Abandonad toda esperanza

domingo, 17 de febrero de 2008

John Rambo: El eterno retorno



Hay cosas que nunca cambian. Y el personaje de John Rambo, nacido en las páginas de la novela Primera sangre de David Morrell, es una de ellas. Veterano del Vietnam que no consigue reintegrarse en la sociedad posterior al conflicto, viéndose repudiado por aquellos que lo convirtieron en lo que es, tiene que terminar aceptando -una y otra vez, claro- su condición, su verdadera identidad, que es la de ser una perfecta máquina de matar, para después vivir y actuar en consecuencia.



Este aspecto articula toda la saga cinematográfica del personaje, que empezó con Acorralado, adaptación de la novela de Morrell filmada por Ted Kotcheff y protagonizada por Sylvester Stallone, y que hasta la fecha cuenta con tres entregas más, la última, John Rambo (Vuelta al infierno), recién llegada a nuestras pantallas.




Nadie apostaba por el regreso de un Sylvester Stallone que ya cuenta con 61 años como héroe de acción. Pero tras estrenar con éxito Rocky Balboa, sexta entrega de la saga protagonizada por el noble y constante boxeador, el regreso del mortífero Rambo no se ha hecho esperar: la cinta, que Stallone dirige y co escribe además de protagonizar, devuelve a la actualidad al personaje que hizo las delicias de los fans de las action movies en la década de lo 80 veinte años del estreno de Rambo III. Y lo hace sin modernizar prácticamente nada, conservando intacta la idiosincrasia que lo define y le da sentido.



Y esta no es otra que una defensa a ultranza de la ideología fascistoide de la trilogía original, donde el personaje de John Rambo acapara toda la simpatía de sus creadores y del espectador, mientras que los villanos de la función son militares asiáticos de conducta despiadada, casi salvaje, que no dudan en entretenerse obligando a los prisioneros a correr por territorios plagados de minas antipersona.



La única novedad de John Rambo radica, claro está, en el propio envejecimiento del actor, y por tanto del personaje que interpreta: podría decirse que el film aporta la mirada crepuscular hacia su protagonista, del mismo modo que podría hacerlo la próxima entrega de Indiana Jones, con un Harrison Ford de 65 años, respecto del célebre aventurero creado por Steven Spielberg y George Lucas. Ya desde el mismo poster, con un John Rambo de espaldas y la cabeza ligeramente en escorzo, el film que nos ocupa recuerda a Sin perdón de Clint Eastwood, el western crepuscular por antonomasia de los años 90 a esta parte.



Conocedor de sus propias limitaciones, actorales y físicas, Stallone -que es perro viejo- ha construido una película para su lucimiento, sin estrellas que le puedan robar secuencia alguna, y donde los nombres más destacados apenas son conocidos por el telespectador: a Paul Schulze lo hemos visto en breves papeles en Mujeres desesperadas y 24; a Julie Benz podemos verla ahora mismo en la estupenda Dexter. En cuanto a paliar las carencias de la presencia física del actor-personaje, el protagonista de Máximo riesgo apuesta por un film directo y al grano, de apenas 85 minutos de metraje, donde su personaje se cansa lo justo y habla aún menos; al mismo tiempo, concentra el estallido de violencia, esperado con ansia por una platea rendida incondicionalmente, en la parte final del film, cuando, de nuevo, el veterano se ve obligado a penetrar en la jungla de Tailandia para rescatar a un grupo de misioneros cristianos, que han sido hechos prisioneros por un pelotón de soldados liderados por el despiadado comandante birmano.



A partir de ahí se desata una batalla campal, donde Stallone no escatima en litros de sangre, recreándose en una violencia sin sentido que, desde luego, nunca pone en tela de juicio. Es más, su mirada final hacia el campo de batalla poblado de cadáveres no deja lugar a dudas: Rambo (esto es, Stallone) parece abogar porque en un mundo como el nuestro, la única respuesta posible a la violencia es más violencia (véase la muerte de un birmano en manos del misionero que antes defendía la no violencia a toda costa). Así, el protagonista no apuesta por poner la otra mejilla, sino que, metralleta y arco en mano, responde a sus enemigos con la Ley del Talión por delante, desatando una ristra de muertes donde no faltan masacres a base de ametralladora, cabezas cortadas y hasta un asesinato con las manos desnudas.



Es en esta parte la única donde Stallone, como director, se permite modernizar ligeramente la estética que rodea a Rambo, filmando el enfrentamiento entre los marines norteamericanos y los soldados birmanos con un montaje entrecortado y una fotografía ligeramente quemada, que puede recordar a las soluciones visuales de Spielberg en Salvar al soldado Ryan o Eastwood en Banderas de nuestros padres. Por lo demás, Stallone no es precisamente Michael Mann, ni tampoco lo intenta: John Rambo es lo mismo de siempre y, por tanto, no engaña a nadie. No busquen lecturas profundas porque no las hay. Es una action movie como las de antes y, qué quieren que les diga, se disfruta también como las de antes: muchísimo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como me he divertido, viendo a Rambo preparar su picadillo Birmano, le faltaba tirar Spaguettis a la salsa boloñesa que prepara con tanta soltura.


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