
Este último film de Oshima arranca con la selección de candidatos a ser entrenados para convertirse en samuráis, que se regirán por el férreo código del Bushido. Solo dos de ellos consiguen pasar dicha prueba de iniciación, y entre ellos, una vez vivan bajo el mismo techo junto a otros compañeros, nacerá una relación de deseo.

El tema de la homosexualidad está contemplado por Oshima con naturalidad, sin buscar el escándalo gratuito, y ni siquiera parece ser el tema principal de esta historia ambientada en el año 1865, en plena dinastía Shogun. Al parecer, Oshima prefiere rodear a su samurái gay de una aureola de misterio, la cual contribuye -como en Teorema, del citado Pasolini- a subrayar la fascinación que despierta el nuevo entre muchos de sus compañeros.

Cabe destacar aquí el protagonismo de Takeshi Kitano, que aquí firma (como suele hacer cuando interpreta un papel en lugar de dirigir) como Beat Takeshi, y que en su última escena, al partir un cerezo con su katana, parece simbolizar en un momento cargado de fuerza lírica la llegada de una nueva generación de directores y una nueva manera de ver el cine. Un cine donde Nagisa Oshima, quizá por la desconfianza de sus productores ante su elevada edad, parece tener cada vez menos espacio.

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