
Hace apenas una semana adquirí la segunda edición de
La vida es buena si no te rindes de Seth, editada por
Sins Entido, ajustando así cuentas pendientes con mi biblioteca y con uno de sus múltiples huecos. Porque los que somos coleccionistas -en mi caso de películas, de cómics... y de libros; sí, porque también leo libros, y a veces hasta los entiendo- vivimos rodeados de
huecos, de lagunas pendientes de superar... Aunque mal que nos pese en el caso de los coleccionistas de cómics, según
algunos, nuestra afición revele menos sensibilidad que la de los coleccionistas de sellos.
Precisamente un coleccionista de cómics es el protagonista de este relato, que no es otro que el propio Gregory Gallant, que en la década de los 80 se cambió el nombre por el seudónimo artístico de Seth para erigirse en uno de los nombres clave del cómic independiente actual.

A Seth, de nacionalidad canadiense, ya lo conocía como personaje de
ficción por su comparecencia justo a su colega y compatriota Chester Brown en
Pobre cabrón, de Joe Matt, el tercero en discordia. Los tres forman un grupo de amigos autores de historieta que, como recordara
Andreu Martín en su participación en Mayo Negro hablando de su faceta como guionista de tebeos, se relacionan en la vida real y se cruzan de vez en cuando en sus respectivos universos de ficción, dando pie así a una peculiar pirueta metanarrativa a la que hay que reconocerle cierta gracia. Sin ir más lejos el autor de
El Playboy -dedicada a Seth, "por su ejemplo como artista"- aparece como Chet, el mejor amigo del protagonista, en
La vida es buena si no te rindes.


En esta narración que vio la luz por vez primera de forma serializada en la revista
Palookaville, durante cuatro años a mediados de los 90, Seth se dibuja a sí mismo como un depresivo crónico, continuamente insatisfecho pese a que la vida no lo ha tratado demasiado mal. Quizá se deba a que sus varias relaciones sentimentales -que parece no costarle demasiado establecer- no acaban nunca por consolidarse, seguramente por su propio carácter depresivo y su preocupación por perderlas: como una pescadilla que se muerde la cola, el autor de
Ventiladores Clyde se pasea como un alma en pena por las calles de un Canadá igualmente fantasmal en busca de un ideal vital que no acaba de saber muy bien cuál es.

Al parecer, su único consuelo es alimentar su faceta como coleccionista de historietas, y en su permanente búsqueda y ocasional hallazgo de tesoros semiolvidados en librerías de segunda mano se topa con algunos ejemplares primitivos del
The New Yorker. En sus páginas, entre otras perlas de autores como Peter Arno, Charles Addams o Richard Taylor, descubre un chiste aislado firmado por Kalo. Su obsesión completista llevará a Seth a investigar sobre la figura de este desconocido colaborador ocasional del célebre
magazine cultural -para el que tiempo después él mismo realizaría una portada-, descubriendo que su nombre real es el de Jack Kalloway y que, como él, es canadiense.

En el film de Theo Angelopoulos
La mirada de Ulises -si se me permite comparar un arte
muy menor, como es el cómic según
algunos, con otro mayor como el séptimo arte, aunque Angelopoulos no sea Luis Buñuel-, el periplo del director de cine A. en busca de los trabajos primigenios de los pioneros del cine griego se convertía en una odisea similar a la de Ulises en su regreso a Ítaca, en un regreso a los orígenes de un hombre y de una nación. Algo parecido le sucede a Seth, pues en su incansable periplo en pos de un dibujante ya fallecido y olvidado por la mayoría, el autor volverá a caminar por las calles que pateó en su infancia y descubrirá el eco de un tiempo pretérito en el que todo parecía más fácil.

No tema el lector menos iniciado perderse en la lectura de
La vida es buena si no te rindes: pese a las varias referencias culturales que salpican sus páginas, esta obra es todo menos pesada o farragosa; el ritmo es moroso, sí, pero el lector fácilmente se deja contagiar del entusiasmo, que no del estado depresivo, del propio Seth, que construye lo que podríamos llamar un
slice of life de intriga, y cuyas páginas se van pasando con creciente interés por llegar al final y descubrir todo lo posible sobre la figura de Kalo. Con todo, Seth es prudente e incluye al final un glosario de artistas, personajes y obras citadas.

Pero, por supuesto, los expertos en la materia serán los que más disfruten, y aunque un servidor no pueda considerarse como tal, el poseer una biblioteca considerable permite que
La vida es buena si no te rindes nos lleve a disfrutar hojeando y ojeando las páginas de otras obras que descansan en las estanterías: así, Chet -esto es, Chester Brown-, confiesa en la cola de un cine donde Seth y él se disponen a ver
El invisible Harvey su interés por
Bill Ward, "el que dibuja tetas como torpedos" (p. 52) según Seth (recuerden
El Playboy y el interés de Brown por el erotismo gráfico). Esta referencia nos lleva a otear
The Wonderful World of Bill Ward, el impresionante volumen de Taschen repleto de chicas en versión Ward... aunque el poseerlo como un tesoro en nuestra biblioteca desvele, ya se sabe, nuestra escasa sensibilidad.

Unas páginas después Seth confiesa que viajar en tren siempre le recuerda un instante de
La isla negra de Hergé (pp. 76-77), donde Tintín y Milú -personajes que, como bien saben
algunos a su pesar, cumplen ochenta años- caminan peligrosamente por el techo de un tren en marcha, en una secuencia que los editores intentaron -infructuosamente- que el autor eliminara por miedo a que los lectores más jóvenes y temerarios intentaran repetir las andanzas del joven periodista. De nuevo nos dirigimos al estante, cogemos el álbum correspondiente y de nuevo nos retrotraemos -como Seth- a nuestra infancia, al momento en que
esas veintitrés aventuras [que] han emocionado a lectores del mundo entero durante siete décadas nos emocionaron por vez primera. Será que somos unos insensibles.

Y, claro, luego está
The Complete Cartoons of The New Yorker de Black Dog & Leventhal Publishers, el impresionante recopilatorio de los chistes gráficos publicados en el
magazine que nos traímos de Madrid en uno de nuestros viajes a la capital: nuestra escasa sensibilidad, ya saben, nos convierte en mulas de carga capaces de soportar los muchísimos kilos que pesa el libro para, al final, dejarlo que coja polvo en un anaquel en lugar de dedicar nuestro esfuerzo a algo más productivo, o al menos más
sensible, como coleccionar sellos. En las páginas de esta obra, por cierto, descubrimos la ausencia de Kalo... porque Kalo, verdaderamente, nunca existió, y no es más que una licencia ficcional dentro de una obra autobiográfica como es
La vida es buena si no te rindes.

En resumidas cuentas:
La vida es buena si no te rindes me parece una obra maestra, pues de maestría hace gala Seth en su manejo de los recursos del arte secuencial, con un dominio absoluto del monólogo y del diálogo seguido de secuencias carentes de texto donde todo el peso de la narración descansa sobre la sucesión de imágenes, imprimiendo en todo momento una melancolía veraz a lo narrado... Si bien, curiosamente, el recuerdo de otros autores y otras obras,
como bien apuntara Francisco Naranjo, se materializa a través de la palabra y no de la imagen.

Hablando de palabras y de imágenes:
La vida es buena si no te rindes es una obra maestra, sí, que puede codearse desde ya en igualdad de condiciones con los más celebrados títulos de autores como Art Spiegelman (
Maus) o Chris Ware (
Jimmy Corrigan)... Pero una obra maestra dentro de las fronteras de su medio, como la
Lolita de Nabokov es una obra maestra de la literatura o la de Kubrick lo es del cine. Una obviedad esta que pese a ello y visto lo visto todavía hay que aclarar: no hace falta compararla, como hacen
algunos, con un libro de Thomas Mann o un film de Luis Buñuel porque, ni se puede, ni tiene sentido, ni hace falta. Como mucho, podremos compararla con otras historietas; y seguro que encontrarán muchas peores, pero muy pocas mejores que esta. Aunque todas, unas y otras, serán comparables a priori.

Para poner punto y final a estas reflexiones, les recomiendo encarecidamente la interesantísima lectura que de la obra de Seth hace
Pepo Pérez, otro de esos insensibles según
algunos, en su blog
Es muy de cómic. Hay que ver lo que son capaces de sacar algunos mitómanos insensibles de algo tan
menor como unos
dibujos animados.
Título: La vida es buena si no te rindes
Autor: Seth (guión y dibujo)
Editorial: Sins Entido
Fecha de edición: septiembre de 2009 [2.ª ed.]
200 pp. (bitono) - 19 €Nota bene.- Por si todavía queda alguien que no lo haya leído... Con todos ustedes,
don Vicente Molina Foix:

[Todas las imágenes interiores provienen de La vida es buena si no te rindes, con excepción de: 4.ª- Pobre cabrón, de Joe Matt; 13.ª- "El sabor" (en NSLM), de Santiago García y Pepo Pérez.]