Hoy tenemos una pequeña sorpresa en esta vuestra sección de "Bodrios que hay que ver"... y es que no siempre los engendros envenenados que debemos evitar a toda costa vienen envueltos en rijoso papel de embalar y huelen a humedad sotanera (vamos, como pasa con el 95% de las cintas que hemos comentado hasta el momento); a veces se nos ponen por delante con suntuosos envoltorios y un atractivo aroma a lavanda o a frutas del bosque que pretenden encandilarnos para darnos bodrio por liebre.
Con esto queremos decir que no solo de cine de serie B y Z vive el cinéfago, y que en el ámbito de las producciones hollywoodienses de serie A también se encuentran ejemplos de hasta qué abismos infectos puede llegar a hundirse el arte cinematográfico. Regreso al infierno es un buen ejemplo de todo ello.
El film, dirigido por Irwin Winkler en 2006, tiene pretensiones de ser una película importante, y no hay nada más lamentable de ver y padecer que una cinta con elevadas pretensiones que acaba por quedarse no a medio camino, sino ni siquiera a salir de la línea de salida.
El film en cuestión viene a ser una de las aproximaciones más lamentables del cine de Hollywood al conflicto bélico de Irak: lejos de los logros de Sam Mendes con Jarhead o Brian de Palma con Redacted, el productor de Danzad, danzad malditos, Rocky, Toro salvaje o Uno de los nuestros se pone aquí tras la cámara (debería haberse puesto debajo, sobre todo si el aparato pesa lo suyo) y manufactura un producto fácil y sensiblero, que huele por los cuatro costados a patético (sobre todo por fallido) intento de arrasar en los premios Oscar cuando ni siquiera merece tener ni una oportunidad en los Razzies... Ya saben, los célebres "Antioscars" que premian a películas malas pero por lo menos divertidamente desvergonzadas, no a grises medianías como esta película que acabamos de padecer.
Regreso al infierno arranca en plena guerra de Irak, para después seguir a algunos de los combatientes del ejército norteamericano en su regreso a casa... aunque el infierno al que acaban volviendo según el título español (el original es el más patriotero Home of the Brave, "El hogar de los valientes") no es otro que un espacio mental forjado por sus propias pesadillas (esto, que parece una frase promocional cutre, no lo es... aunque podría serlo).
El primer personaje principal del film es un médico negro, calvo y atormentado al que interpreta Samuel L. Jackson (un actor ideal para interpretar a personajes negros, calvos y atormentados, porque Gene Hackman, Jeff Bridges o Bruce Willis no dan la talla al respecto), que al volver a los Estados Unidísimos de América debe enfrentarse a su falta de emociones, su dependencia del alcohol y a un hijo adolescente que como todo hijo adolescente apoya una postura tangencialmente opuesta a la de su padre (vamos, que se hace rojo, lleva camisetas que ofenden al sacrosanto George Bush Jr. y dice que la guerra no mola).
A este buen hombre le acompañan en sus menesteres de denuncia para todos los públicos (yanquis) Jessica Biel, que aquí es una soldado del ejército que pierde una mano, y que se pasa la película demostrando que con una prótesis ortopédica pueden doblarse camisetas perfectamente; y Brian Presley, un actor bastante sosongo que nadie sabe muy bien de dónde sale, y que aquí hace las veces de un combatiente que no acaba de integrarse en la sociedad después de perder su trabajo, su novia y a sus mejores amigos. Ya conocerán el famoso refrán de que "Quien se fue a Irak perdió su silla". Pues eso.
¿Verdad que todo el asunto apesta a telefilm de sobremesa? Pues no andan muy desencaminados, pues lo único que diferencia a Regreso al infierno de tantas películas hechas para televisión al más puro estilo del churro aceitoso es el pedigrí de su realizador y el de sus dos principales protagonistas. Por cierto, Irwin Winkler es, como señalábamos, un productor de los de toda la vida que acabó convirtiéndose, aunque algo tardíamente, en director de cine: debutó con dos estimables cintas protagonizadas por Robert De Niro -Caza de brujas y La noche y la ciudad-, para luego pasarse al cine comercial y sin personalidad alguna con La red, A primera vista, La casa de mi vida y De-Lovely, el biopic de Cole Porter.
Como puede verse, se trata de un realizador sin ínfulas de autor que se refugia cobardemente tras guiones más o menos competentes -en el caso que nos ocupa, menos- y actores de probada solvencia -ha repetido con De Niro y con Kevin Kline-. Aquí vuelve a repetir dicha estrategia que le diera buenos resultados en un par de ocasiones confiando en que el talento de Samuel L. Jackson y la competente comercialidad de Jessica Biel le sacarán las castañas del fuego. Pero con tan pobre guión no se podía hacer nada, y la batalla de Regreso al infierno estaba perdida desde el principio: si el ejército de los USA quería encontrar armas de destrucción masiva, deberían haberlas buscado en algunos de los cerebros que trabajan en Hollywood y no en territorio iraquí.
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