Abandonad toda esperanza

domingo, 15 de junio de 2008

La duquesa de Langeais: La pasión y el decoro



Sobre La duquesa de Langeais, la última película de Jacques Rivette (ese veterano cineasta francés que consigue estrenar su obra en España de forma intermitente: una sí, una no... y así sucesivamente), pesan un par de inexactitudes que le hacen flaco favor a la percepción que a priori se pueda tener de ella. Por un lado se la considera una película contemplativa, debido a su ritmo moroso, cuando en realidad estamos ante un film que se apoya mucho más en la palabra que en la imagen, y en el que su máximo responsable narra mediante esta última solo en contadas ocasiones.



Por otro, se la ha considerado una película excesivamente teatral, debido a que la mayoría de su metraje acontece en interiores, en estancias cerradas, y donde la acción se desarrolla entre dos personajes principales y escasos secundarios, meros comparsas sin demasiado peso en el relato. Pero, en cambio, la mirada de los actores es tan importante o más que lo que dicen, y los carteles que sirven de introducción a las escenas aportan un valor literario del que suelen carecer las acotaciones teatrales, meramente funcionales salvo en casos concretos (en nuestra tradición literaria, recuérdense la casi irrepresentable La Celestina o la cumbre del esperpento valleinclanesco Luces de bohemia).



Y es que La duquesa de Langeais no olvida en ningún momento su origen literario, la novela homónima (al menos en su estreno español, pues el título original del film es Ne touchez pas la hache) de Honoré de Balzac, al que Rivette ya adaptó, más libérrimamente, en La bella mentirosa (según La obra maestra desconocida). Aquí radica, a nuestro parecer, el mayor, en realidad el único, defecto del film: al autor de Paris nous appartient parece olvidársele, o quizá no le importa, la naturaleza eminentemente visual del cine, y como señalábamos al comienzo de estas líneas se apoya demasiado en el discurso oral de sus personajes y no en la propia puesta en escena.



Ahora bien, cuando el que fuera uno de los nombres capitales de la Nueva Ola francesa apuesta por aquella -escenas marcadas por el silencio, como aquella en la que la duquesa rompe la tarjeta de su enamorado, o las dos únicas secuencias de acción de la cinta, sendos secuestros de la duquesa-, el film gana enteros en intensidad y dramatismo, subrayando la fatalidad de una historia de amor imposible, la protagonizada por la caprichosa Antoinette, esposa del duque de Langeais, y el atormentado general Armand de Montriveau.



Rivette subraya el fatalismo de este amour fou arrancando con la parte final de tan peculiar idilio, cuando la duquesa de Langeais se ha apartado del mundanal ruido al convertirse en la hermana Thérèse y recluyéndose en un monasterio de Carmelitas descalzas. Después de que esta confiese a la Madre Superiora la identidad del misterioso visitante francés -en uno de los momentos más intensos y memorables del film-, es cuando la acción vuelve atrás cinco años para narrar los orígenes de un juego sentimental de fatales y, en parte, ya conocidas consecuencias.



Mención especial merece el trabajo de la pareja protagonista, sobre cuyos hombros descansa toda la película: Jeanne Balibar, que ya colaboró con Rivette en la magistral e indescriptible Vete a saber, construye con precisión un personaje que se mueve en una constante lucha interna entre la naturaleza del deseo y la artificialidad de las convenciones sociales; y Guillaume Depardieu, hijo de uno de los grandes nombres del cine galo y ex adolescente problemático, se muestra mejorado y convenientemente castigado por el paso del tiempo, haciendo de su Montriveau un personaje verdaderamente memorable. Al lado de ambos el elenco de actores de reparto, por más que cuente con presencias indiscutibles como las de Bulle Ogier o Michel Piccoli, se muestra como un mero apoyo de muy medida relevancia.



Así pues, La duquesa de Langeais, más allá de los peros subrayados aquí, es una muestra más, repleta de pasiones ocultas que laten bajo la superficie del decoro, de la indiscutible personalidad de Jacques Rivette... Un cineasta del que esperamos que sus próximos trabajos nos lleguen al completo, y no ocurra con filmes como el díptico de Jeanne la Pucelle, Secret défense o Histoire de Marie et Julien, que todavía permanecen inéditos en nuestros cines, pudiéndose encontrar (en el mejor de los casos) solo en formato doméstico.

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