriguez en Abierto hasta el amanecer, Kill Bill, Planet Terror y Death Proof) encarna sorprendentemente un papel positivo, el padre de las protagonistas; y James Hong (el villano de Golpe en la Pequeña China), actor asiático habitual del cine norteamericano, es un inspector de Policía bastante vago que hace bien poco más allá de rellenar informes y comer donuts.
Por lo demás, el cameo del actor porno Ron Jeremy como otro de los vigilantes y varias actrices de serie B y Z como presas y strippers completan el nutrido reparto de esta joya del cine más marciano jamás realizado. No dejen de verla si tienen ocasión, porque es algo que no se puede contar: hay que vivirlo.
Y para poner fin a tan ilustrativas líneas, ahí va una pequeña galería de clásicos de este subgénero. Como para perdérselas...
¿Que qué son los wip films? Pues yo se lo cuento: simple y llanamente, películas de prisiones femeninas. ¿Que cómo es posible que haya un género solo para estas historias? Pues porque los abismos de la mente humana son insondables, y hay un sector del público potencial que encuentra excitante cualquier argumento que suceda en una cárcel poblada solo por mujeres. Sí, vale, es algo repugnante, pero a mí no me miren...
Y de igual forma que el género carcelario, en general, ha dado rutilantes joyas al séptimo arte del tamaño de Soy un fugitivo, El hombre de Alcatraz, La gran evasión, Fuga de Alcatraz o Cadena perpetua, el subgénero de las wip films (wip son las siglas de Women In Prison, esto es, "mujeres encarceladas"), por lo general, ha dotado a las arcas del cinematógrafo películas discretas en el mejor de los casos y engendros de la peor calaña la mayoría de veces.
Nuestro programa doble arranca hoy con 99 mujeres, película dirigida por el inclasificable Jesús Franco en 1969. El film, como adelantábamos antes, no es precisamente de lo peor de su director (capaz de firmar títulos como Diario íntimo de una ninfómana, Una virgen entre los muertos vivientes, Lady Porno, Sexo caníbal, Aberraciones sexuales de una mujer casada, La chica de las bragas transparentes, La noche de los sexos abiertos, Confesiones íntimas de una exhibicionista, Macumba sexual, Una rajita para dos, Un pito para tres, El ojete de Lulú, Las chuponas, El abuelo, la condesa y Escarlata la traviesa o, atención que esta tiene tela, Falo Crest), pero sí hace gala de la proberbial desidia -que no torpeza- de su realizador, que cuando no se encontraba con las injerencias de la productora tenía que luchar contra su propio concepto del cine como puro entretenimiento al por mayor. Y, como decíamos, era imposible resistirnos a ofreceros un wip doble...
La acción de 99 mujeres está toda ella ambientada en una prisión se supone situada en algún lugar perdido de una isla indeterminada de Brasil (las escenas selváticas están rodadas allí), aunque los que como Jesús Franco veraneen en la costa mediterránea quizá reconozcan la cárcel como el mismísimo Castillo de Santa Bárbara en Alicante, lugar que el realizador madrileño ha convertido también en alguna ocasión en el castillo de Drácula en los Cárpatos.
Hasta allí llegan tres nuevas prisioneras, que recibirán los números 97, 98 y 99 para completar el personal, y cada una de ellas acusada de un crimen: Helga (Elisa Montés) es una ladrona reincidente; Natalie (Luciana Paluzzi) está acusada de consumo y posesión de heroína; y Marie (Maria Rohm) va a cumplir condena por el homicidio de un hombre que según ella intentó violarla.
En la prisión se encontrarán con el férreo dominio de la intendente Thelma Diaz (Mercedes McCambridge), un retaco hombruno que gobierna la cárcel con mano dura bajo la supervisión del gobernador Santos (Herbert Lom), un terrateniente baboso con predilección por las rubias, así como con algunas prisioneras de dudosa catadura moral lideradas por Zoe (Rosalba Neri), una bella reclusa que parece más aficionada al pescado que a la carne.
Pero la verdadera pesadilla de Marie empezará cuando pida ayuda médica para Natalie -que padece un mono de agárrate y no te menees-, y se encuentre conque la intendente entiende su ruego como una insubordinación y acabará por condenarla a dos semanas en un frío y apartado calabozo...
Una luz de esperanza surgirá con la llegada de Leonie Caroll (Maria Schell), una nueva intendente que es enviada por el ministerio para realizar un informe de la vida en la prisión. La nueva encargada, al más puro estilo Brubaker, apuesta por un régimen más humano y justo, y esto es algo que no gustará nada al gobernador Santos y a su ruda mano derecha...
Pese a los intentos de renovar el sistema de gobierno de la prisión por parte de la recién llegada, tres prisioneras -una rubia, una pelirroja y una morena, como en el chiste-, entre las que se cuentan Maria y Helga, decidirán huir amparadas por la oscuridad de la noche al otro lado de la isla, atravesando la peligrosa selva brasileña, para arribar a un pequeño pueblo de pescadores donde coger una barca y huir de la isla... Pero lo que no imaginan es que Santos y sus hombres las están esperando.
La vuelta a la prisión es inevitable... pero allí vuelven a sublevarse, golpeando a una de las carceleras e intentando huir de nuevo... para volver a ser detenidas (sí, se pasan así toda la película) ante la mirada desengañada de una Leonie Caroll que empieza a dudar de sus métodos ecuánimes.
El film terminaría con un final nada feliz, en el que esta última abandona la cárcel y la isla sintiéndose fracasada, de no ser por un requiebro último precipitado (y muy posiblemente impuesto) hasta decir basta, que en apenas unos diez segundos es capaz de decir que los informes de la nueva encargada y del médico de la región, que ya se había mostrado contrario a los métodos del régimen imperante, van a poner fin al duro régimen de la cárcel protagonista del relato.
Como podrán ver, 99 mujeres es uno de los filmes de Franco que cuenta con un mejor reparto: nada más y nada menos que Maria Schell, la protagonista de Noches blancas y Cimarrón, como personajes positivo principal, así como dos villanos de auténtico lujo: Mercedes McCambridge (la temible pistolera de Johnny Guitar, y voz de la poseída Linda Blair en la versión original de El exorcista), que aquí se muestra deliciosamente sobreactuada y cuyo vuelo de falda es verdaderamente hipnótico, y un Herbert Lom (visto en El quinteto de la muerte, Espartaco, El Cid o como Napoleón en Guerra y paz) que, todo lo contrario, está sobrio y comedido. Pero el escaso presupuesto -el film apenas dura 78 atropellados minutos-, la pobreza de algunos diálogos y el inverosímil final echan por tierra la interesante tesis, oscura y pesimista, de un film que podría haber dado más de sí.
Todo lo contrario que Caged Fury, que no podía dar más de sí porque lo da todo... aunque a su manera, como veremos. Y es que esta cinta, vista en nuestro país a través de plataformas digitales con el título de Furia enjaulada, es como una tienda de Ikea: tiene de todo. Pueden comprobarlo ustedes mismos en estos clips ilustrativos. Ah, y el cartel anterior no es el de esta película, sino de otra de igual título rodada seis años antes (pero es tan chulo que no he podido evitar el ponerlo). El que sí que es es este:
La película en cuestión arranca con un intento de fuga: el de una preciosa chica asiática a través de los conductos de ventilación de una cárcel. Pese a que se supone está en una prisión perdida de la mano de Dios en el último y más infecto agujero del planeta, la susodicha muestra un indudable buen estado de salud: aunque no hace otra cosa que quejarse y mostrarse desfallecida, aparenta estar perfectamente alimentada, además de llevar un sujetador seis tallas menor de lo que le toca que quita el hipo y más rímel que la cantante Alaska y Kaka de Luxe, Dinarama y Fangoria juntos.
Acto seguido y sin aparente solución de continuidad, la acción pasa a una apacible casa de campo en Utah: allí vive el señor Collins y sus hijas Tracy y Kat, ambas se supone según sus ropas y comportamiento entre los 18 y los 22 años, aunque aparentan rondar los 35. La primera es la típica hija rebelde que no hace más que dar disgustos a su padre -que canta en el coro de la iglesia todos los domingos-; y la segunda, que prometía ser la niña buena, también le da un disgusto y de los gordos cuando le deja bien claro que se marcha a Los Ángeles para triunfar en el mundo del cine.
En su periplo a la meca del cine, la pequeña Kat recoge a Rhonda, otra adolescente de cuarenta años que casi sufre una violación por parte de un camionero -aquí todos los personajes masculinos son héroes de acción, policías vagos o criminales; no hay más posibilidades: ni charcuteros, ni ebanistas, ni encofradores-, y ambas se dirigen a la ciudad prometida a encontrarse con un amigo de Rhonda, de profesión chulopu... digo, fotógrafo de modelos femeninas.
Este buen hombre, cuyo único objetivo es acostarse con todas las mujeres con las que trabaja, las lleva a un bar de copas una noche... y allí Kat está a punto de ser víctima de una violación múltiple (sí, también) por parte de una banda de moteros, aunque en el último momento es rescatada por dos individuos que ya habían mostrado antes su antipatía por el grupo: Victor (el actor y cantante Erik Estrada) y Dirk (el luchador de karate Richie Barathy). Acto seguido, y pese a haber vivido una situación tan peligrosa y humillante, la joven Kat está animadísima y bromea con sus nuevos amigos, que la acompañan a casa del fotógrafo.
Al día siguiente, Rhonda y Cat acuden a una audición que les ha conseguido el dicho chulopu... el fotógrafo. Una prueba que resulta ser para una película porno. Indignadas, ambas deciden marcharse de allí, pero se encuentran con la oposición de los miembros del equipo técnico, que casi están a punto de violarlas (sí, otra vez). Ante la resistencia de las jóvenes, la Policía acaba por acudir a la escena del presunto crimen... y las detiene a ellas en lugar de a ellos (ya saben lo que dicen, que en Los Ángeles todo el mundo está loco).
Acusadas de insinuarse al productor (cuya prueba es la grabación de la audición, de la que las pobres insisten que estaban actuando pero nadie les cree; y, además, me pregunto yo que desde cuándo insinuarse a alguien es ilegal, salvo que sea con menores de edad o a un superior laboral o un trabajador a tu cargo), ambas son condenadas a una prisión durante una condena "de no menos de tres meses y no más de dos años" por una jueza también muy bien maquillada (esto es una pista, no se crean que lo digo porque sí).
Así pues ambas son conducidas a la prisión del principio del film, dirigida por una lesbiana vestida de cuero al más puro estilo Ilsa, la loba de las SS y cuya mano derecha parece ser Spyder, un vigilante bastante macarra que se beneficia a todas las presas que puede y se dejan. Allí Kat será obligada a telefonear a su padre y decirle que se marcha un par de meses a México a rodar un film; y ambas sufrirán distintas vejaciones por parte del cuerpo de vigilantes, así como por otras presas más veteranas (todas con expresión deprimida pero cuerpos de infarto y vestidas con saltos de cama patrocinados por Grupo Lo Monaco).
Mientras Kat y Rhonda sobreviven como pueden, la hermana de la primera investiga por su cuenta la desaparición de su hermana... para acabar también en manos del chulopu... del fotógrafo, de quien la salvan también Victor y Dirk, una pareja de forzudos que valen lo mismo para un roto que para un descosido. Pero después, no se sabe muy bien cómo, la pobre Tracy acaba también en prisión, condenada a "no menos de tres meses y no más de dos años" junto con su hermana.
Menos mal que Victor y Dirk no se rinden, y el segundo decide -después de que el primero sufra una herida de bala en un brazo- ir él solito a rescatar a las hermanas Collins de la cárcel. Pero ahora viene lo mejor, y es una idea que explica en cierta manera (echándole bastante cara, eso sí) todas las incongruencias del film: la cárcel no es real, y no es más que un decorado en mitad de Los Ángeles donde un grupo de criminales se dedica a la trata de blancas, vendiendo mujeres sometidas y sumisas a empresarios ricos, y en donde la directora y los vigilantes no son más que actores contratados. Una idea así, obviamente, es tan absurda y marciana que solo podría dar lugar a una obra maestra indiscutible o un engendro inconmensurable... y esta Caged Fury es ambas cosas: un engendro maestro incontestable.
El final del film es muy raro: Dirk suelta a las chicas, que acaban por salir al exterior y se descubren en mitad de LA. Pero Kat se da cuenta de que Rhonda sigue en la cárcel, y regresa a por ella... para enfrentarse de nuevo a Spyder. Acto seguido, en un final más atropellado aún que el de 99 mujeres (que ya es decir), vemos a un recuperado Victor y a Kat a bordo de la moto del primero, en dirección a quién sabe dónde, imaginamos que de vacaciones. Impresionante.
El reparto está encabezado por los ya citados Erik Estrada y Richard Barathy, que dan esperanza a todos los aspirantes a actor feos del mundo que piensan que su condición no les permitirá alcanzar la gloria. Junto a ellos, Roxanna Michaels y Elena Sahagun como Kat y Tracy Collins, y algunos veteranos de la serie B: Paul Smith (el matón enorme de los Harkonnen en Dune) es un carcelero salido y violento, el gran Michael Parks (visto en Twin Peaks y recuperado por Tarantino & Rodriguez en Abierto hasta el amanecer, Kill Bill, Planet Terror y Death Proof) encarna sorprendentemente un papel positivo, el padre de las protagonistas; y James Hong (el villano de Golpe en la Pequeña China), actor asiático habitual del cine norteamericano, es un inspector de Policía bastante vago que hace bien poco más allá de rellenar informes y comer donuts.
Por lo demás, el cameo del actor porno Ron Jeremy como otro de los vigilantes y varias actrices de serie B y Z como presas y strippers completan el nutrido reparto de esta joya del cine más marciano jamás realizado. No dejen de verla si tienen ocasión, porque es algo que no se puede contar: hay que vivirlo.
Y para poner fin a tan ilustrativas líneas, ahí va una pequeña galería de clásicos de este subgénero. Como para perdérselas...
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