La última película de Darren Aronofsky fue, junto con Inland Empire, el trabajo más polémico del último Festival de Venecia; y dado que la cinta de David Lynch fue tan aplaudida como atacada, The Fountain se convirtió en el film más vapuleado por unanimidad de todo el certamen.
Una vez vista en Sitges, cabe plantearse si había para tanto. Y la verdad es que no: ¿Que la película es críptica? Pues lo es ligeramente, pero desde luego no más que Pi (Fe en el caos), el debut de Aronofsky. ¿Que no es tan buena como su siguiente trabajo, Réquiem por un sueño? Nosotros preguntamos: ¿Y?
Esta nueva obra, que aquí se estrenará como La fuente de la vida, relata el empeño de un investigador científico por descubrir un remedio que detenga el avance de un cáncer que está acabando con la vida de su esposa. A partir de ahí, Aronofsky construye una epopeya lírica, una historia romántica más allá del tiempo y el espacio, y donde las interpretaciones de Hugh Jackman y, sobre todo, Rachel Weisz, son dignas de aplauso.
De esta forma, el gran enemigo de la historia es la mismísima muerte. Una muerte a la que, como en El laberinto del fauno de Guillermo del Toro (también vista en Sitges), no se puede vencer. Pero sí se puede luchar contra ella, y en ese propósito ya radica el éxito de una batalla ganada.
Posiblemente, la película no sea tan buena como pueda creerlo el propio realizador, pero desde luego no es tan mala como ha dicho la crítica internacional. Ni siquiera es floja. Es una apuesta personal de Aronofsky, que hay que recibir como lo que es: un nuevo peldaño en una filmografía que hay que seguir atentamente, así como una película que no se parece demasiado a ninguna otra. Sólo por esto último ya vale muy mucho la pena.
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