viernes, 29 de julio de 2011
El (maltrecho) retorno de la Hammer Films
Green Lantern y Los pitufos, que se estrenan hoy, probablemente no sean gran cosa, pero el furor que despiertan las adaptaciones al cine de cómics de la más variada índole -y no se me ocurre algo más variado que el guardián esmeralda de DC y las pequeñas criaturas azules- podría traer consigo que pase desapercibido otro de los estrenos del presente viernes: La víctima perfecta. Pero sin que sirva de precedente, en esta ocasión podríamos habla de justicia poética... porque la película en cuestión merece en el más absoluto de los olvidos.
Y esta justicia poética viene ya de lejos: a veces los retrasos que sufren algunos títulos en llegar a nuestro país son bastante injustificados -por no hablar de los que quedan injustamente inéditos-, pero en la mayoría de las ocasiones dan a entender que hablamos de un producto que no va a despertar demasiado interés. Pero antes de entrar en materia, probémoslo con cifras: Green Lantern ha tardado 1,4 meses en llegar a nuestros cines, mientras que en el caso de Los pitufos hablaríamos incluso de un estreno simultáneo en muchos países del mundo, incluido el nuestro. En cambio, The Resident -porque este es el título original de La víctima perfecta- ha tardado 5,4 meses, esto es, casi medio año, en llegar aquí.
Y eso que la película ostenta como reclamo ser una de las primeras producciones de la mítica Hammer Films desde que renaciera hace muy poco tiempo de las cenizas. Y bien es cierto que nadie esperaba que volviera a vivir una segunda época de plenitud después de aquella que le dieron en los años 50 y 60 -en la década de los 70 llegaría su decadencia- productores, directores y actores como Jimmy Sangster, Michael Carreras, Terence Fisher, Roy Ward Baker, Peter Cushing o Christopher Lee, sobre todo a partir de la revisitación de los monstruos clásicos que ya trató la Universal en los años 30 a partir de un prisma mucho más moderno y teñido de una violencia y sobre todo un erotismo acorde con los nuevos tiempos. Pero el hecho de que esta renacida Hammer se estrenase con un film tan interesante como Déjame entrar, de Matt Reeves, dejaba abierto un resquicio a la esperanza... aunque se tratase de un remake del film sueco homónimo, y superior, de Tomas Alfredson.
Lamentablemente, una cinta tan pobre como La víctima perfecta echa por tierra toda la confianza puesta en este renacimiento: no queda nada de la calidad que la productora británica demostró en sus mejores momentos, ni siquiera de la de los mediocres, y solo la presencia episódica del gran Christopher Lee -por otro lado, triunfalmente recuperado para el cine comercial en las trilogías de El señor de los anillos y la segunda (primera, cronológicamente hablando) de Star Wars- puede recordarnos aquellos años de esplendor. Porque el film que nos ocupa se erige como la enésima muestra -decir variante sería decir demasiado- del thriller contemporáneo con psicópata incluido, ese género que El silencio de los corderos primero y Seven después redefinieron y actualizaron a comienzos y mediados de los 90.
El título del film, tanto el original como el español pese a ser bien distintos, aluden a Juliet Devereau, el personaje de Hilary Swank, actriz de probada calidad -recuerden sus trabajos en Boys Don't Cry y Million Dollar Baby, ambos oscarizados- que cuando se acerca al cine de género suele errar bastante en sus elecciones: Premonición y La Dalia Negra no acabaron de gustar del todo ni a los más fanáticos de Sam Raimi y Brian De Palma, El núcleo no satisfizo a nadie, y La cosecha resultó ser poco menos que infumable. Lamentablemente, La víctima perfecta se contará entre sus peores trabajos, y no porque la intérprete no de la talla (que no es el caso), sino porque el guión no está a la altura y no hay por dónde cogerlo.
Y es que si al menos el film hubiese jugado la baza de la intriga, aunque igualmente no habría reflotado lo suficiente como para salir de la mediocridad por lo menos quizá habría podido conseguir entretener al espectador. Pero, sorprendentemente, y tal vez confiando en el material que tienen entre manos mucho más de lo que se merece, el guionista (aquí junto a Robert Orr) y director debutante Antti Jokinen, revelan cuando apenas se ha alcanzado el primer tercio del film que el villano de la función, y nueva encarnación de psicopatía a lo Norman Bates, es el personaje del casero que encarna Jeffrey Dean Morgan, que fue el Comediante en Watchmen y que como su compañera de reparto aquí no puede levantar el interés del film por mucho que se empeñe. El recurso utilizado para proporcionar esta información al espectador -rebobinar la acción que hemos visto hasta el momento desde otros reveladores puntos de vista- es uno de los pocos atractivos del film... desde un punto de vista formal, porque por lo demás es algo que ya se intuía y que además, como decíamos, malogra cualquier posibilidad de proporcionar una cierta intriga al relato. A partir de ese momento, el relato evoluciona siguiendo los caminos más trillados del género, y la sensación que empieza a crecer en la platea es la del desinterés y la desidia más absolutos, hasta alcanzar un supuesto clímax previsible hasta decir basta.
En fin: un despropósito de principio a fin, que lejos de honrar el recuerdo de la mítica Hammer insulta su legado hasta límites insospechados. No obstante, no está todo perdido: el siguiente título de la productora es el mucho más interesante Wake Wood, esta ya una producción alejada del cine mainstream hollywoodiense, pues la producen Reino Unido e Irlanda y la protagonizan actores poco o nada conocidos, con la salvedad de un inquietante Timothy Spall. El film apuesta por un relato de corte rural cargado de una atmósfera ominosa e inquietante nada desdeñable, y que sin ser ninguna obra maestra aporta ideas e imágenes lo suficientemente impactantes como para quedar grabadas en el recuerdo del espectador. Ni que decir tiene que todavía gana más enteros si se la compara con un producto tan inane como esta La víctima perfecta, que sí, finalmente se ha estrenado entre nosotros, pero que si no lo hubiera hecho tampoco habría importado demasiado.
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