Las colinas tienen ojos, nueva versión del clásico setentero de igual nombre dirigido por Wes Craven, fue la gran sorpresa del cine de terror del año pasado: como ocurriera con Amanecer de los muertos, el film de Alexandre Aja actualizaba un clásico de culto del género con nuevas lecturas y con personajes con aristas en un drama humano creíble, todo ello fruto de la mirada personal de sus respectivos responsables.
Ahora bien, la secuela recientemente estrenada aquí, El retorno de los malditos (inapropiado e incomprensible título español para The hills have eyes 2), está lejos de los méritos de aquella: los protagonistas, aquí soldados novatos de la Guardia Nacional en misión de rutina como parte de su adiestramiento, son personajes de una pieza, que responden fácilmente a arquetipos reconocibles por el gran público.
Los actores poco pueden hacer con un guión demasiado simplista, que solo brilla en una ocasión: cuando el superior de los soldados diezmados les advierte de que antes temía a aquellos que se ocultaban en las cuevas en territorio extranjero, pero que ahora había que temer a los que tenían ocultos en sus propias cuevas: una lectura política que acerca el film a su excelso precedente y también al citado film de zombies de Zack Snyder.
Resulta significativo que el guión de la anterior entrega, obra del propio Alexandre Aja y su colaborador Gregory Lévasseur, fuese claramente superior al libreto de esta secuela, que firman el padre de la criatura, Wes Craven, junto a su hijo Jonathan.
Con todo, la cinta tiene algunos puntos a su favor: mantiene el ritmo en sus 89 ajustados minutos, y los fans del gore desatado encontrarán motivos de sobra para el regocijo: la sangre brota por doquier, y el film no elude los aspectos más escabrosos de la historia, desde el parto con el que arranca la cinta hasta una desagradable escena de violación.
Igualmente, el hecho (este casi extracinematográfico) de que sea de nuevo un extranjero el director (al francés Aja lo sustituye el alemán Martin Weisz) dota al film de cierta capacidad autoirónica, palpable por ejemplo en la escena del adiestramiento en una falsa Kandahar, donde los soldados defienden la bandera norteamericana con pasión pero sin éxito.
Sin ser una obra maestra, el anterior film de Martin Weisz, Rohtenburg (Grimm Love Story), sobre un caso real de canibalismo acontecido en Alemania, era mucho más interesante, y contaba con dos memorables trabajos de los actores Thomas Kretchsmann y Thomas Huber. Pero como el mercado manda, el film sigue inédito en nuestras pantallas (aunque fue visto en el pasasdo Sitges), y esta cinta posterior, ya de nacionalidad norteamericana, apenas ha tardado un par de meses en llegar a las salas españolas. Una pena.
Un apunte final: el extraño título español, El retorno de los malditos, alude obviamente a la familia de mutantes caníbales... Pero, dado que los soldados regresan al nunca admitido como existente Sector 16 buscándose la ruina... ¿no podría dársele a dicho título una tan curiosa como perversa lectura? ¿Quiénes son realmente los malditos?
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