Abandonad toda esperanza

martes, 5 de diciembre de 2006

Un superhéroe en blanco y negro

Y no precisamente porque sea clásico. Zebraman, producción de 2004 del prolífico Takashi Miike, es uno de los trabajos más accesibles de este kamikaze japonés, capaz de filmar hasta siete películas en un año, y con una filmografía que cuenta con títulos tan fascinantes, salvajes y contradictorios como Visitor Q, Audition, Ichi the Killer o la trilogía Dead or alive.



En esta ocasión, Miike realiza un paródico homenaje del género superheroico, sobre todo en su vertiente nipona (¿quién no recuerda a Ultraman o a los Power Rangers?), sin olvidar influencias propias de los cómics y el cine norteamericanos: la sombra de El protegido de Shyamalan, por más que aquí estemos ante un film más cómico que trágico, es alargada.

Quizá recuerden aquel episodio, uno de los más inteligentes y ácidos (que ya es decir) de Futurama, en el que unos alienígenas ponían como condición para no invadir la Tierra que se le ofreciera el final de una serie televisiva sobre una abogada soltera e independiente, clara parodia de Ally McBeal. Algo de eso hay en Zebraman, cuya acción se ambienta en la Yokohama del año 2010. En este marco, y más cerca del Gran Héroe Americano que de Superman, el protagonista se presenta como un profesor al que no respetan ni sus alumnos ni su propia familia, incluyendo a su hijo pequeño, que sufre abusos en la escuela por ser su padre quien es.



Obsesionado con una serie televisiva de escaso éxito pero con la categoría de obra de culto, protagonizada por Zebraman, llegará a confeccionarse un traje y adquirirá la identidad del superhéroe para, cual Quijote moderno, desfacer entuertos allá donde vaya; el mayor de todos ellos será enfrentarse a un ataque alienígena, al más puro estilo La invasión de los ultracuerpos, que toma como base los guiones inéditos de la mencionada serie favorita del protagonista.



La primera mitad del film es ejemplar: Miike muestra a la familia de Ichikawa, el protagonista, como un núcleo disfuncional, algo usual en su filmografía, y no tiene piedad a la hora de ridiculizar a su protagonista... Lo cual haría todavía más emocionante la parte final, con Ichikawa convertido en un héroe de verdad. Pero en el tramo intermedio, el autor de Gozu cae en varios tópicos del género, sin ofrecer una mirada distanciadamente crítica hacia ellos.



No obstante, entre tanta mediocridad que prolifera en el género (pienso en cintas como Daredevil de Mark Steven Johnson o Los 4 Fantásticos de Tim Story), bien podría dársele una oportunidad a Zebraman, un producto imperfecto, bien es cierto, pero cargado de personalidad, con algunas escenas (hasta las tópicas: véase la recuperación del niño paralítico hacia el final de la cinta) de antología, y que reivindica el poder de la fe en uno mismo para alcanzar el poder supremo: ser aceptado por los demás.

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