Veamos... cómo decirlo de forma que no lleguemos a herir ninguna susceptibilidad, pero que tampoco evitemos el ir con la verdad por delante... La mansión maldita, tópico título español que deben compartir así como trescientos relatos, películas, cómics, videojuegos y álbumes de cromos, y que aquí se refiere a la producción de 1997 Dead Inn, es una de las peores películas de todos los tiempos, un bodrio inenarrable que debería permanecer en el más justo de los olvidos, y todos los que participaron en su realización ser condenados a sufrir las torturas más abominables en el más profundo de los pozos del infierno.
Dicho esto, concretemos un poco más: Dead Inn fue dirigida por Jim Goodman en 1997. Goodman, que aquí no hace honor a su apellido -debe ser bueno en cualquier otra cosa que no sea dirigir películas-, debutó entonces como realizador, y se entiende que no volviera a ponerse jamás tras una cámara. Por si a alguien le interesa, en su currículo solo destaca su labor como jefe de localizaciones (sí, esos que se pasean por ahí pensando dónde se puede rodar una escena) en Hellraiser III y Los chicos del maíz II.
¿Qué cuenta Dead Inn? Veamos: por un lado tenemos a un grupo de delincuentes que en el momento en que son trasladados de prisión consiguen fugarse en una de las escenas de acción más rápidas, extrañas y confusas que jamás se haya visto, y que consigue por comparación que Michael Bay, rey del montaje videoclipero, parezca un reposado Carl T. Dreyer a la hora de la siesta. Por otro lado, un individuo pusilánime que trabaja como vendedor de recursos para funerarias se dirige a una morgue situada en un pueblucho rural de mala muerte, y casi atropella por segunda vez a un lugareño que previamente ha sido atropellado por los anteriores... y que después de resucitar gracias a los polvos mágicos aplicados por sugerencia de un camionero fantasma (como lo leen) casi vuelve a ser atropellado por tercera vez.
Todos ellos, el vendedor y la pandilla de criminales, acaban confluyendo en una pensión olvidada de la mano de Dios, se supone que la mansión del título del film, en cuyos bajos opera la funeraria a la que se dirigía el primero, y que regenta la nieta (o la sobrina, no recuerdo bien) del anciano que se encarga de la recepción del motel... Un viejo que va en silla de ruedas y que pese a su buen sentido del humor aparenta haber muerto varias décadas atrás.
Una vez allí el vendedor se enamora de la joven, mientras los criminales siembran el caos a troche y moche. Finalmente, todos participan en una velada de espiritismo que acaba despertando a los muertos; esto es, a una pandilla de cadáveres enterrados en los alrededores de la mansión, y que se levantan al más puro estilo George A. Romero... así como a una criatura del averno -eso feo que se ve en el cartel- con muy malas pulgas...
Como se ve, la historia no es nada novedosa, por más que la conclusión incluya un flash forward de seis meses en el futuro, con el criminal fugado siendo acribillado por un grupete de pandilleros negros armados hasta los dientes que podrían ser la reencarnación de antiguos compañeros y enemigos (o algo así). Pero es que los actores y el realizador consiguen estropearla todavía más si cabe: los primeros están, por lo general, absolutamente penosos, y o se pasan sobreactuando o no llegan y parecen autistas grabados con una cámara oculta. Por cierto: el actor que en un doble papel interpreta al viejo de la pensión y al individuo múltiplemente atropellado es Edgar Allan Poe IV (¡sic!), y no es un sobrenombre artístico, sino que es el bisnieto auténtico del maestro del cuento corto de horror.
Pero el mayor culpable de este despropósito es el propio Jim Goodman, que aquí realiza un film que parece envidiar la tecnología de los mejores montadores de vídeos de bodas y comuniones, con unos títulos de crédito que ya desde el principio amenazan con encabezar una producción de marcado carácter amateur. En fin... Que La mansión maldita, aka Dead Inn, es un subproducto infame que ofende con su mera existencia el género del cine de terror. Háganme un favor y corran un tupido velo sobre su existencia. Yo ya he pagado por ustedes.
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