Abandonad toda esperanza

sábado, 10 de abril de 2010

James Whale, o un mundo de dioses y monstruos

Hoy en día, cuando algunos directores (pensemos en Scorsese, Tarantino, Lynch o el difunto Kubrick) tardan varios años en preparar y llevar a cabo un proyecto (sin contar aquellos que nunca llegan a ver la luz), resulta harto extraño pensar en la productividad de la época dorada de Hollywood, cuando un realizador como Michael Curtiz (el firmante de, nada más y nada menos, la mítica Casablanca) llegó a dirigir más de ciento cincuenta películas entre 1912 y 1961.

Un caso parecido, sin llegar a la exageración del anterior, es el de James Whale: veintiún largometrajes acreditados en diecinueve años dedicados a la dirección cinematográfica. No obstante, si Whale permanece en la memoria del aficionado y no ha pasado a engrosar las filas de los artesanos olvidados del cine clásico, es debido a tres de los largometrajes que filmó para Carl Laemmle Jr. y la mítica Universal. Tres películas de terror, por supuesto(1).



El "Ciclo Frankenstein"

El díptico formado por El Dr. Frankenstein (más conocida por su título original, el escueto Frankenstein) y La novia de Frankenstein, particularmente, son los films de Whale considerados por la crítica y el público como sus obras maestras indiscutibles.

En su espléndido libro sobre Whale(2), James Curtis distingue en su filmografía proyectos personales y encargos que en principio le resultaban ajenos. Curiosamente, las dos películas de este pequeño ciclo pertenecen al último grupo: la primera de ellas nace como resultado del gran éxito del Drácula de Tod Browning, filmada ese mismo año, y en un principio contaba de nuevo con el húngaro Bela Lugosi como intérprete del Monstruo. El francés Robert Florey (La bestia con cinco dedos) iba a ser el realizador. Pero Laemmle, en última instancia (algo habitual en él, por otra parte), cambió de planes y confió finalmente en Whale, el cual -por consejo de su amigo y amante David Lewis, que le había visto actuar en El código penal de Howard Hawks-, acabó contratando al entonces desconocido y hoy mítico Boris Karloff.



En cuanto a La novia de Frankenstein, surgió -como es obvio- tras la excelente recepción de su predecesora, y fue de nuevo un éxito de taquilla, aunque algo más comedido.

Pero volvamos a la primera adaptación del clásico de Shelley realizada por Whale para la Universal: con ella, el autor de El caserón de las sombras mitificó al personaje de la Criatura por encima del propio doctor Henry Frankenstein, quizá por su carácter de paria desclasado, pareja a la del propio Monstruo: no olvidemos la condición de homosexual reconocido públicamente en los años 30 del cineasta británico.



Como han señalado algunos críticos(3), el mayor logro de este film de 1931 radica en el inestable equilibrio entre su fondo (conservador e inmovilista, como corresponde a la época) y su forma (sugerente y rompedora, influenciada por los clásicos del expresionismo alemán tan del gusto de Whale, y pletórica de la poesía visual que sería habitual en las siguientes realizaciones de su autor).

Así pues, en ocasiones, las imágenes parecen contradecir el significado del film: si este parece querer advertirnos de los peligros que entraña el hecho de que el hombre quiera reemplazar a Dios, la Criatura acaba despertando ternura y hasta simpatía en el espectador, por encima del resto de personajes, Henry Frankenstein incluido.

En cambio, la secuela estrenada en 1935 es un film mucho más libre que el anterior, a pesar de incluir un prólogo donde se explica el origen del texto literario (la autora, reunida con Percy Shelley y Lord Byron en Villa Diodati), y de recuperar ideas de la novela original, como la creación de una hembra para la Criatura.



De esta forma, Whale se permite el lujo de añadir un personaje protagonista más, totalmente inédito en la novela: el doctor Pretorius, un científico megalomaníaco que funcionará como villano de la historia, y que pronuncia la célebre sentencia ("¡Un nuevo mundo de dioses y monstruos!") que daría título al biopic de Whale estrenado en 1998.

Con estas dos películas, y a partir de la novela original de Mary W. Shelley (después adaptada y revisitada por cineastas tan dispares como Terence Fisher, Tim Burton, Kenneth Branagh o el español Gonzalo Suárez) y la obra teatral homónima de Peggy Webling, Whale y sus guionistas forjaron el mito del hombre artificial rechazado por la sociedad y del científico enloquecido por las consecuencias de su creación. Hoy en día, a pesar de las continuas revisiones del texto (las más interesantes, las debidas a Fisher para la productora inglesa Hammer), la visión de Whale no se ha visto ni de lejos superada.



El hombre invisible

Pero volvamos unos años atrás, cuando él éxito de Frankenstein estaba todavía reciente, y La novia de Frankenstein no era ni siquiera un proyecto firme.

Tras realizar la primera de ellas, Whale se resistía a continuar con la historia del enloquecido científico y su monstruosa creación... Creía que una secuela devaluaría las ideas del original y se limitaría a intentar exprimir sus logros sin conseguirlo.



Por tanto, entre una y otra cinta, Whale se empeñó en llevar a cabo un proyecto más personal: en 1933 se estrenaba El hombre invisible, una espléndida adaptación de la novela homónima de H. G. Wells, cuya obra literaria Whale admiraba.

Para ello contó con el magnífico actor Claude Rains como protagonista, ocasionando la paradoja de contar con un actor hoy célebre en un papel que limita su presencia física al instante final de la proyección. Por aquel entonces Rains era un desconocido para el público norteamericano: todavía quedaban lejos en el futuro sus excelentes composiciones en Casablanca y Encadenados a las órdenes de, respectivamente, Curtiz y Hitchcock. Este hecho provocó las reticencias de Laemmle, que quería a Karloff o, en su defecto, a Colin Clive (que ya había trabajado con Whale en su debut, Journey's End, y que dio rostro al doctor Frankenstein en los dos títulos sobre el mito).



Finalmente, Whale se salió con la suya, y Rains encarnó con su personal voz a ese hombre perseguido, cuyos logros científicos lo llevan no solo a hacerse invisible, sino a enloquecer y convertirse en un homicida sin freno.

Vista hoy, setenta años después de su filmación, los efectos especiales del film conservan no solo su encanto (algo habitual en las humildes producciones de la serie B), sino su efectividad... Y aunque se han visto claramente superados por los efectos especiales contemporáneos (ahí están los films de John Carpenter y Paul Verhoeven sobre el mito para comprobarlo), la aportación de Whale al tema sigue siendo una de las más satisfactorias, si no la mejor.



Dioses y monstruos

Hagamos un poco de historia: James Whale nació en Dudley, Inglaterra, el 22 de julio de 1889. A los veintiún años entró en la industria del cine, pero sus primeros logros artísticos los llevó a cabo en el mundo del teatro: después de trabajar como actor y decorador para el Birmingham Repertory Theatre, en 1929 debutó como director en la escena londinense en el drama pacifista de R. C. Sheriff Journey's End. Al año siguiente, entró en la maquinaria hollywoodiense para filmar la adaptación de esta misma obra; y en 1931 fue contratado por los estudios Universal, para los que trabajaría diez años, hasta que en 1941 se retiró para dedicarse a la pintura. Después, solo dirigió ocasionalmente una obra teatral en 1949.

Whale murió el 29 de mayo de 1957: su cadáver fue encontrado en la piscina de la mansión donde residía, en Pacific Palisades, California. Al parecer, una vez hecha pública la nota que dejó, y tras muchas especulaciones sobre su defunción, Whale se suicidó movido por un estado de ánimo depresivo, el cual estaba provocado por su precaria salud: una hemorragia cerebral le obligaba a someterse a vigilancia médica continua.



El largometraje Dioses y monstruos es la recreación ficticia del último tramo de la vida del realizador inglés, y se concentra particularmente en su relación con Clayton Boone, el jardinero de su residencia, al que le unía algo más que la atracción física que sentía por él.

El origen de esta película se halla en la novela de Christopher Bram El padre de Frankenstein, novelista británico cuya producción literaria está articulada a partir de un intento de dignificar a una retahíla de artistas gays, como es el caso de Whale.

No es extraño, por tanto, que la novela llamara la atención de dos reconocidos hombres de cine homosexuales y especializados en el género fantástico: el realizador Bill Condon y el productor ejecutivo Clive Barker, más conocido por su faceta de escritor (los celebérrimos Books of blood) y ocasional director de cine (suya es, por ejemplo, la primera entrega de la saga Hellraiser). Igualmente, el papel protagonista correría a cargo de Ian McKellen, espléndido actor inglés y homosexual militante(4).



No obstante, gracias al buen hacer de Condon tras la cámara, pero sobre todo gracias al libreto y a la interpretación de McKellen, Dioses y monstruos trasciende su condición inicial de hagiografía gay, y cuenta con momentos de gran poesía, no muy lejanos de los del cine del propio Whale.

De esta forma, el film resultante viene a ser el retrato de una época y de un modo de ver el séptimo arte, así como de un poeta que hizo de sus películas la expresión de su personalidad, gozosa a la par que herida, repleta pues de conflictos.



Notas:

(1): Para aquellos que deseen conocer mejor la aportación al fantástico de esta productora resultará imprescindible la consulta del espléndido trabajo monográfico El cine fantástico y de terror de la Universal, de Carlos Aguilar et alii, San Sebastián, Semana de Cine Fantástico y de Terror, 2000.
(2): James Whale, San Sebastián-Madrid, Festival Internacional de Cine-Filmoteca Española, 1989.
(3): Véase el interesante trabajo de T. Fernández Valentí y A. J. Navarro: Frankenstein. El mito de la vida artificial, Madrid, Nuer, 2000, pp. 169-189.
(4): Por su interpretación de Whale, McKellen consiguió una nominación al Oscar, que no fructificó finalmente, pero que le ha permitido introducirse en el mundo de las grandes producciones: ahí está su cometido como el mago Gandalf en la saga de El Señor de los Anillos para verificarlo.



Nota bene.- Hace cuatro años que, con motivo de la emisión televisiva de Dioses y monstruos, enlacé a este breve ensayo publicado con anterioridad en Villena.net. Pero dado que el artículo ya no está disponible en la red, y aprovechando que esta semana no hay "Las recomendaciones del sábado" escritas para El Periódico de Villena -pues hasta los periódicos (y los bloggers) merecen (y merecemos) vacaciones de vez en cuando-, he optado por recuperarlo aquí. Espero que sea de su interés, aunque no pasa de ser una mera introducción superficial al universo de James Whale y a sus aportaciones al cine de terror de la Universal.

2 comentarios:

David dijo...

Me ha gustado el post. Dioses y monstruos es mucho más que una hagiografía gay, como bien dices. Y sí, McKellen fue nominado al Oscar por su excelente interpretación...pero aquel año si no recuerdo mal ganó Roberto Benigni (y aparte de McKellen estaba Norton por American History, Nolte por Aflicción...vamos, acierto total el de la Academia).
Un saludo.

Francisco J. Ortiz dijo...

Gracias. Sí, lo de la Academia aquel año fue de traca. Recuerdo que mi favorito era, con diferencia, Nolte con "Aflicción", pero McKellen habría sido también una opción más que merecida. Y, además, por su militancia gay, un premio políticamente correcto frente al broncas de Nolte. Lo de Benigni, francamente, sigo sin entenderlo a día de hoy.

Echo un vistazo a tu blog y leo una reflexión de Hawks. Casualidades de la vida, acabo de escribir unas líneas sobre el director (y el crítico Robin Wood), que se publicarán aquí este martes 13. Espero te gusten si tienes un rato para leerlas.

Un abrazo, y gracias por tu visita.


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