Abandonad toda esperanza

domingo, 28 de octubre de 2007

Stardust: Y lo demás son cuentos



Stardust es una de las creaciones de Neil Gaiman que más encarnaciones ha tenido: primero nació como una obra de Vertigo (DC) que no era precisamente un cómic, sino una narración ilustrada con magníficos dibujos de Charles Vess, artista especializado en la ilustración de fantasía. Solo después esta misma historia se convirtió en una novela propiamente dicha escrita por el mismo Gaiman... y ahora en una película de Hollywood.



Stardust, el film, es una convencional adaptación de la obra original, dirigida por Matthew Vaughan (Layer Cake) y escrita por Jane Goldman y el propio cineasta, y que traslada a la gran pantalla, con fidelidad, las virtudes y carencias de la producción de Neil Gaiman.

El argumento es sencillo: un joven que vive en un pequeño pueblecito de la campiña inglesa, con el fin de conquistar a su amor de toda la vida antes de que se case con otro, decide traspasar el muro que rodea su localidad y traerle una estrella fugaz que ha caído a la Tierra. Pero aunque no tarda en conseguirla, esto será solo el principio de una serie de peripecias en una tierra de fantasía que lo enfrentarán, por un lado, con una peligrosa bruja que ansía lograr la vida eterna, y por otro con los hijos del Rey que rivalizan por conseguir la corona.



Lo de una serie de peripecias es por resumir y evitarles el destripamiento del film, pero no vaya nadie a creerse que estamos ante una historia complicada y llena de recovecos: Stardust hace honor a la tradición en la que se inscribe, y su argumento (resumiendo: la búsqueda de algo que se ansía) es bastante lineal y fácil de seguir (pese a las más de dos horas de metraje, a todas luces estirado), además de molestamente previsible.



Esta tradición no es otra que la de los cuentos infantiles o juveniles de fantasía, porque Stardust es eso y no otra cosa, y mucho nos tememos que la originalidad que pretende darle Gaiman y que muchos de sus seguidores sí ven en su obra (y conste que nos declaramos fanáticos de algunas de sus creaciones) va mucho más allá de sus logros, ya que dicha capacidad de renovación no se consigue tan solo con hacer que Lamia, la bruja malvada, esté preocupada porque se le caen las tetas, o conque el varonil capitán pirata Shakespeare (sic) esconda su faceta de gay delicado y detallista.



Con todo, si el espectador no se acerca a ella con demasiadas exigencias, la película se deja ver, e incluye momentos bastante divertidos (sobre todo en lo referente a los hijos del Rey que quieren sucederle y se matan entre ellos) y algunos de gran fuerza visual (atención al enfrentamiento con espadas entre el protagonista y el cuerpo del príncipe, ya ahogado y muerto, controlado a distancia por la malvada bruja).



Del reparto, curiosamente, cabe destacar más a algunos actores en pequeños cometidos (con mención especial a Ricky Gervais como un usurero que comercia con rayos, Sienna Miller como Victoria, la creída y prepotente lugareña por la que el protagonista bebe los vientos, David Kelly como el vigilante del muro, y el veterano Peter O'Toole como anciano monarca de la región) que a las grandes estrellas del film, ya que Claire Danes, Robert De Niro y Michelle Pfeiffer no ofrecen aquí precisamente sus mejores trabajos, y quizá solo esta última intenta, por lo menos, estar a la altura de lo que se espera de su regreso tras varios años sin estrenar película alguna (téngase en cuenta que esta temporada está también presente en Hairspray).



Finalmente, señalar la deuda que el film tiene con algunos referentes demasiado obvios: por un lado, la mirada de Terry Gilliam (el Monty Python norteamericano) acerca del género fantástico, bien patente en títulos como Los héroes del tiempo, Brazil o Las aventuras del Barón Munchausen; y por otro lado, La princesa prometida (novela de William Goldman y película de Rob Reiner). Algún día alguien estudiará como se merece la deuda del creador de Sandman con la ficción urdida por Goldman, un relato desmitificador muy original en su día que homenajeaba, a nuestro parecer más acertadamente que Stardust, el género del cuento de hadas: y es que en ningún momento daba la molesta sensación de querer superarlo sin conseguirlo.

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