miércoles, 16 de abril de 2008
El testimonio: Ser y tener
Valga el título de uno de los documentales franceses más aplaudidos de los últimos años, Ser y tener de Nicolas Philibert, como epígrafe para estas líneas sobre El testimonio, última obra de Étienne Davodeau, editada aquí (como el resto de su obra) por Ponent Mon. Y válgalo a partir de una pertinente reflexión por parte de uno de los protagonistas acerca de la dicotomía entre el tener que impera en la sociedad de consumo actual, esa que critica con acierto Miguel Brieva en su Dinero o Enciclopedia Universal Clismón, y el ser que debería gobernar nuestra condición ontológica.
La obra anterior de Davodeau que conocemos aquí aúna la preocupación política y social -particularmente en La mala gente y Ha muerto un hombre- con el dibujo de la cotidianeidad de pequeñas vidas anónimas -la soberbia Caída de bici-; en El testimonio ambas líneas confluyen, primando esta segunda a lo largo de toda la narración, al mismo tiempo que surgen apuntes de la primera hacia el final de la obra.
Además, con El testimonio -digámoslo ya para evitar malentendidos y rodeos innecesarios: un cómic excepcional- Davodeau se acerca al género negro a partir de las peripecias de sus protagonistas. Estos son dos: Vincent, un joven treinteañero en plena fuga con un maletero repleto de televisores de última generación robados y un gran secreto a sus espaldas; y Abel, un anciano que se marcha del asilo donde estaba recluido y parte en busca de su antiguo hogar y de un hijo al que apenas conoce.
Querrá el azar que las vidas de ambos confluyan cuando Vincent olvide en casa el dinero y no pueda pagar la gasolina, gasto que sufragará un Abel que no ha podido coger un tren dada la huelga de ferroviarios, y que obligará en la medida de lo posible a Vincent para que lo conduzca a su destino... en un viaje repleto de inconvenientes y desengaños que los llevará a ambos a conocerse entre sí y a sí mismos, al mismo tiempo que la presencia de Rose, una joven que viaja haciendo autoestop, supondrá un soplo de aire fresco para dos hombres con dos misiones muy claras.
Davodeau construye la narración con maestría, atendiendo tanto a la trama principal como a todos esos elementos aparentemente accesorios pero que dotan de verosimilitud, de cercanía, a la historia que se está contando: del pasado de Abel, marcado por su política contestataria y los inconvenientes que esta supuso, narrados en flashbacks ilustrados en tonos apagados, al retrato costumbrista de las regiones por las que pasa el viaje -estamos ante un road comic, si se nos permite la expresión-, con especial atención al retrato de personajes secundarios (de los amigos de Vincent, un hombre al que en realidad le quedan pocos amigos de verdad, a la jefa de Rose, pasando por el ex sacerdote mecánico de coches), las costumbres gastronómicas, etc.
De esta forma, el viaje de Vincent y Abel estará marcado por hechos inesperados y misterios que se irán resolviendo poco a poco; cartas en la manga (de algunos personajes y, por tanto, también del autor) que revelarán una vez puestas sobre el tapete que esta historia es, como la vida, impredecible, y se escapa de nuestros propósitos y predicciones. Por ello en la visita a un cementerio, Vincent manifiesta que los campos santos no parecen propios de estar bajo un cielo tan azul...
A la excepcionalidad de la obra contribuye el trabajo gráfico de Davodeau, un autor completo espléndido: su dibujo está lejos de ser espectacular, aunque nunca llega a proponérselo; más bien pone los lápices al servicio de la historia que quiere contar, expresando con acierto tanto las expresiones de los personajes como, sobre todo, los ambientes en los que estos se mueven, y en cuya representación capta magníficamente el calor del sol y la calidez humana de los interiores.
Ya lo dijimos en su día al hablar de otras obras de Davodeau: que el autor de La mala gente es a la historieta francesa lo que las películas de Claude Chabrol a la cinematografía del país vecino; el resultado del trabajo de un entomólogo que observa y estudia a sus semejantes para luego plasmar sus análisis en ficciones certeras, que logran captar como muy pocas la verosimilitud de los sentimientos y acciones de los seres humanos, así como lo inasible de la realidad. De esta forma, El testimonio no tiene un final, como no lo tiene la vida real aun cuando el protagonista ha muerto, porque los actores de reparto siguen sobre las tablas.
Título: El testimonio
Autor: Étienne Davodeau (guión y dibujo)
Editorial: Ponent Mon
Fecha de edición: marzo de 2008
102 páginas (color) - 17 €
(+) Otras obras de Étienne Davodeau:
- Caída de bici
- Ha muerto un hombre
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