domingo, 30 de septiembre de 2007

Los testigos: Un film bélico



Llevábamos varios años sin ver una nueva película de André Téchiné, ya que lamentablemente nos perdimos la anterior Los tiempos cambian; además, nos da la sensación de que dicho margen de tiempo es aún mayor, por lo ligeramente defraudados que nos dejó su antepenúltimo estreno en España: Fugitivos.

Con Los testigos, uno de los cineastas más interesantes del país vecino (para el que esto firma, quizá el más apasionante junto con Claude Chabrol y, en menor medida, Bertrand Tavernier), regresa a la cartelera española con una de sus películas más personales, pero no en el sentido de arriesgada formalmente, sino por los matices autobiográficos que presenta.



Téchiné, autor de reconocida homosexualidad, recrea en Los testigos los años inmediatamente previos y posteriores a la aparición pública del sida (esto es, alrededor del año 1984). Dividida en tres partes de las que la última ("El regreso del verano") es apenas un breve epílogo, el grueso del metraje lo componen los dos primeros fragmentos: "Los días hermosos" y "La guerra". Esto es: el antes y el después.



Aunque, como es obvio, la fuerza dramática recae en "La guerra", el gran acierto del film es dar tiempo suficiente, en el apartado anterior, a que el espectador conozca y confraternice con los personajes protagonistas: Adrien, un médico gay; Manu, un joven homosexual, última conquista del anterior, recién llegado a París; Sarah, escritora de libros infantiles y amiga del primero; y Medhi, policía y pareja sentimental de la anterior.



Téchiné muestra en los fotogramas de su última película la imposibilidad de abatir a un enemigo implacable durante un auténtico estado de sitio: no ya mediante los avances médicos (representados por Adrien), sino desde la brutalidad y las armas (Medhi) o la imaginación (Sarah). Nadie puede salvar a Manu, ni siquiera su hermana, cantante de ópera, que sumida en las tinieblas del escenario (en el que es uno de los mejores momentos de un film que no carece precisamente de grandes momentos) preconiza la muerte de su hermano. Ahí radica el drama de Los testigos, en esa indefensión que se ve subrayada por el hecho de que el espectador sepa más de ese enemigo imbatible que los propios personajes, por las coordenadas temporales en las que cada uno está ubicado.



Todo ello se ve arropado por la espléndida fotografía de Julien Hirsh y la partitura de Fred Chichin y el veterano Philippe Sarde, consiguiendo fotogramas cargados de emoción que recogen el testigo del mejor Truffaut, una sensación que se crece en aquellos planos sin palabras y con el subrayado musical de la partitura original del film o las canciones rescatadas de la época (esto último algo que ya le funcionó muy bien a Téchiné en la maravillosa Los juncos salvajes, otro film sobre la condición homosexual).



No obstante, Téchiné no logra la intensidad de algunos de sus trabajos anteriores, que sin duda se cuentan entre nuestros films franceses favoritos de los últimos tiempos: pienso en En la boca, no, la citada Los juncos salvajes, Alice y Martin o aquel maravilloso díptico protagonizado por Catherine Deneuve y un inconmensurable Daniel Auteil: Mi estación preferida y Los ladrones.



De todas formas, y pese a que quizá la excesiva implicación en los hechos narrados ha llevado a Téchiné a realizar un film en el que la emoción la daba por supuesta, Los testigos es una película que no desmerece el resto de la filmografía de este gran cineasta, injustamente oscurido para la crítica y el público por la indiscutible brillantez, temática y formal, de Tavernier o los últimos vestigios de la Nouvelle Vague, aún militantes y en algunos casos en plena forma, en otros supervivientes de las rentas: Chabrol, Rohmer, Rivette y Godard.

sábado, 29 de septiembre de 2007

Midnight Nation: El gran sacrificio



El caso de J. Michael Straczynski es harto curioso: si la evolución habitual es aquella que lleva a guionistas de cómics a buscar la gloria artística (en el mercado de la narrativa) o ansiar la lujuria del éxito y el dinero (en el ámbito del cine y la televisión), este escritor nacido en New Jersey ha llevado a cabo el camino contrario: ha pasado de ser un novelista y un guionista de televisión de rotundo éxito (creación suya es Babylon 5, una de las series televisivas de ciencia ficción más queridas por el fandom en todo el mundo) a convertirse en uno de los guionistas indudablemente hot del mercado del cómic norteamericano.

Antes de finalizar Rising Stars y mucho antes de encargarse de la resurrección del Escuadrón Supremo (en Supreme Power) y de la nueva y redefinitoria etapa de The Amazing Spider-Man, Straczynski publicó en Top Cow (Image) Midnight Nation, maxiserie de doce números que en su día publicó Planeta de Agostini y que ahora recoge Norma Editorial en un lujoso volumen único.



La historia de Midnight Nation arranca como lo haría un genuino thriller policiaco: con un cadáver anónimo en un callejón en mitad de la noche. Straczynski, perfecto conocedor de su oficio, pone en funcionamiento la trama mediante el recurso del monólogo interior, tan propio del género negro, en voz del protagonista: David Grey, un detective de la Policía de Los Ángeles obsesionado con su trabajo y por ello recientemente abandonado por su esposa.

Pero una vez Grey comienza a investigar la muerte del joven traficante de droga, la obra enseguida vira a otro género: el terror. Dicha evolución se ve subrayada por la repentina aparición de "los Hombres", misteriosos individuos de piel verde y cuerpos tatuados que atacan al protagonista y le roban su alma, dejándolo "entre mundos", ni vivo ni muerto, y con un plazo de menos de un año para recuperar lo que le han arrebatado.

El periplo de Grey en busca de su alma, acompañado por la misteriosa Laurel, en un largo caminar de Los Ángeles a New York, conforma el grueso de la historia, dando forma a un road comic donde lo más importante es el camino y lo que en él se aprende, y no la meta que al final que se alcanza.



Y es que Midnight Nation es una obra de gran calado metafísico que habla de las decisiones que tenemos que tomar, como aquellas que toma el protagonista (no por ser policía, sino por ser humano, como él mismo señala), y de los sacrificios que estamos dispuestos a hacer. Todo ello en el marco de un mundo fantástico pero terroríficamente parecido al nuestro, donde la individualidad ha llevado a que muchas personas se conviertan, literalmente, en invisibles para sus semejantes, perdiendo su alma y convirtiéndose en abominaciones que carecen de vestigio alguno de su perdida humanidad.



En cuanto al trabajo de Gary Frank, aquí espléndidamente apoyado por Jason Gorder y Jonathan Sibal al entintado y Matt Milla al color, señalar que es uno de los escasos autores que hoy en día se mantienen en un magnífico equilibrio entre la espectacularidad y la funcionalidad narrativa. Respecto de lo primero, alguien dijo frívola pero certeramente que los hombres que dibuja Frank están todos buenísimos, y no digamos ya sus mujeres, todas ellas entre sugerentes y explosivas. Pero Frank, sin renunciar a la belleza del resultado final, mantiene un cierto grado de verosimilitud, sin tender a las exageraciones de un Todd McFarlane o un Jim Lee (de Rob Liefeld mejor no hablar). Y en cuanto a su oficio como narrador, deudor claro está del guión de Straczynski, baste con fijarse en cómo juega con el tamaño de las viñetas y cómo dosifica las grandes panorámicas o los primeros planos.



Finalmente, señalar las excelencias de la nueva edición española de Norma: el volumen, además de los doce comic books, incluye una historia inédita aquí, "Objetos preciados", escrita por el propio Straczynski y dibujada por un como siempre sugerente Michael Zulli: en ella reaparece la idea de la existencia material de las obras artísticas jamás creadas, como en The Sandman de Neil Gaiman o Tom Strong de Alan moore. Pero a Straczynski se le perdona por el magnífico guión, donde remeda de paso y con tino la viperina lengua de Dorothy Parker.

Además, el volumen incluye un texto del guionista a modo de epílogo (donde explica los hechos vitales que supusieron el germen de la obra) y una galería con las ilustraciones de todas las portadas. Por si esto fuera poco, la maquetación y el diseño de la cubierta son de lo más atractivo que pueda encontrarse ahora mismo en el mercado, dando el toque final a un regalo de lujo... y de probada calidad.


Título: Midnight Nation
Autores: J. Michael Straczynski (guión) / Gary Frank (dibujo)
Editorial: Norma Editorial
Fecha de edición: agosto de 2007
304 páginas (color) - 25 €

viernes, 28 de septiembre de 2007

El trailer del viernes: We Own The Night

James Gray es ya un valor seguro del nuevo cine negro norteamericano: tras su aplaudido debut con Little Oddesa, protagonizada por Tim Roth y Edward Furlong, estrenó la soberbia La otra cara del crimen, un magnífico film noir que gustó hasta al exigente Claude Chabrol, y donde Mark Whalberg se introducía como infiltrado en el seno de una familia mafiosa liderada por James Caan y donde militaba un impulsivo Joaquin Phoenix.

Siete años ha tardado Gray en dirigir otra película, We Own The Night, en la que precisamente Whalberg y Phoenix dan vida a dos hermanos de nuevo situados a ambos lados de la ley. En el reparto de este film les acompañan Eva Mendes y el veterano Robert Duvall.

Podéis ver el trailer en la web oficial de Sony Pictures:

We Own The Night

Ubik: Bienvenido a los Estados Paranoicos de América



Solo los grandes escritores, aquellos que han marcado la historia de la literatura y el pensamiento gracias a poseer un inequívoco mundo propio y saber plasmarlo en sus creaciones de ficción, pueden presumir de haber dado sentido a un adjetivo nuevo. De esta forma, al igual que hablamos de objetos, situaciones u obras artísticas calificándolos de cervantinos, shakespearianos o kafkianos, también podemos hablar de lo dickiano.

Y es que Philip K. Dick es un autor de novelas de ciencia ficción que ha trascendido, con mucho, el género al que dedicó casi toda su actividad literaria. Y este Ubik que ahora vuelve a reeditar La Factoría de Ideas es, para muchos, su obra maestra incontestable.



La novela arranca presentando un mundo donde las grandes empresas se enfrentan unas a otras haciendo uso de personas telépatas y precognitivas que pueden leer la mente o adivinar el futuro, así como de inerciales, que están capacitados para anular las capacidades psíquicas de los anteriores. De esta forma, el control de pensamiento se ha convertido en moneda de cambio en el mundo de los grandes negocios empresariales.

Glenn Runciter es un hombre de negocios que facilita inerciales, y que para dirigir su empresa cuenta con el apoyo de su mujer Ella, fallecida tiempo atrás pero cuyos últimos resquicios de actividad cerebral son mantenidos con vida por una agencia encargada de tal función, hasta que acabe desapareciendo.



Tras ser contratado por un misterioso cliente, Runciter, su técnico de confianza Joe Chip y una selección de sus mejores inerciales viajan a la Luna. Pero allí descubrirán que todo ha sido una trampa de algún competidor, y una explosión acaba con la vida de Runciter. Pero, al regreso a la Tierra, Joe Chip y sus compañeros de viaje descubrirán que todo ha cambiado: la vida parece estar en continua regresión histórica y por todas partes surgen billetes y monedas con la efigie de su difunto jefe...



En los últimos tiempos, la figura de Philip K. Dick ha ganado en popularidad gracias a las numerosas adaptaciones cinematográficas de su obra: hasta hace bien poco solo contábamos con la mítica Blade Runner y con Desafío total, pero en años recientes se han estrenado películas como Infiltrado, la soberbia Minority Report, Paycheck, A Scanner Darkly o la decepcionante Next. Aquellos que conozcan la filmografía que parte de su obra se darán cuenta enseguida de que Ubik es partícipe del tema que fascinó (o mejor dicho, obsesionó) al autor norteamericano durante toda su vida: la percepción inestable de la realidad como algo dudoso.



Que Ubik sea una novela de ciencia ficción (su acción acontece en el futuro, y la presencia de nuevas tecnologías es indispensable para la construcción y el desarrollo de la trama) no quita que pueda leerse también como un thriller policiaco, como ocurre con otras muchas historias de Dick: recuerden ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, que inspiró Blade Runner, o el relato "El informe de la minoría", en el que se basó Steven Spielberg para filmar su contribución a la filmografía dickiana (¿ven? De nuevo el adjetivo).



Poco más podemos añadir respecto del libro, tanto porque no sería de recibo desvelar mucho más de la trama, como por las múltiples lecturas que se le pueden dar a esta fábula metafísica, repleta de humor negro y hallazgos (tanto ideológicos como visuales), que justifica su fama y el prestigio actual de un autor que vivió toda su vida en estado de paranoia.


Ubik
Philip K. Dick
Madrid, La Factoría de Ideas, 2007 [6.ª edición]
320 pp. - 18,95 €


[Fotografías: El androide Philip K. Dick, Paycheck, A Scanner Darkly, Minority Report, Next.]

Tebeos de primera

Norma Editorial ha decidido publicar los míticos tebeos de First Comics: ya están disponibles Nexus y Jon Sable Freelance. Muy pronto lo estará también Grimjack.

A las series de Mike Baron, Steve Rude y Mike Grell dedicamos la columna de Abandonad toda esperanza de hoy.

Podéis leerla pinchando aquí:

Revival de los 80

jueves, 27 de septiembre de 2007

Un hombre cohete para todos los públicos

A comienzos de los 90, y adelantándose con mucho a la actual fiebre por llevar cómics a la gran pantalla, se estrenaban varias adaptaciones de historietas populares, de temática decididamente pulp, y cuyo resultado final estaba claramente destinado a todos los públicos.



Si el detonante fue la versión estrenada en 1990 del Dick Tracy de Chester Gould dirigida y protagonizada por Warren Beatty, y en 1994 veía la luz The Shadow de Russell Mulcahy según el personaje pulp de Walter B. Gibson, en 1991 llegaba a las pantallas la película más asequible de esta pequeña corriente: Rocketeer, basada en el cómic homónimo de Dave Stevens.



Rocketeer, cómic y película, arrancan como una recreación del Hollywood de la Edad de Oro, como no podía ser de otro modo si tenemos en cuenta que Dave Stevens declara como películas favoritas títulos como Casablanca, Ciudadano Kane, Jennie o King Kong, y menciona como dibujantes predilectos a Hal Foster, Reed Crandall o Wally Wood. La película, fiel en este aspecto, arranca en Los Ángeles de 1938, y se centra en las peripecias de Cliff Secord, un piloto que pasa los días yendo de las pruebas de vuelo junto a su mentor Peevy a los paseos y las sesiones de cine nocturnas en compañía de su novia Jenny Blake.



El azar lo lleva a convertirse, gracias a un ingenio tecnológico del magnate, cineasta y piloto Howard Hughes (encarnado recientemente por Leonardo DiCaprio en El aviador, de Martin Scorsese), en un héroe en contra de su voluntad: Rocketeer, el hombre cohete. Una serie de peripecias lo llevarán a enfrentarse a un complot para invadir América por parte del ejército nazi de Adolf Hitler, haciendo acopio de la influencia del mundo de Hollywood (representado por el actor Neville Sinclair, un émulo de Douglas Fairbanks y Errol Flynn) y del brazo armado de la Mafia (liderados por el gangster Eddie Valentine).



El reparto está encabezado por Bill Campbell, que al año siguiente participaría en el Drácula de Coppola en la piel del cowboy Quincey Morris (en la primera versión cinematográfica donde aparece este personaje creado por Bram Stoker), y que hoy es reconocido sobre todo por su espléndida participación en la serie de televisión Los 4400.



Junto a él cabe destacar a Timothy Dalton, fugaz James Bond por aquellos años, como Sinclair, villano principal de la función; y a Jennifer Connelly como la prometida del protagonista (Betty Blake en el cómic, Jenny Blake en el film), en un cometido que, pese a la voluptuosidad de la bella actriz, responde mucho más al canon de la perfecta "Novia de América" que a la pícara criatura del original de Stevens, claramente inspirada en un icono de la fotografía erótica y el fetish como fue la mítica Bettie Page, y a la que el ilustrador ha recreado en diversas ocasiones, explícita e implícitamente.



El reparto se ve enriquecido sobremeranera por la presencia de actores veteranos de probada valía, como Paul Sorvino (en la piel de Valentine), el gran Alan Arkin (reciente Oscar por Pequeña Miss Sunshine, y que aquí encarna a Peevy), y Terry O'Quinn, que hoy vive una nueva etapa de popularidad gracias a series como Alias y, sobre todo, Perdidos, y que en Rocketeer hace las veces del mencionado Hughes.



Hay que señalar que, dada la intencionalidad del film, no resulta nada extraño que el proyecto fuera a parar a las manos de Joe Johnston, que había debutado dos años antes con otra película fantástica para todas las edades, Cariño, he encogido a los niños, y que después reincidiría en el género con clara voluntad popular con cintas como Jumanji o Parque Jurásico III.



Pero si alguien marca el carácter familiar de Rocketeer son las compañías productoras; téngase en cuenta que en su realización colaboraron dos casas especializadas en dicho sector del público: Touchstone Pictures y Walt Disney Pictures. El resultado, como no podía ser de otra forma, es un film muy entretenido, inequívocamente digno, pero absolutamente inocente. Más inocente que el cómic en el que se basa, más incluso que el Hollywood de los años 30 que en ambos se retrata, y que surge como resultado de una mirada ingenua que, salvo casos muy concretos (como Sky Captain y el Mundo del Mañana), no tiene cabida hoy en día.

Historias de los niños sobrenaturales: Retrato del mal



Ha querido el azar que en la misma jornada en la que disfruté de la lectura de Historias de los niños sobrenaturales, reciente publicación de Edicions de Ponent, iniciase también la lectura de El retrato del mal, volumen que recoge algunos de los relatos póstumos del malogrado Roberto Bolaño.

Y hablo de casualidad porque ambas obras son partícipes de una cierta poética de lo fragmentario: en el caso de Bolaño, la sensación de encontrarnos ante textos inacabados, sin un final coherente, responde tanto al particular estilo del escritor chileno como a los designios del infortunio, al sorprenderle la muerte en el año 2003; en lo que respecta al cómic de Luis Bleinstein y Ramón Trigo, no puede menos que responder a una decisión artística plenamente consciente por parte de los propios autores.



Los protagonistas de Historias de los niños sobrenaturales son cuatro infantes, que responden a los nombres de Axel, Fany, Chico y Cora (este último, narrador de la obra), y que se reúnen en un espacio onírico, el "Campo de Plata", para contarse cómo sus poderes paranormales afectan a sus respectivas vidas. Y es que al menos los tres primeros poseen habilidades extraordinarias, o así los presenta su amigo el narrador: Axel puede conseguir todo lo que desee con firmeza, lo que le ayuda a encontrar objetos perdidos y a revivir a un perro que al parecer estaba muerto; Fany consigue leer el pensamiento de las personas observándolas directamente a los ojos; y Chico adivina el futuro a corto alcance, pero solo puede ver ciertas acciones y los hechos que aquellas desencadenan, no así cómo terminarán dichos acontecimientos.

De esta forma la obra se divide en cuatro partes, cada una con uno de ellos como protagonista: en una narración que recuerda a La pata de mono, de W. W. Jacobs, uno de los clásicos incontestables de los cuentos de terror, Axel desea que su madre fallecida vuelva de la muerte para reunirse de nuevo con su padre y con él; Fany, por su parte, es utilizada por su progenitor en juegos de cartas con compañeros del trabajo, hasta que alguien intentará hacer un uso inapropiado de sus habilidades; Chico (siempre acompañado por su paraguas, pues sabe que en cualquier momento empezará a llover, aunque no sabe cuándo parará) escucha cómo su compañero, que es como un padre para él, le relata una historia de amor y venganza que terminó en tragedia; finalmente, el narrador cuenta un relato que enfrenta a un misterioso individuo y a un detective taciturno, y en el que ambos afirman ser Dios...



A lo largo de las casi cien páginas que constituyen esta novela gráfica, Bleinstein juega como un demiurgo cruel con sus personajes, así como con el tiempo y el espacio. Y todo aquel lector que esté menos domesticado y guste de osados atrevimientos como este, encontrará gran satisfacción cuando perciba que carece de unas coordenadas espaciales y temporales coherentes y a las que asirse con firmeza, caminando en cambio por el filo del abismo desde el comienzo al final del álbum.

Por su parte el estilo sucio y abocetado, pero tremendamente expresivo y evocador, del gallego Ramón Trigo, subraya la indefinición de los hechos de esta obra, que bebe de estilemas más propios del género negro (el investigador privado de "Cora"; o el triángulo pasional y los ambientes y espacios de "Axel", que recuerdan inevitablemente a El cartero siempre llama dos veces, la novela de James M. Cain), pero que aquí se emplean para contar otra cosa muy distinta: unas historias de padres e hijos (el último de ellos, el narrador, el único huérfano, el único que parece no tener poderes, el único que entra en contacto con la divinidad) repletas de una fascinante capacidad de sugerencia y una inequívoca voluntad de incomodo.



En su relato "El viejo de la montaña", Roberto Bolaño afirma que la inquietud, en realidad, es un disfraz del miedo. Por ello, y como sucede en otros cómics españoles recientes curiosamente editados por la misma casa (pienso en La casa del muerto de Keko, que se llevó todos los premios del año pasado, y Volátil de Luis Durán, que debería llevárselos este), considero que las muy inquietantes Historias de los niños sobrenaturales acaban constituyéndose como un genuino cómic de terror. Eso sí: un cómic de terror de autor, de acuerdo, pero de terror al fin y al cabo, aunque no pueblen sus páginas vampiros, zombis u otros monstruos del averno. Historias de los niños sobrenaturales, que muy bien podría tener más entregas, es un cómic de terror como películas del género puedan considerarse Persona de Bergman, Barton Fink de los Coen, Carretera perdida y Inland Empire de Lynch, o Eyes wide shut de Kubrick: puro terror de autor.


Título: Historias de los niños sobrenaturales
Autores: Luis Bleinstein (guión) / Ramón Trigo (dibujo)
Editorial: Edicions de Ponent
Fecha de edición: septiembre de 2007
92 páginas (b/n) - 15 €


(+) Si te gusta este cómic te gustará:
- La casa del muerto (Keko)
- Volátil (L. Durán)

[Fotografía: Roberto Bolaño.]

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Cuidado con las ofertas hoteleras...

... porque muchas de las películas de terror recientes que dan protagonismo a hoteles, pensiones y demás alojamientos muestran y demuestran los terrores que se esconden entre sus paredes: un espacio poblado, como se decía en Twin Peaks acerca del Gran Hotel del Norte, por almas que están de paso en tantas habitaciones idénticas y anónimas todas ellas.



No esperen, eso sí, obras maestras hoteleras como El resplandor de Stanley Kubrick, pero sí cintas resueltas con un mínimo de dignidad. Quizá la mejor de entre todos los estrenos recientes de este subgénero sea Habitación sin salida (Vacancy en el original), donde una pareja en crisis interpretada por Luke Wilson y Kate Beckinsale acaban en un motel de carretera después de que su coche sufra una avería.



En dicho hotel, regentado por un individuo bastante inquietante al que da vida Frank Whaley (The Doors), los protagonistas vivirán una auténtica pesadilla, pues entre sus paredes se esconde un oscuro negocio que podría suponer la filmación de películas snuff.



Como verán, el asunto no es nada original, mezclando los ambientes del Gótico americano del estilo de La matanza de Texas o Las colinas tienen ojos con el negocio de la violencia a lo Hostel. Pero el film que nos ocupa funciona en buena parte precisamente gracias a su falta de pretensiones: Habitación sin salida es pura serie B, filmada con corrección por Nimród Antal, un realizador que aquí debuta en el mercado norteamericano demostrando bastante oficio a la hora de jugar con espacios cerrados y ambientes nocturnos.



El resultado es, pues, una cinta directa y concisa (apenas dura ochenta minutos), con muy pocos personajes y escenarios, y que ofrece por parte de sus protagonistas (particularmente, de un magnífico Luke Wilson alejado de sus papeles cómicos a las órdenes de Wes Anderson) trabajos de gran solvencia.



Ese es precisamente, el mayor interés de una cinta como Bug: el trabajo de sus intérpretes. Y es que, como la anterior, estamos ante una pequeña pieza de cámara con escasos participantes y casi un escenario único: un pequeño apartamento de alquiler a ras del suelo.



El film, que supone el regreso del veterano William Friedkin al género del terror (al que ha dado obras maestras tan míticas como El exorcista, títulos reivindicables como Desbocado o mediocridades como La tutora), está basado en una obra teatral de Tracy Letts, y se nota. Ahí radica parte del error de la propuesta: en su excesivo respeto al original literario (adaptado por la propia autora, que por lo visto no ha podido autotraicionarse). Y es que la paranoia de esta historia sobre personas obsesionadas con teorías de la conspiración de origen gubernamental y la existencia de bichos implantados en oscuros experimentos militares debería imponerse a partir de la trama, sin necesidad de subrayados.



Si a esto sumamos lo que tarda en arrancar el film (los primeros cuarenta minutos son más propios de un telefilm de sobremesa sobre malos tratos en la América profunda), podemos hablar de un trabajo ligeramente decepcionante, a pesar de los esfuerzos interpretativos de Michael Shannon y de una Ashley Judd afeada (al estilo de Charlize Theron en Monster) a la que se le ve a la legua su intención de ganar un Oscar.



Y es que la película de Friedkin, lejos de funcionar como film de terror (género al que no aportaría absolutamente nada), se entiende mucho mejor como el retrato de un par de miembros de una generación de losers (a la pareja protagonista habría que añadir a la amiga lesbiana, que lucha por la custodia de su hija, y al violento ex novio de la protagonista, recién salido de prisión, al que da vida el más cantante que actor Harry Connick Jr.) en el deprimido ambiente de un pueblo situado en mitad del desierto.



Más interesante, sobre todo como película de género, resulta ser 1408, cinta que como la anterior se podrá ver en el próximo Festival de Sitges, esta concretamente en la sesión de clausura: enésima adaptación de un texto de Stephen King (en esta ocasión, de uno de los relatos del volumen Todo es eventual), está protagonizado por dos actores del nivel de John Cusack y Samuel L. Jackson.



No obstante, la presencia de Jackson se desvela pronto como un obvio reclamo comercial, pues su cometido como regente del Hotel Dolphin (el otro gran protagonista del film) se reduce a apenas tres escenas, la primera de ellas advirtiendo a Cusack (en la piel de un escritor más, y van, de los muchos concebidos por el autor de Maine), especializado en revelar fraudes de lugares presuntamente malditos, de los peligros que correrá si se hospeda en la temible habitación 1408.



Si el problema de Bug era que tardaba mucho en despegar, con 1408 sucede todo lo contrario: los primeros 45 minutos, atmosféricos y sugerentes, son claramente superiores al resto, y prometen más de lo que luego dará el film, enésima variación sobre un espacio maldito, claustrofóbico y situado en mitad de ninguna parte que saca al exterior los demonios interiores de aquellos que por él pasan.



Si el film se sostiene es sobre todo gracias a John Cusack, espléndido actor sobre el que se sustenta todo el interés del film: si el personaje de Michael Enslin hubiera recaído en otras manos menos capaces, estaríamos hablando de una película sin ningún interés... salvo para completistas de este peculiar subgénero.



Finalmente, unas líneas de advertencia: por más peros que se le puedan poner a algunas de las películas mencionadas, cualquiera de ellas pasaría por una obra maestra de Alfred Hitchcock, Jacques Tourneur o Terence Fisher si la comparamos con Miedo en el Hotel Station. Tras este ridículo título (más ridículo todavía después de haber sufrido el visionado de cinta tan insulsa) se esconde Appetite, soporífera producción británica de 1998 donde da verdadera pena ver a la actriz y cantante alemana Ute Lemper o al veterano Edward Hardwicke en un reparto donde no falta ni el protagonista masculino de la execrable serie Cazatesoros, con la maciza Tia Carrere. Si alguna vez se preguntaron si es posible realizar una película sobre la Nada más absoluta, este film donde la habitación maldita es la 207 -o eso dicen algunos personajes- les dará una respuesta tajante: noventa y cinco interminables minutos de situaciones incomprensibles y diálogos sin interés alguno en el ámbito de un hotel presuntamente siniestro. Huyan de ella como del motel más cochambroso e insalubre de Saigon en plena guerra de Vietnam.



Post Scriptum.- Acerca de la presencia de hoteles, pensiones y establecimientos similares en el cine negro y el thriller, y de cómo estos representaban o afectaban la psique y el comportamiento humanos, ya escribimos el artículo "Identidades de paso" para el Dossier La Ciudad del cuarto número de la revista especializada Gangsterera. Para conseguir un ejemplar de la misma, en donde hablamos de títulos como Carretera perdida, Memento, Oldboy, Identidad o Barton Fink, les recomendamos visiten la web homónima.

Nexus: Ciencia ficción política



Si hace apenas unos días hablábamos de Jon Sable Freelance, el otro título de First Comics ya disponible en la edición en tapa dura de Norma Editorial, hoy le toca el turno a Nexus, clásico del tebeo de ciencia ficción escrito por Mike Baron e ilustrado por Steve Rude.



Si el citado cómic de Mike Grell fue, hablando siempre de su edición original en Estados Unidos, quizá el mayor éxito de ventas de First Comics aunque no tuviese todos los parabienes de los críticos especializados (que, en nuestra opinión, habrían sido merecidísimos), con Nexus ocurrió todo lo contrario: la epopeya de Baron y Rude fue desde el comienzo el ojo derecho de la crítica, pero las ventas no acompañaron como se merecía.



La trágica historia de Horatio Hellpop, alias Nexus, nació en una serie de tres entregas en blanco y negro publicadas en 1982 y 1983 por Capital Comics. En este último año, la colección, ya a todo color, pasó a engrosar las filas de First Comics. Los cuatro primeros números, junto con los tres previos, es el material del primer volumen de The Nexus Archives editado por Dark Horse, el mismo que ahora edita Norma aquí inaugurando una serie de cinco tomos trimestrales.



Como explica en el revelador prólogo, Mike Baron enseguida se entendió a la perfección con Steve Rude. Si las influencias de este último eran, razonablemente, pictóricas (con el genial Jack Kirby a la cabeza), el guionista tenía en mente dar forma a una space opera con claras reminiscencias de la obra de escritores del género tan señeros como Frank Herbert (Dune) o Philip José Farmer (A vuestros cuerpos dispersos).



De esta manera, Baron concibe su obra como una tragedia de reminiscencias casi shakespearianas en la que los elementos fantásticos (ya estén más cerca de la ciencia ficción, ya del género superheroico) se ponen al servicio de una visión antropológica y filosófica del ser humano, construida a partir de la máxima de Thomas Hobbes "El hombre es un lobo para el hombre", y que puede recordar la faceta más humanista de otra célebre odisea galáctica: Star Trek.



Y es que la razón de ser de Nexus es ajusticiar a los tiranos que pretenden dominarlo todo bajo su yugo: erigido en juez, jurado y verdugo, y gracias a los poderes telepáticos de El Merk, extraterreste que localiza a los criminales a ajusticiar, Horatio Hellpop inicia desde su base de operaciones en la luna de Ylum un interminable camino de venganza (aunque, como El Castigador de Marvel, él argumentaría que "no se trata de venganza, sino de castigo") a lo largo y ancho del universo conocido.



A través de su carrera como héroe político, Baron y Rude introducen al lector en un futuro lejano donde se da un casi inabarcable crisol de razas, y en el que aparecen como personajes secundarios pero relevantes la periodista Sundra Peale, futura esposa del protagonista, y su fiel compañero Judas Macabeo.




Finalmente, señalar que el regreso de Nexus ya es una realidad, gracias a la faceta de Steve Rude como empresario en el mundo de la autoedición: después del especial editado por Rude Dude Productions y distribuido gratuitamente en la jornada del Free Comic Book Day, la serie se reinicia con un flamante número 99: en él arranca la saga "Space Opera", en cuatro entregas, allá donde sus autores dejaron las peripecias de su creación años ha. Esperemos que, en esta ocasión, Nexus haya vuelto para quedarse.



Título: Nexus (Volumen 1)
Autores: Mike Baron (guión) / Steve Rude (dibujo)
Editorial: Norma Editorial
Fecha de edición: julio de 2007
216 páginas (b/n y color) - 25 €


(+) Más cómics de ciencia ficción:
- City of Tomorrow! (H. Chaykin)
- Delta 99 (J. Flores Thies & C. Giménez)
- ¿Es bueno el hombre? (Moebius)
- Ocean (W. Ellis & C. Sprouse)
- Solo (O. Martín & T. Fernández)
- The Surrogates (R. Venditti & B. Weldele)