Los prejuicios ante la obra de Takashi Miike han hecho que siempre se espere de él celuloide salvaje, en la línea de Ichi the killer o la parte final de Audition, esta última, hasta la fecha, y que un servidor recuerde, su única película estrenada en cines españoles junto con la más comercial Llamada perdida.
Pero los que han tenido ocasión de ver cintas como Happiness of the katakuris, Visitor Q, The city of lost souls o Zebra man, todas ellas conocidas aquí por sus títulos anglosajones, saben que Miike es un prolífico cineasta capaz de todo, incluyendo rodar hasta siete largometrajes en un año, proeza que ha repetido más de una vez.
Buena prueba de ello es Big bang love, juvenile A, su último trabajo: ambientada casi toda ella en el interior de una oscura cárcel, Miike filma una love story homosexual influenciada por el cine Dogma de Lars von Trier y sus acólitos, reduciendo la historia y sobre todo el marco físico donde ésta se desarrolla a lo imprescindible.
Así pues, la película goza de una atmósfera casi teatral que la acerca al cine experimental. Por ello, y por la cadencia habitual de buena parte del cine asiático de autor, no será plato de todos los gustos.
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