Abandonad toda esperanza

domingo, 13 de enero de 2008

Viaje a Darjeeling: Los hombres son de Marte, las mujeres son de la India



Desde hace unos años se viene dando, dentro de la comedia norteamericana, una discreta corriente de films que bebe del cine independiente y experimental, de la nueva literatura norteamericana y hasta del absurdo, y a través de cuyas historias los realizadores retratan la sociedad contemporánea, concibiendo personajes de los que, en buena medida, se mofan bastante, si bien en ocasiones muestran también grandes dosis de ternura hacia ellos.

Frente a dramas que participan de algunos de estos rasgos, como Lost in translation de Sofia Coppola o toda la filmografía de Todd Solondz, los experimentos metanarrativos de Spike Jonze o Michel Gondry vía el guionista Charlie Kaufman, o intrusos puntuales como Paul Thomas Anderson y su Punch-Drunk Love (Embriagado de amor), nos encontramos con las características comedias que han filmado realizadores como Alexander Payne (Election, A propósito de Schmidt, Entre copas), Jared Hess (Napoleon Dynamite) o el simpar Wes Anderson.



Este último, que debutó con la inédita (y quizá su trabajo más flojo) Battle Rocket, filmó posteriormente tres estupendas comedias, de las más interesantes de los últimos años: Academia Rushmore, Los Tenenbaums (Una familia de genios) y Life Aquatic. Ahora estrena Viaje a Darjeeling, que continúa de forma lógica el discurso de las anteriores: en todas ellas demuestra su interés por retratar las relaciones, tan afectuosas como conflictivas, que surgen en el seno de la familia de clase media contemporánea, sucedan en un hotel de lujo, un submarino bajo el mar... o, como en esta ocasión, un tren que recorre tierras lejanas.



Los protagonistas del film son los hermanos Whitman, Francis, Peter y Jack (encarnados por dos actores habituales de Anderson, Owen Wilson y Jason Schwartzman, este último también co guionista de la película, así como por un nuevo fichaje: Adrien Brody), que llevan sin hablarse un año, desde la muerte de su padre y la marcha de su madre a la exótica India. Tras un accidente que casi le cuesta la vida, el mayor Francis decide convencer a sus hermanos de que le acompañen en un viaje en tren por toda la India, y que culminará en el encuentro con su madre, ahora una religiosa que difunde el cristianismo por aquellas tierras.



Lo que se prometía un viaje espiritual y de autoconomiento se convertirá en una sucesión de experiencias inesperadas, condicionadas en todo momento por lo imprevisible de la conducta de todo ser humano, así como por el azar: ya desde la primera escena somos testigos de cómo Peter está a punto de perder su tren, como sí le ocurre a otro turista norteamericano (encarnado por Bill Murray, otro habitual del cine de Anderson, aquí en un divertidísimo cameo).



Si Peter hubiera perdido el tren, todo habría sucedido de manera muy distinta. Este y otros hechos sucesivos demostrarán al manipulador Francis que, por más que quiera, no puede controlarlo todo, incluyendo a sus propios hermanos: Peter está preocupado por su futura paternidad, que no entraba en sus planes, y por cómo se tomará su esposa el viaje que está realizando sin ni siquiera habérselo comentado; por su parte, Jack intenta reconstruir su vida tras romper definitivamente con su novia en París.



Inspirado por la visión que de la India dieron el francés Jean Renoir con El río o el nativo Satyajit Ray con la "Trilogía de Apu" (Pather Panchali, Aparajito y Apur Sansar), Anderson construye una tan divertida como marciana comedia, muy en su línea, donde muestra el choque entre dos culturas bien distintas con una banda sonora donde conviven canciones de The Kinks con temas extraídos de las citadas películas de Satyajit Ray, y que se saldaría, en cierta medida, con el fracaso de los protagonistas si su voluntad por adaptarse a la espiritualidad de tan exótico país fuera real: más allá de colocarse unos collares, dejarse pintar un punto rojo en la frente o rezar a los dioses, los hermanos Whitman están deseando irse al restaurante del tren a fumar y tomar unas copas muy al modo occidental.



No obstante, una vez finalizada la película y tras el encuentro de los protagonistas con su madre y su posterior regreso (en un tren en el que ahora son los tres los que están a punto de perder, algo que sí le sucede a algunos nativos en busca de otros parajes), Anderson viene a demostrar que las diferencias entre distintas culturas son en muchas ocasiones superficiales, que lo que importa es el espacio interior y no el exterior (magnífico el plano secuencia que muestra diversas acciones, ocurridas en distintos espacios, como si fueran vagones del mismo tren), y que conocer otras culturas siempre es enriquecedor pero no necesario para descubrir aspectos nuevos o desconocidos: no conocemos a un extranjero, pero tampoco conocemos verdaderamente a nuestros propios hermanos. Los extranjeros somos nosotros. Y al contrario de lo que postulaba John Gray en su famoso bestseller, las mujeres no son de Venus, sino de la India. Pero los hombres, al menos los creados por Anderson como proyección del ciudadano del mundo actual, sí son (o somos) auténticos marcianos.



Como curiosidad, señalar que Anderson, haciendo gala de una postmodernidad bien entendida, concibe Viaje a Darjeeling como segunda parte de un proyecto del que la primera entrega es el cortometraje Hotel Chevalier, que precede a la proyección del largo. Protagonizado por el propio Jason Schwartzman y por Natalie Portman, su escasa acción sitúa al personaje de Jack en París, donde se encuentra con su ex novia, en unos hechos que anteceden igualmente (como descubriremos después) a la historia de Viaje en Darjeeling. En dicho cortometraje, y después de un fugaz encuentro amoroso, Jack le propone a su amante salir al balcón de su lujosa suite en el Hotel Chevalier y contemplar "su vista de París". ¿No es eso acaso lo que hacemos todos los viajeros, aprehender aquellos lugares que visitamos y en la medida de lo posible hacerlos nuestros?

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