Abandonad toda esperanza

martes, 14 de octubre de 2008

Bodrios que hay que ver: Deep Space (Del espacio profundo)

Apenas tres semanas después de hablar de Alien Dead, su creador, Fred Olen Ray, reaparece en esta simpática sección gracias a otra de las muchas obras maestras que ha dado al cine más apestoso jamás rodado. Por ello algunos podrían tacharlo de abusón, pero la verdad es que el amigo Fred se ha ganado a pulso su condición de reincidente... y les aseguro que no será la última vez que lo veamos por aquí.



Y la masterpiece de hoy no es otra que Deep Space (Del espacio profundo), producción de 1988 y una de esas películas cuya carátula en formato VHS nos amenazaba, durante nuestra más tierna infancia, desde la polvorienta estantería del videoclub un fin de semana sí, otro también, y que nunca nos atrevíamos a alquilar temiéndonos lo peor. Pero como no aprendemos, y conforme nos hacemos mayores vamos perdiendo la lucidez propia de la infancia, a la vejez viruelas; quiero decir, a la vejez Fred Olen Ray.



Veamos: Deep Space arranca con la caída de un cuerpo volante no identificado sobre la faz de la Tierra... o mejor dicho, sobre la faz de un pueblecito yanqui, porque el resto de la Tierra no es propiamente la Tierra en este tipo de películas. En cuanto al objeto en sí, no se trata del típico meteorito que cae a la Tierra por estas fechas, sino de una cápsula artificial -aunque parece más bien una asquerosa vaina al más puro estilo ultracuerpos- que contiene un poderoso agente vírico enviado al espacio por los científicos que lo crearon para mantener a salvo a nuestro planeta. En efecto, imagino que después de lucirse de tal manera rodarían algunas cabezas y más de un científico de estos se quedaría de patitas en la calle...



Sigamos viendo: una pareja de novietes adolescentes, de esos que por muy cachondos que estén siempre dejan de magrearse en cuanto ven caer algo extraño desde el cielo -síntoma inequívoco de que son norteamericanos; en Albacete el meteorito o lo que fuera se moriría de asco esperando y acabaría convertido en fósil-, se aproximan al objeto celeste... y de este surgen unos repulsivos téntaculos que acaban con ellos sin compasión (la misma compasión que siente Fred Olen Ray con sus espectadores, dicho sea de paso).



Acto seguido, la Policía llega a la escena del crimen. Y cuando digo Policía, digo el incomparable Charles Napier, el rostro pétreo más duro de la historia del cine desde que nos dejaron Chuck Connors y Bo Hopkins (bueno, este último no se ha muerto todavía, pero artísticamente es como si nos hubiese dejado allá por los años 70); el mismísimo Charles Napier, el actor que podría haber interpretado a Dick Tracy y a toda su galería de archivillanos sin recurrir al maquillaje; el simpar Charles Napier, actor fetiche de dos directores tan diferentes como Russ Meyer (sí, el de las féminas de enormes ubres) y Jonathan Demme (sí, el de los corderos silenciosos y Jodie Foster). En fin, por si no lo habían cogido todavía: el protagonista es Charles Napier, y aquí interpreta al detective de policía Ian McLiamor, encargado de desentrañar el caso junto a su compañero Jerry Merris.



Conforme avanza la película, por un lado vemos a los científicos lamentarse de su gran error, sobre todo al superior de estos prominentes doctores, encarnado por James Booth (sí, el mismo actor que la semana pasada, en Retaliator, encarnaba al científico principal del proyecto secreto; qué versatilidad la de este hombre); y por otro, seguimos a McLiamor y a su compañero mientras van eludiendo a los agentes del gobierno al más puro estilo Men in Black y van persiguiendo a la criatura del espacio que va dejando un reguero de sangre a su paso. Bueno, criatura... o criaturas, porque tomando buena nota del Alien de Ridley Scott, el gran éxito de taquilla y crítica estrenado casi una década antes, Olen Ray hace que su monstruo en cuestión se reproduzca a través de unas criaturillas a medio camino entre la cabeza-araña de La Cosa y un enorme centollo de esos que cenamos en Nochebuena.



Imagino que se preguntarán si podemos reseñar algo destacable en todo este sinsentido. Pues desde luego que sí: por un lado, la presencia de Bo Svenson como el superior de la pareja de policías protagonista, que al final se enfrenta a la criatura del espacio junto a Napier motosierra en mano (ay, lo que le gustan a Fred Olen Ray las motosierras), así como la interpretación que hace Julie Newmar (una de las Catwoman de la mítica serie sesentera Batman) de una médium que... pues que no se sabe muy bien qué hace por allí, aparte de llamar por teléfono a la Policía de vez en cuando para demostrar sus dotes pero sin solucionar nada de nada.



Ahora bien, por otro lado y sin atisbo de duda, lo más destacable del film es la escena en la que el escocés McLiamor, para echarle los tejos a una compañera del curro a la que ha invitado a cenar en su casa -su especialidad: filete hecho al punto; chúpate esa Ferrán Adrià-, se viste con el traje típico de su país natal, faldita de cuadros incluida, y cual Hevia se decide a darle una romántica serenata gaita en mano.



En fin, vivir para ver, y más que veremos... siempre que venga de la mano de nuestro querido Fred Olen Ray.

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