Para superar una crisis familiar, un matrimonio y sus dos hijos deciden abandonar la gran ciudad de Chicago y comprar una vieja casa con establo en un pequeño pueblo. Una vez instalados, el hijo pequeño empieza a advertir presencias, algo que su hermana mayor notará enseguida. Pero nadie les creerá...
Este es el argumento de The Messengers. ¿Les suena? Seguro que sí, y es porque, prácticamente, ya la han visto: enésima variación (por llamarla de una manera) del subgénero de las casas encantadas, donde destacan producciones como The haunting de Robert Wise o La leyenda de la casa del infierno de John Hough, no aporta nada nuevo a los estilemas popularizados por La maldición de Amityville, sus varias secuelas y sus múltiples imitaciones, por no hablar del remake estrenado hace dos años: La morada del miedo.
Tras el prólogo, ambientado como Dios manda en el pasado y que explica en buena medida todo lo que veremos después, la acción va avanzando al mismo tiempo que el espectador va perdiendo la esperanza de encontrar algo de interés. Los sustos son predecibles y baratos, y los personajes carecen de matices, desde la adolescente protagonista al amigo contratado, que desde que aparece en pantalla tenemos claro que, o bien no es trigo limpio, o su aparición es gratuita y solo sirve para alargar el metraje. No desvelaremos aquí de cuál de las dos opciones se trata, pero sea cual sea es obvio que el resultado es desolador.
De esta forma poco puede hacer el reparto con sus respectivos roles, por más que esté formado por nombres de lo más competentes: de Dylan McDermott (popular por la serie televisiva El abogado) a Penelope Ann Miller, que vivió años de esplendor en los 90 con Atrapado por su pasado o The Shadow, pasando por John Corbett (el locutor de Doctor en Alaska) o por la verdadera protagonista de la cinta, Kirsten Stewart, joven promesa que ya despuntó como hija de Jodie Foster en La habitación del pánico.
Los que no cumplen, claro está, son los realizadores, los hermanos Danny y Oxide Pang, firmantes de The eye y que con esta The Messengers debutan en el cine de Hollywood decepcionando al personal. El que sí cumple su cometido es Sam Raimi, que produce junto con otros (entre ellos, su fiel socio, desde los tiempos de Posesión infernal, Robert Tapert), y que probablemente se llevará un buen porcentaje de taquilla. Que dado lo poco exigentes que estamos últimamente, justificará con creces la inversión y una posible y temible secuela.
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