Cuando les recomendé -en realidad, les antirrecomendé, pero ustedes ya me entienden- aquel simpático bodriete de Acero y seda, ya les puse en antecedentes del carrerón del productor de aquella cinta, David DeCoteau, un sujeto que se ha hecho un nombre en esto del cine de serie B y Z rodado pensando en recuperar el (ínfimo) dinero gastado en los videoclubs de medio mundo. En realidad se ha hecho varios nombres, habida cuenta de los múltiples seudónimos que se gasta imagino que para evadir al fisco.
Pues bien, DeCoteau vuelve hoy a esta simpática sección de "Bodrios que hay que ver" pero lo hace ahora como autor completo, al más puro estilo Jean-Luc Godard: en 1987 escribió, produjo y dirigió una de sus más recordadas cintas, Crepozoides -si el original de Creepozoids ya suena fatal, no veas el título español-. Y decimos recordada porque la experiencia de verla es tan tormentosa que resulta verdaderamente inolvidable. Y eso que apenas dura unos 72 minutos...
¿Que qué cuenta David DeCoteau en poco más de una hora? Pues cuenta poco y enseña menos, así que se lo resumo fácilmente: después de un prólogo ridículo donde una científica es atacada por una amenaza que nunca llegamos a ver -estamos en crisis, amigos, y hay que ahorrar-, se nos dice que la acción se desarrolla en el futuro, en el año 1998 -vale, ya no es el futuro, pero cuando se rodó la película sí-, y la III Guerra Mundial ya es pasado; la Tierra está sumida en una era postapocalíptica donde la supervivencia pasa por enfrentarse a bandas de criminales mutantes y a huir de la lluvia ácida. De todo esto nos enteramos gracias a un cartelito con el que empieza el film, porque los mutantes brillan por su ausencia, y de la lluvia ácida casi que tres cuartos de lo mismo; aquí no hay más cera que la que arde, y es bien poca.
En este marco incomparable, un pequeño comando de cinco ex militares renegados que han desertado acaban refugiándose de la lluvia ácida en un edificio abandonado... que, por supuesto, anteriormente fue no una panadería ni una biblioteca de barrio, sino un laboratorio donde el ejército llevaba a cabo extraños experimentos genéticos. Experimentos que todavía siguen latentes y que van a poner en peligro la vida de los protagonistas...
Crepozoides es una copia barata y malísima de Alien, el 8.º pasajero de Ridley Scott, estrenada ocho años antes, de la que roba con un morro considerable la atmósfera claustrofóbica, el monstruo con cabeza de pepino, las vainas a modo de incubadoras, la importancia de los conductos ventiladores de aire y hasta el desayuno donde uno de los personajes principales sufre un ataque espasmódico que pone en evidencia el peligro que atenaza al resto. Si a todo esto sumamos el escenario postapocalíptico de la saga Mad Max... Voilà, el truñete está servido.
Pero para animar el asunto, claro está, y mientras el espectador descubre que el experimento pervive gracias a unas ratas mutadas del tamaño de rottweilers que atacan a los protagonistas -aunque son, claramente, muñecos inanimados que los actores deben preocuparse de mover compulsivamente como si en verdad les mordieran y arañaran como locas-, DeCoteau se ocupa de entretener al personal con alguna escena de sexo gratuito a mayor gloria de Linnea Quigley, reina del grito del terror de videoclub y que ya conocerán ustedes como la desinhibida punk de El regreso de los muertos vivientes.
Mención especial, ya para terminar, merece el bebé de la criatura, otra copia descarada -esta vez, del retoño de Estoy vivo de Larry Cohen- que se las hace pasar canutas al último superviviente del film en los quince minutos finales del mismo, donde debieron quedarse sin papel para escribir y donde no hay diálogos, limitándose el guión a algo así como Butch se enfrenta a guantazos con el monstruo feo y el mañaco mutante.
El final abierto de la cinta, un anticlímax tan mal rodado, montado y sonorizado que en lugar de inquietar al espectador lo sume en un estado de marciana extrañeza -ya saben, de esos que te hacen proferir un sonoro ¿ein?- amenazaba con un Creepozoids 2 que nunca llegó a rodarse, a Dios gracias. Aunque DeCoteau decidió estrenar acto seguido su mítica -es un decir- Sorority Babes in the Slimeball Bowl-O-Rama, y ya no sé qué es peor...
En fin, Crepozoides queda para completistas de la serie Z más casposa y onanistas admiradores de las scream queens de renombre.
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2 comentarios:
Hey que pasa majetes.
Pues eso que me he visto esta tarde la peli y me lo he pasado chachi piruli.
Impagable la escena de la rata y las chicas.
Muy recomendable con un canuto al lado.
Visca el Barça!
Estoy en ello.
Si durante el visionado de la película añadimos un tamiz alcohólico,el resultado es delirante a más no poder.Mientras la estoy viendo,refresco mi sentido del gusto con una base de cerveza y cerveza. Buenas tetas,por decir algo positivo de la peli.
Los efectos son tan artificiales como la plantilla del Barcelona
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