Un par de cintas de Giuseppe Tornatore, Cinema Paradiso y El hombre de las estrellas, son citas ineludibles al hablar de este particular subgénero; sobre todo la primera de ellas, uno de los grandes éxitos indiscutibles de la historia del cine italiano. Al respecto, tampoco hay que olvidar Splendor, de Ettore Scola.
Pero la película que mejor ha captado la cinefilia en la gran pantalla, al menos en lo que va de siglo, es sin duda alguna Soñadores, obra maestra de Bernardo Bertolucci ambientada en la primavera de 1968, y que homenajea películas y directores señeros, con especial presencia de la Nouvelle Vague y sus dos cineastas más representativos: Jean-Luc Godard y François Truffaut.
Soñadores, como Jules et Jim de este último, está protagonizado por un peculiar ménage à trois, aquí formado por dos hermanos franceses y un amigo americano que se conocen en un acto en defensa de Henri Langlois y la Cinematèque Française. A partir de ahí surge una férrea amistad entre ellos, mediante la cual el realizador de El último tango en París confronta dos maneras de comportarse: la educación norteamericana del extranjero frente a la naturalidad de los nativos franceses.
La cinefilia es el primer sentimiento que une a los tres protagonistas, encarnados por Michael Pitt, Louis Garrel y una espectacular Eva Green en su debut en la pantalla grande: discusiones acerca de quién es mejor cineasta, si Charles Chaplin o Buster Keaton, pruebas para descubrir de qué película clásica están hablando (La Venus Rubia de Von Sternberg, La Reina Cristina de Suecia de Mamoulian), o citas de sus directores y críticos favoritos (“Nicholas Ray es el cine”, Godard dixit), jalonan esta magnífica cinta sobre un episodio de tanta relevancia en la historia reciente de Francia.
Uno de los homenajes más sentidos y emotivos de Soñadores tiene como objeto al trío protagonista de Bande à part, film del citado Godard, y su (exitoso) intento de batir el récord de recorrer el Museo del Louvre en 9 minutos y 45 segundos... Green, Garrel y Pitt evocan a Anna Karina, Sami Frey y Claude Brasseur en la cinta de 1964, una de las más célebres de la Nueva Ola francesa, admirada por cineastas de la talla de Quentin Tarantino, que llamó a su productora Band Apart en homenaje al film.
Bande à part parte de una novela pulp norteamericana, Fool’s gold de Dolores Hitchens, si bien, como es de costumbre tratándose de Godard, el autor de A bout de soufflé la lleva a su particular terreno, convirtiéndola en una (anti)comedia (anti)romántica protagonizada por un par de ladrones de poca monta y una chica a la que conocen en unas clases de lengua inglesa y a la que convencen de que colabore con ellos en un robo.
De esta forma, el film deja de lado las convenciones del género negro y se concentra en los sentimientos emocionales de sus protagonistas, apuntados por la voz en off del propio Godard, que experimenta con los elementos del lenguaje cinematográfico a su gusto.
De esta forma, en ambos films somos testigos de las filias de sus realizadores, que se proyectan en sus personajes: pero por más que Godard siempre fue un cinéfilo impenitente (como todos los cineastas que primero fueron críticos en las páginas de Cahiers du Cinéma, por otra parte), en Bande à part sus personajes tienen como principales amores la literatura y la música, siempre muy presentes en la filmografía del realizador galo. Estas filias también impregnan los fotogramas de Soñadores, pero a ellas se añade por encima de todo la cinefilia, el amor incondicional que siente Bertolucci por el séptimo arte... Godard incluido.
lunes, 26 de febrero de 2007
Cinefilia: la pasión por el cine
Películas sobre el amor por las películas hay muchas, y curiosamente algunas de las más significativas están firmadas por realizadores italianos, quizá como manifestación de la importancia del séptimo arte como fenómeno popular en el país que, según todos los tópicos, más se parece al nuestro.
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