Bodrios que hay que ver: Carretera al infierno II

Hay cosas que deberían dejarlas tal y como están. Y Carretera al infierno, esa obra maestra del cine de los años 80, es una de ellas. Pero no; en Hollywood no podían mantener sus sucias manos alejadas de ella.

Aquella película, titulada The Hitcher ("El Autoestopista") en versión original, se estrenó en el ya lejanísimo 1986. Dirigida por un Robert Harmon que jamás volvería a mostrarse tan inspirado, a partir de un magnífico guión de Eric Red (otro que tal), narraba el encarnizado enfrentamiento entre un joven, Jim Halsey (memorable C. Thomas Howell, uno de los Rebeldes de Coppola), y un autoestopista psicópata llamado John Ryder (inolvidable Rutger Hauer). El film conseguía mantener en vilo al espectador en todo momento, imprimiendo una sugerente sensación de claustrofobia pese a narrar una acción que se desarrollaba casi en su totalidad en espacios abiertos, y convertía al personaje de Ryder en un ángel exterminador inquietante como él solo.



Pero lo dicho: en la industria del cine no podían estarse quietos, y en 2003 se estrenaba, en formato direct to video (aunque debería haber sido direct to garbage, "directo a la basura"), una tardía secuela, Carretera al infierno II (The Hitcher II: I've Been Waiting), que recuperaba a C. Thomas Howell en la piel de Halsey. Esto último nada extraño si tenemos en cuenta que el director de tamaña estupidez, Louis Morneau, es experto en trabajar con ex estrellas o actores de carácter venidos a menos (Cliff de Young, Steve Railsback, James Belushi, Timothy Dalton o ese caso perdido llamado John Savage), o incluso con algunos que nunca merecieron serlo (¿recuerdan al Michael Dudikoff de El guerrero americano?).



En fin, vayamos al meollo de la cuestión, que cuanto antes acabemos mejor: Carretera al infierno II (da miedo tan solo mencionando el título) arranca, vaya tú qué cosas, con una escena magnífica, que promete una tensión, un interés y una profundidad psicológica que no encontrarán en los ochenta minutos restantes. La acción de la película da inicio con un anciano y un niño, suponemos que abuelo y nieto, a bordo de un coche en mitad de una noche lluviosa. Un hombre misterioso se cruza en su camino y les detiene; al parecer, tiene un problema con su avioneta, y necesita la ayuda del veterano. Este abandona el coche y le ruega al niño que no se mueva de allí.



Ni que decir tiene que nuestras sospechas van dirigidas a que el psicópata del film es ese hombre misterioso... Pero cuando el espectador que viera la primera entrega descubre que bajo la capucha del impermeable se esconde el rostro de Jim Halsey, nada parece estar claro. ¿Acaso, como sucede en muchos casos de maltrato infantil en que las víctimas acaban convirtiéndose en verdugos, la pesadilla que vivió Halsey ha terminado transformándolo en un autoestopista psicópata? Ni mucho menos: pronto descubrimos que Halsey es policía (versión atormentada, claro está). La escena culmina con este disparando al viejo, un psicópata que tenía al niño secuestrado y atado en el asiento del copiloto.



¿Mola, eh? Pues ya está. Si pillan esta peliculilla por accidente y disfrutan de esta estupenda escena, acto seguido ya pueden cambiar de canal para ver Sé lo que hicisteis la última semana. Porque el resto del film es pura basura. Se lo resumo: Halsey es despedido de la Policía, y su novia Maggie (Kari Wuhrer, la maciza del asunto) le convence de que ya es hora de que supere viejos traumas, y para ello nada mejor que irse de vacaciones al desierto de Texas, donde empezó todo. Mira que son ganas... Y a todo esto, ¿quién le dio el título de psiquiatría a una mecánica?



En el camino de Jim y Maggie se cruza Jack, un motero que ha sufrido una avería. Jim, dada la injustificada manía que le tiene a los autoestopistas, no se fía un pelo de él, pero Maggie se empeña en recogerlo. Craso error: Jack es un psicópata homicida que convertirá sus vidas en una pesadilla. Un psicópata que, cual Mortadelo de Ibáñez, tiene una curiosa tendencia a disfrazarse: podremos verlo de motero, camionero, camarero y hasta de erizo. Vale, esto último es mentira, pero solo porque no se le ocurrió al guionista.



Y mira que es fácil preveerlo: a Jack lo interpreta Jake Busey, el hijo de Gary Busey (¿cuánto tardará este hombre en aparecer por esta sección? Seguro que no mucho), y cualquiera que lo haya visto en Agárrame esos fantasmas o Identidad sabrá que no es un tío de fiar. Pero Maggie no es cinéfila (pasa todo el día en el taller, quién lo diría viendo las fotos que acompañan a estas notas) y no se entera de nada. Y así les va.



La grandísima novedad del film radica en quitarse de enmedio a C. Thomas Howell en cuanto tienen la oportunidad, y sus (ir)responsables convierten esta Carretera al infierno II es un remake sosainas y en clave femenina de la cinta original. Vamos, lo mismo que el año pasado fue el remake oficial, con Sean Bean, que no era nada del otro mundo pero que después de ver esta monumental tontería se nos antoja El Padrino de las películas de carretera.



Como imaginarán, Carretera al infierno II es un engendro sin sentido, que aburre hasta a los cactus, y que tiene tan poco interés como para no haber encontrado ni una sola foto digna en toda la red (y les juro que me he mirado y leído Internet entero). De ahí el haber ilustrado esta nota con fotos de la Wuhrer, que de esas sí que se encuentran muchas. Entiendo que no les parezca la mejor solución, y pueden dirigir sus quejas a las Naciones Unidas o Amnistía Internacional.

(+) El remake oficial de Carretera al infierno, un bodrio mucho menos bodrio que la secuela