Al igual que en ocasiones hemos tenido la fortuna de no haber sufrido el visionado de engendro alguno y nos vemos en la dificultad de cumplir con nuestra cita de los martes, en esta ocasión tenemos material abundante donde elegir: podría hablarles de Morirás en 3 días, thriller de terror archimanido, una especie de Scream o Sé lo que hicisteis el último verano a la austríaca (¿que cómo se hace algo "a la austríaca"? Pues haciéndolo en Austria, ¿o qué se pensaban?); también cabría la posibilidad de advertirles sobre el truño que es The Thirst, ridícula película de vampiros moderniquis que intenta remedar la cult movie de los 80 Los viajeros de la noche y coloca por comparación a mediocridades como La reina de los condenados a la altura de los filmes vampíricos de Murnau, Browning, Fisher o Coppola; por no mencionar el aburrimiento de la inédita Crazy Eights, algo así como un Session 9 de saldo, y que intenta reciclar a Traci Lords (sí, sí, la misma Traci Lords que hizo historia del cine X al filmar casi toda su filmografía siendo menor de edad y con la documentación falsificada) en actriz seria, acompañada de un plantel de futuras estrellas que nunca llegaron a serlo como Dina Meyer o Gabrielle Anwar.
Pero dado que estas películas, además de tópicas y soporíferas en el mejor de los casos (y abominables en el peor), ni siquiera son divertidas, preferimos recurrir a la mejor peor época de la historia del cine: los últimos años 80 y primeros 90, y a una de las muchas películas que definieron el género de las action movies de serie B y Z por aquel entonces: Arma perfecta.
Supongo que los más veteranos del lugar recordarán que si Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone eran los reyes del cotarro, pronto saltaron a la palestra Steven Seagal y Jean-Claude Van Damme como su reflejo en la serie B y eternos aspirantes a saltar a primera división, sustituyendo a los anteriores cuando se pasaran al cine de autor (en el caso del hoy gobernador de California, con obras maestras como Los gemelos golpean dos veces o Junior; en el segundo, en cintas revolucionarias del séptimo arte como ¡Alto... o mi madre dispara! junto a la abuela siciliana de Las chicas de oro).
Pero todavía se podía caer más bajo que Van-Damme o Seagal (y eso que este último caso era francamente difícil de superar), y por aquella época surgieron un gran número de estrellas de productos rodados directamente para ser explotados (lástima que no los volasen con explosivos de verdad) en vídeo, aunque a veces llegasen a estrenarse en salas cinematográficas (imagino que la gran mayoría en verano, para hacer rodaje al equipo de proyección y que no se deteriorase por el desuso). Es el caso de actores tan relevantes como Dolph Lundgren (que llegó a pelearse con Stallone y Van-Damme en Rocky IV y Soldado universal respectivamente), Michael Dudikoff (imprescindible la saga de El guerrero americano), Lorenzo Lamas (reciclado de galán joven de Falcon Crest a motero guaperas melenudo de rebajas) o Michael Paré (quien no haya visto Marine: Entrenado para matar no sabe lo que se pierde), así como de aspirantes que nunca llegaron a cuajar, caso de Brian Bosworth (Frío como el acero) o esa medianía experta en la disciplina del kenpo llamada Jeff Speakman.
Speakman (resulta curioso que un hombre tan parco en palabras se apellide "El hombre que habla", pero no nos vayamos por las ramas) protagonizó en 1991 esta The Perfect Weapon, cuyo objetivo era un claro intento por convertirlo en una nueva y supuestamente rentable estrella del cine de acción. Anteriormente solo había protagonizado un film -Side Roads- y había intervenido brevemente en Slaughterhouse Rock y en Lionheart, un film de Van Damme. Y fue precisamente el productor de una de las mejores películas -dicho esto sin coña alguna- del actor belga, Libertad para morir, y director de la mítica Kickboxer, quien tomó las riendas de la dirección de Arma perfecta. El susodicho se llamaba Mark DiSalle, y después de esta su segundo film no ha vuelto a dirigir, imaginamos que porque estará bajo orden de busca y captura por la división legal de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas.
Cuando les hablé de otra insigne película de acción de la época, El ojo del tigre, mencioné que aquella era como un episodio de El equipo A; pues esta Arma perfecta todavía se parece más a una entrega de los fugitivos del gobierno de la furgoneta negra y roja: vean si no la escena del anticuario chino (o japonés, o coreano, que no me quedó muy claro) que posee una especie de tienda de Todo a 1 Euro de lujo, intimidado por los hombres de la mafia local que le presionan para que venda droga en su negocio, y ante su negativa acaban por romperle algunos jarrones.
Tal y como se nos cuenta en algunos flashbacks, el protagonista del film, Jeff (debieron ponerle el mismo nombre que al actor para que este no tuviese que hacer el esfuerzo de memorizarlo), tuvo una infancia difícil tras el fallecimiento de su madre. Su violencia interior acababa por explotar metiéndose en peleas, y su padre, de profesión... policía (lo han adivinado, cómo iba a ser ebanista o charcutero), se las veía y deseaba para meterlo en cintura. Sería precisamente el mejor amigo de su padre, el susodicho anticuario chino (o japonés, o coreano), quien lo lleva a una academia de kenpo y le presenta al maestro Lo, el cual le enseñará a canalizar dicha violencia, conocerse a sí mismo, entablar una relación armónica con la naturaleza y dar ostias como panes llegada la necesidad.
Y claro está, la oportunidad llega cuando el anticuario chino (o japonés, o coreano) es asesinado, y Jeff se convierte en el arma perfecta del título, repartiendo una somanta de palos a distintos mafiosos orientales del barrio, enfrentados entre sí, y a cuál más malote.
Como no podía ser de otra forma, en el film aparecen los habituales actores asiáticos de este tipo de producciones, del malogrado Mako (Sol naciente), que encarna al anticuario chino (o japonés, o coreano), a James Hong (el malvado de Golpe en la pequeña China, o maître del restaurante chino de un memorable episodio de Seinfeld), pasando por Cary-Hiroyuki Tagawa (también en Sol naciente, para variar) como guardaespaldas del anterior o el profesor Toru Tanaka (al que recordarán como el Subzero de Perseguido), aquí como el despiadado gorila asesino de escasas palabras y constitución de armario empotrado.
Por lo demás, nada más de relevancia que destacar de esta producción, un film rutinario hasta decir basta, idéntico a otras tropecientas cintas que poblaban las estanterías de los videoclubs de nuestra infancia y adolescencia, y que tan felices nos hicieron por aquel entonces. Así estamos como estamos.
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