Si hay un cineasta de anime capacitado para demostrar que la animación no es cosa de niños, ese es Satoshi Kon.
Autor también de Millennium actress o la serie televisiva Paranoia agent, mi primer contacto (y único hasta hace unos días) con su obra fue el agradable visionado de Perfect blue, que recuperaba la estructura endiablada del giallo italiano (ya saben, los thrillers que realizó Dario Argento en los años 70 y 80 son un buen ejemplo) y la llevaba al terreno de la animación japonesa.
Ahora, en el último Sitges, estrenó su último trabajo: Paprika, no exento de intriga, pero cuya mayor baza es su soltura para difuminar los límites que separan a la realidad de la fantasía: en el film, unos psiquiatras trabajan con tecnología que permite introducirse en los sueños de los pacientes para tratar sus problemas y ansiedades; pero un prototipo es robado y utilizado por alguien en beneficio propio...
La película, más allá del suspense mencionado, es también una celebración de la fantasía, sin dejar de lado el poder redentor de la ficción. Se trata, pues, de una cinta que merece verse repetidas veces, y cuyo poder de fascinación es casi hiptónico: véase si no el alucinante desfile de juguetes y objetos por las calles de la gran urbe...
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