El noir se fusiona cada vez más con otros géneros en un híbrido que da como resultado tanto novelas realmente magníficas como bodrios que merecerían caer en el más misericorde de los olvidos. Nocturnia, primera entrega de la saga homónima, y donde el género negro se entrelaza con el fantástico, no está en ninguno de los dos casos extremos... aunque se decanta peligrosamente hacia el segundo grupo.
John Taylor es un investigador privado que recibe la misión por parte de una mujer adinerada de que encuentre a su hija adolescente, que ha vuelto a escaparse de casa. Nada complicado en un principio para el protagonista, que se hizo detective porque tiene un don bastante útil para tal propósito: es capaz de encontrar a cualquier persona o cualquier cosa, por muy escondidos que estén. Y es que Taylor, mezcla del Marlowe de Chandler y del John Constantine de DC Comics, proviene de Nocturnia, un universo paralelo al Londres que todos conocemos, donde siempre son las tres de la mañana y donde criaturas míticas conviven con los humanos. Taylor es, precisamente, un mestizo: su padre era humano, pero su madre, de la que apenas sabe nada, era algo que difícilmente podríamos definir...
Ese es el mayor problema de Nocturnia: el lector tiene la molesta sensación de que, con la excusa de estar ante una novela de temática fantástica, todo vale: Simon R. Green, el autor, pone en boca de su protagonista la excusa de "es mejor que no lo sepas" o "cuánto menos entiendas, mejor" demasiadas veces, y lo que en un principio provocaba fascinación por lo desconocido, pronto se convierte en desconfianza e incluso irritación por parte del lector.
Con todo, hay que reconocerle a Green su capacidad para asombrar al lector con una sucesión de ideas más o menos atractivas y planteamientos como mínimo curiosos (donde al lector iniciado no le costará encontrar influencias de autores como Clive Barker o Neil Gaiman), pero nos queda la duda de si la trama que subyace a la descripción del mundo de Nocturnia y sus habitantes tiene algún interés por sí misma. Y nos tememos que no demasiada.
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