Antes de pasar a hablar de la película que nos ocupa, me veo en la obligación de justificarme so pena de que me acaben ustedes por dilapidarme... Pónganse en situación: era sábado, tocaba pizza para cenar y había que completar un programa tiple al más puro estilo grindhouse que empezaba con Reservoir Dogs de Quentin Tarantino -una película que, por cierto, no envejece por muchas veces que se vea- para seguir con Zombi, el clásico setentero de George A. Romero -esta sí envejece, pero bastante bien y sigue resultando muy potable-. Por supuesto, necesitaba una película de terror; además, tenía que ser una película de terror cuya edición en DVD no dispusiera de subtítulos en español, lo que nos obligaría a verla doblada (y es que comer una pizza barbacoa y leer subtítulos al mismo tiempo es muy complicado); y, por supuesto, había de tratarse de una película que no supusiera un desembolso considerable, dado que muy probablemente acabaría por ser mala, muy mala o malísima. Y encontramos esta Piñata: Survival Island por 1,50 euros. ¿Quién podría resistirse?
Una vez visto el film, hay que decir que 1,50 euros es un precio bastante caro. Es más, aunque costase veinte céntimos habría sido un auténtico abuso, una verdadera estafa. Porque Piñata: Survival Island, estrenada en 2002 y también conocida como Demon Island (así como otros apelativos menos cariñosos, pero no oficiales) es una de las mayores basuras jamás rodadas, un engendro que produce vergüenza ajena como debería de provocarla propia a todos los implicados en ella: empezando, claro, por los realizadores, los hermanos David y Scott Hillenbrand, más peligrosos que los hermanos Dalton o los hermanos Kray, y cuya retahíla de películas que desconozco lleva por títulos cosas tan sospechosas como Hostile Takeover, King Cobra o Transilmania.
Y qué decir de los actores protagonistas: ¿qué lleva a Jaime Pressly y Nicholas Brendon a leer un guión como este y decirse así mismos: "Vale, me apetece hacer esta m... esta estupenda película"? Por si no lo saben, Jaime Pressly es esa chica buenorra (sobre todo para llamarse Jaime) que fue una de las chicas buenorras de DOA (Dear or Alive) -otro bodrio que hay que verlo para creerlo-, la villana de la reivindicable No es otra estúpida película americana... y la estupenda ex mujer del protagonista de la serie Me llamo Earl, en donde demostraba su increíble vis cómica y que este género, el de la comedia, es su fuerte. Porque el de terror, desde luego, no. En cuanto a Nicholas Brendon, ustedes lo recordarán como eterno amigo pagafantas de Buffy, la cazavampiros televisiva encarnada por Sarah Michelle Gellar.
Pero vamos a lo que vamos: Piñata va de un grupete de adolescentes de 35 años -al parecer, en Norteamérica la adolescencia es más larga que un día sin pan- que deciden participar en una competición de un campamento de verano que consiste en encontrar cuantas más prendas íntimas que han sido escondidas previamente mejor (eso es saber divertirse). En dicho grupo -donde no falta el negro salido, la negra reticente, la rubia cachonda y el colgado- se cuentan también un chico y una chica (Jaime y Nicholas) que han sido pareja, que ahora están enfadados el uno con el otro, pero que en el fondo se quieren y se desean y no pueden pasar ni un minuto más sin volver a estar juntos.
Como ven, el colmo de la originalidad. Pero es que cuando la película se vuelve original, más vale que se hubiera quedado como estaba: dos de los participantes encuentran una antigua piñata hecha de barro semi enterrada en un pantano. El prólogo del film nos explica que aquella piñata fue creada por un hechicero indio para encerrar dentro a todos los males del mundo. Esto es algo que, después, uno de los personajes volverá a explicarnos luego, porque sin duda los responsables del film piensan que el espectador es tan tonto como los protagonistas. Y a lo mejor no les falta razón, porque para tragarse esto...
En fin, sigamos: a los sujetos que encuentran la piñata no se les ocurre mejor actividad que intentar romperla, y así liberan a los demonios de su interior. Pero lo que más mola es que la piñata cobra vida gracias a unos de los efectos especiales infográficos más abominables jamás vistos en la gran pantalla, y se dedica a matar a los jóvenes y a los monitores (que tienen un año o año y medio más que los anteriores) uno a uno a golpe de maza, mientras va mutando de apariencia sin ninguna explicación.
Esto permite a los realizadores mostrar algo de gore excesivo pero a la postre ridículo por cutre, mientras los y las protagonistas lucen palmito. Pero el film es tan tonto, la trama tan absurda y los diálogos tan risibles, que no satisfará ni a los amantes de las vísceras ni a los que se conforman con disfrutar del físico de estos adolescentes que rondan los cuarenta.
Como se imaginarán, y pese a su escasa duración -apenas hora y veinte-, ver Piñata: Survival Island es una experiencia soporífera, sobre todo a partir del minuto veinte de metraje, que coincide con el momento en que has terminado de cenarte la pizza. A partir de entonces, todo es cuesta abajo, y solo quieres que la película termine para poder dedicarte a cualquier otra actividad más productiva, ya sea leer un rato, dormir o vaciar el lavavajillas. Así están las cosas, y así se las hemos contado.
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