Han querido el azar, o bien la acción premeditada de unos editores con buen gusto, que de la mano de Norma Editorial hayan coincidido con apenas unas semanas de diferencia varias novedades en nuetras librerías con al menos un elemento en común: su pertenencia a la llamada bande dessinée o BD, esto es, la historieta concebida como creación, publicación y principal explotación comercial dentro de las fronteras del mercado editorial francófono -especialmente, Francia y Bélgica-. A estos títulos dedicaremos toda una semana en este vuestro blog, incluyendo la inminente columna del viernes -con Jodorowsky de protagonista absoluto- y las próximas recomendaciones del sábado, de Hugo Pratt a René Pétillon.
Y empezamos hoy con la obra que de todas ellas está llamada a generar más debate, en tanto que provocará adhesiones incondicionales y rechazos furibundos. Nos referimos a Mi pequeño, debut en largas distancias -esto es, se trata de su primera novela gráfica de cierta considerable extensión- del belga Oliver Schrauwen; una obra que desde que fuera seleccionada en el Festival de Angoulème de 2007 ha venido sumando admiradores incondicionales a la particular mirada de su autor.
Si el noveno arte viene a ser la suma de texto e imagen gráficos, y alcanza su cénit cuando esta unión de elementos se lleva a cabo de tal manera que el resultado es una simbiosis perfecta entre ambos, esto es más verdad que nunca en una obra como Mi pequeño, donde los elementos que la conforman son mucho menos que la suma de sus partes. No obstante, en el relato de Mi pequeño prima la acción sobre el diálogo, como herencia patente y lógica de la previa dedicación de su autor al campo de la animación.
Mi pequeño narra la historia de un aristócrata y su hijo pequeño, desde el nacimiento de este y hasta un punto en el que el álbum termina... pese a que podría seguir indefinidamente, si bien Schrauwen da por finalizada la obra en un momento en el que el padre protagonista es consciente del terror que supondría perder a su hijo pequeño como tal en el mismo momento en que este creciera.
El álbum incluye cinco historias sin solución de continuidad, salvo la decisión lógica de arrancar con "El nacimiento de mi pequeño", cuatro páginas en trama de grises que sin necesidad de texto relatan la absurda llegada al mundo del pequeño protagonista, un bebé feo y contrahecho que costó la vida de la madre en el parto, y convirtió de inmediato a su progenitor en un viudo acaudalado que dedica su tiempo libre a pasear con su hijo y a disfrutar de la compañía de sus amigos en un club social seguramente exclusivo.
Salvo la historia "En el zoo de Amberes", de veinticinco páginas -esto es, casi la mitad del álbum-, el resto de relatos apenas alcanzan las ocho planchas. Esta es una herencia más de los primeros autores de cómic norteamericanos del siglo XX, cuando el noveno arte era todavía una disciplina incipiente que empezaba a forjarse en las páginas de los diarios y suplementos dominicales. Pero donde más se aprecia esta influencia es en el acabado formal: el trazo de Schrauwen, definido por el uso de colores planos y la escasa atención que se presta al fondo (en muchos casos prácticamente inexistente), así como el tratamiento envejecedor del color, recuerda a autores como Richard F. Outcault (The Yellow Kid), George McManus (Bringing Up Father) o, claro, Winsor McCay (Little Nemo)... todos aquellos nombres propios que empezaban a crear obras artísticas mucho antes de que Will Eisner y su The Spirit modernizaran los recursos narrativos y estilísticos del lenguaje del cómic.
A modo de engarce entre las distintas historias, Schrauwen realiza unas estampas a toda página herederas directas de las pinturas de Edward Hooper, que muestran a padre e hijo en diversos escenarios, y en algunas de las cuales la presencia de estos personajes es apenas perceptible, siendo reducida casi a un punto de colores a lejana distancia. En estas pinturas, como en las propias historias, Schrauwen sigue apostando por los colores planos y el aspecto avejentado.
"Los colores apagados y angustiosos de Schrauwen nos remiten a las reliquias perdidas de los dominicales de los periódicos norteamericanos, y a las revistas y libros infantiles europeos de hace más de un siglo, pero con un delicioso e inquietante giro a lo David Lynch. ¡Más, por favor!". Estas son palabras de Paul Gravett, que aluden a una unión de dos elementos al parecer antitéticos -los cómics primitivos de la prensa de principios del siglo XX y el cine postmoderno del realizador de Carretera perdida-, si bien el citado Hooper podría ser un nexo de unión entre Schrauwen y Lynch, este último rendido admirador del pintor norteamericano. No obstante, críticas posteriores han reincidido en vincular Mi pequeño al cine de Lynch en general y a su debut en el largo Cabeza borradora en particular... aunque las concomitancias entre estos dos relatos sobre la paternidad sean más bien superficiales, y dentro de su onirismo el film de Lynch sea más fácilmente comprensible, siempre como una metáfora del miedo a la responsabilidad paterna de tener descendencia.
Así pues, estamos ante una obra tan inclasificable como fascinante, cuyo atractivo apela antes al subconsciente del lector que a cualquier lectura e interpretación lógicas que se le quieran dar. Un servidor, de momento, se confiesa admirador del trabajo de Olivier Schrauwen, prestará atención a futuros trabajos suyos... y volverá a sumergirse en las páginas de esta breve, plácida y aparentemente inofensiva pesadilla angustiosa titulada Mi pequeño.
Título: Mi pequeño
Autor: Olivier Schrauwen (guión y dibujo)
Editorial: Norma Editorial
Fecha de edición: mayo de 2009
56 páginas (color) - 15 €
[Fotografía: Cabeza borradora (1977), de David Lynch.]
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