Abandonad toda esperanza

jueves, 19 de diciembre de 2013

Marshal Law: El remedio a la enfermedad del superheroísmo




Hoy en día, poner en tela de juicio la figura del superhéroe -y no solo en los cómics, sino también en el cine- está a la orden del día: autores como Grant Morrison o Warren Ellis han explorado más de una vez las posibilidades de pervertir este icono nacido en los años 30 del siglo pasado desde dentro del propio mercado mainstream, y otros como Garth Ennis han hecho de este acercamiento irreverente y desprejuiciado casi un subgénero propio. ¿Qué son si no títulos escritos por él como The Boys o en menor medida The Pro? ¿O el muy popular hoy, gracias a las adaptaciones cinematográficas, Kick-Ass ideado por Mark Millar? Todo ello sin necesidad de mencionar títulos menos populares y/o relevantes como Bienvenidos a Tranquility, The American Way, Halcyon o Twilight Guardian.




Pero hubo un tiempo en el no fue así: corría el año 1987, y por aquel entonces la maxiserie Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, título que sentó las bases de esta revisión del género superheroico, todavía daba sus últimos coletazos en los quioscos. En cuanto a la obra seminal que lo empezó todo, la cada vez más reivindicable Batman: El regreso del Caballero Oscuro de Frank Miller, apenas tenía un año de vida. Fue en esta tesitura que vio la luz, de la mano de Epic (el sello adulto de Marvel, hoy ya desaparecido), el título que hoy nos ocupa: Marshal Law. Todo un precedente, pues, de la actual desmitificación del género, y sin el cual probablemente los títulos mencionados en el párrafo anterior no existirían o al menos serían muy diferentes de lo que hoy son.




Pero hagamos un poco de historia editorial: Epic Comics fue un sello subsidiario de Marvel Comics creado en 1982 por el mismísimo editor-in-chief de la casa, Jim Shooter, a partir del magazine Epic Illustrated aparecido en 1980 y finiquitado en 1986. Bajo dicho sello, comandando también por los veteranos autores Archie Goodwin (el guionista todoterreno de Warren en Creepy y Eerie) y Al Milgrom y que acabaría desapareciendo en 1996, se publicarían obras de cuyos personajes y argumentos sus responsables mantendrían la propiedad de los derechos, y donde podrían tratar temas más adultos y comprometidos, teniendo en cuenta además que sus respectivas tramas no influirían en el sacrosanto Universo Marvel poblado por los superhéroes de la compañía y su igualmente sacrosanta continuidad interna. Para darle empaque al producto, las publicaciones del sello Epic se editarían solo en la modalidad de venta directa y con un papel de mucho más gramaje que el resto de títulos de la editorial.




La primera obra en ver la luz bajo estas circunstancias fue el Dreadstar de Jim Starlin, epopeya galáctica que arrancó en noviembre de 1982; después vendrían títulos como Coyote de Steve Englehart (Batman), Alien Legion, Starstruck de Elaine Lee y Mike Kaluta (como la obra de Starlin, reeditada hoy en formato de lujo), Six from Sirius del tándem Doug Moench & Paul Gulacy, el paródico Groo de Mark Evanier y Sergio Aragonés o Moonshadow de J. M. DeMatteis (Brooklyn Dreams) et alii. Títulos que por lo general, dicho sea de paso, no contaron con un índice de ventas todo lo elevado que era de desear; de ahí que muy pronto los editores se saltaran una de sus reglas autoimpuestas e introdujeran en la línea Epic personajes del Universo Marvel, con el caso de la espléndida Elektra: Asesina de Frank Miller y Bill Sienkiewicz como título inaugural.




Entre estas primeras cabeceras de Epic se encontraba este Marshal Law cuya primera miniserie, subtitulada Miedo y asco con homenaje a Hunter S. Thompson incluido, reedita ahora ECC Ediciones. Fueron seis entregas mensuales, aparecidas entre 1987 y 1988... Así, curiosamente, la obra que firmaban los luego más populares Pat Mills (Sláine) y Kevin O'Neill (La liga de los caballeros extraordinarios) parecía tomar de forma simbólica el relevo de la seminal Watchmen, puesto que el primer número de Marshal Law aparecía con fecha de edición de 1 de octubre de 1987... precisamente la misma que aparecía en los créditos del duodécimo y último cuadernillo de las peripecias de Rorschach, Búho Nocturno y compañía.




En esta miniserie, Mills y O'Neill nos presentaban un futuro más o menos cercano y claramente distópico, tal y como manifestaba la ambientación del relato en las sucias y deprimentes calles de la ciudad de San Futuro, que no es sino una nueva y pesadillesca urbe construida sobre las ruinas de una San Francisco arrasada por un terremoto conocido simplemente como "el Grande". En esta urbe postapocalíptica, los superhéroes campan a sus anchas sin (casi) nadie que les mantenga a raya: resultado de un proyecto militar del gobierno de los Estados Unidos basado en la alteración genética, en la actualidad andan un tanto desmadrados y forman bandas que nada tienen que envidiar a las pandillas callejeras de criminales que pululaban por el extrarradio urbano en la época en la que el cómic fue concebido. Pero estos superhéroes tienen un enemigo encarnizado: Marshal Law, un antihéroe a medio camino entre un policía y un vigilante nocturno que se define a sí mismo como "un cazador de héroes", a los que odia con todas sus fuerzas, y que viste con una estética leather y filonazi. Una suerte de justiciero enmascarado del que puede decirse, parafraseando la frase promocional de aquel Cobra interpretado en la gran pantalla por Sylvester Stallone, que "El superheroísmo es una enfermedad. Él es el remedio".




Law se enfrenta a su vez al que podría ser su peor enemigo cuando un asesino en serie también enmascarado y que se autodefine de forma bastante peculiar -"Soy una bacteria. Soy la forma de vida más baja. Soy un superhéroe"- acaba con la vida de algunas mujeres con un rasgo en común: todas iban disfrazadas como Celeste, una popular superheroína... A partir de ahí, los autores desarrollan un relato de suspense en el que Mills dosifica la información para mantener la atención del lector en todo momento, parodiando de forma inmisericorde todas y cada una de las constantes del género superheroico (desde el propio Superman, origen mismo del género, cuyo sosias recibe aquí el nombre de Espíritu Público); por su parte, O'Neill da forma a un universo abigarrado y grotesco que resulta muy apropiado para la historia que se nos está contando... y de la que conviene no desvelar mucho más en las presentes líneas.




Llegado este punto hay que señalar que el éxito del que gozó esta primera miniserie provocó la publicación de otros títulos protagonizados por el justiciero enmascarado de Mills y O'Neill: quizá el más popular fue Marshal Law Takes Manhattan, en el que se enfrentaba a un trasunto del Universo Marvel en su totalidad, pero tampoco faltaron los crossovers con otros personajes muy populares, como La Máscara, Savage Dragon o el mismísimo Pinhead de la saga cinematográfica Hellraiser. Esperemos que la presente reedición española de ECC goce del mismo éxito y podamos ver todo este material por estos lares en breve; por eso, y porque Marshal Law: Miedo y asco se sigue leyendo con sumo placer pese al cuarto de siglo transcurrido desde su primera aparición y a que su gran legión de imitadores podrían haber provocado un cierto agotamiento de la fórmula. Al parecer, afortunadamente, no ha sido así.


Título: Marshal Law: Miedo y asco
Autores: Pat Mills (guion) / Kevin O'Neill (dibujo)

Editorial: ECC
Fecha de edición: septiembre de 2013
192 pp. (color) - 17,95 €

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