A veces le preguntan a uno que elija una sola recomendación de entre todos los libros que ha leído últimamente, o de entre todas las películas que ha visto en el último mes. A nadie se le escapa la dificultad de la empresa, porque los méritos y defectos suelen estar más o menos repartidos, y si bien rara vez nos encontramos con un vomitivo engendro con apariencia de película, libro o cómic, tampoco suele ser habitual que hayamos disfrutado de una obra maestra sin paliativos.
Pero si me preguntan qué cómic recomendaría sin reservas de entre todo lo leído últimamente, y eso que he disfrutado horrores con maravillas (de las cuales algunas ya han sido mencionadas aquí) como Los muertos vivientes de Robert Kirkman, los cómics negros de Greg Rucka, la recopilación del primer Spiderman de Straczynski, el Torpedo de Abulí y Bernet, o la subyugante Strangehaven, si tengo que quedarme con un solo cómic, decía, no lo dudaría ni por un momento.
Y es que por el Peanuts de Charles Schulz, editado aquí como Snoopy y Carlitos, no pasan los años. Ahora estoy leyendo el tercer tomo editado por Planeta de Agostini, que recoge las tiras publicadas en 1955 y 1956 (ya ha llovido desde entonces), y si una de cada seis o siete tiras es digna de aplauso, al menos una de cada veinte o veinticinco es una obra maestra del noveno arte concentrada en apenas cuatro viñetas, y ante la cual habría que arrodillarse repetidas veces para agradecer su mera existencia.
Como dice en su lúcido prólogo, repleto de admiración, Matt Groening (el creador de Los Simpson y Futurama), dibujar a Charlie Brown parece sencillo. Pero los carlitos de los imitadores son imperfectos, extraños, marcianos. Sólo el Charlie Brown original de Schulz encierra tanta belleza, tanta tristeza, tanta verdad, en un círculo, dos puntitos por ojos, una curva por nariz y una rayita por boca.
Si la imagen que tienen de Snoopy y compañía es la de mero objeto de merchandising, caras para poner en mochilas, tazas y llaveros, redescubran las tiras originales de Charles Shulz. Creo que me darán la razón en que estamos ante una de las obras cumbre del arte secuencial.
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