... porque muchas de las películas de terror recientes que dan protagonismo a hoteles, pensiones y demás alojamientos muestran y demuestran los terrores que se esconden entre sus paredes: un espacio poblado, como se decía en Twin Peaks acerca del Gran Hotel del Norte, por almas que están de paso en tantas habitaciones idénticas y anónimas todas ellas.
No esperen, eso sí, obras maestras hoteleras como El resplandor de Stanley Kubrick, pero sí cintas resueltas con un mínimo de dignidad. Quizá la mejor de entre todos los estrenos recientes de este subgénero sea Habitación sin salida (Vacancy en el original), donde una pareja en crisis interpretada por Luke Wilson y Kate Beckinsale acaban en un motel de carretera después de que su coche sufra una avería.
En dicho hotel, regentado por un individuo bastante inquietante al que da vida Frank Whaley (The Doors), los protagonistas vivirán una auténtica pesadilla, pues entre sus paredes se esconde un oscuro negocio que podría suponer la filmación de películas snuff.
Como verán, el asunto no es nada original, mezclando los ambientes del Gótico americano del estilo de La matanza de Texas o Las colinas tienen ojos con el negocio de la violencia a lo Hostel. Pero el film que nos ocupa funciona en buena parte precisamente gracias a su falta de pretensiones: Habitación sin salida es pura serie B, filmada con corrección por Nimród Antal, un realizador que aquí debuta en el mercado norteamericano demostrando bastante oficio a la hora de jugar con espacios cerrados y ambientes nocturnos.
El resultado es, pues, una cinta directa y concisa (apenas dura ochenta minutos), con muy pocos personajes y escenarios, y que ofrece por parte de sus protagonistas (particularmente, de un magnífico Luke Wilson alejado de sus papeles cómicos a las órdenes de Wes Anderson) trabajos de gran solvencia.
Ese es precisamente, el mayor interés de una cinta como Bug: el trabajo de sus intérpretes. Y es que, como la anterior, estamos ante una pequeña pieza de cámara con escasos participantes y casi un escenario único: un pequeño apartamento de alquiler a ras del suelo.
El film, que supone el regreso del veterano William Friedkin al género del terror (al que ha dado obras maestras tan míticas como El exorcista, títulos reivindicables como Desbocado o mediocridades como La tutora), está basado en una obra teatral de Tracy Letts, y se nota. Ahí radica parte del error de la propuesta: en su excesivo respeto al original literario (adaptado por la propia autora, que por lo visto no ha podido autotraicionarse). Y es que la paranoia de esta historia sobre personas obsesionadas con teorías de la conspiración de origen gubernamental y la existencia de bichos implantados en oscuros experimentos militares debería imponerse a partir de la trama, sin necesidad de subrayados.
Si a esto sumamos lo que tarda en arrancar el film (los primeros cuarenta minutos son más propios de un telefilm de sobremesa sobre malos tratos en la América profunda), podemos hablar de un trabajo ligeramente decepcionante, a pesar de los esfuerzos interpretativos de Michael Shannon y de una Ashley Judd afeada (al estilo de Charlize Theron en Monster) a la que se le ve a la legua su intención de ganar un Oscar.
Y es que la película de Friedkin, lejos de funcionar como film de terror (género al que no aportaría absolutamente nada), se entiende mucho mejor como el retrato de un par de miembros de una generación de losers (a la pareja protagonista habría que añadir a la amiga lesbiana, que lucha por la custodia de su hija, y al violento ex novio de la protagonista, recién salido de prisión, al que da vida el más cantante que actor Harry Connick Jr.) en el deprimido ambiente de un pueblo situado en mitad del desierto.
Más interesante, sobre todo como película de género, resulta ser 1408, cinta que como la anterior se podrá ver en el próximo Festival de Sitges, esta concretamente en la sesión de clausura: enésima adaptación de un texto de Stephen King (en esta ocasión, de uno de los relatos del volumen Todo es eventual), está protagonizado por dos actores del nivel de John Cusack y Samuel L. Jackson.
No obstante, la presencia de Jackson se desvela pronto como un obvio reclamo comercial, pues su cometido como regente del Hotel Dolphin (el otro gran protagonista del film) se reduce a apenas tres escenas, la primera de ellas advirtiendo a Cusack (en la piel de un escritor más, y van, de los muchos concebidos por el autor de Maine), especializado en revelar fraudes de lugares presuntamente malditos, de los peligros que correrá si se hospeda en la temible habitación 1408.
Si el problema de Bug era que tardaba mucho en despegar, con 1408 sucede todo lo contrario: los primeros 45 minutos, atmosféricos y sugerentes, son claramente superiores al resto, y prometen más de lo que luego dará el film, enésima variación sobre un espacio maldito, claustrofóbico y situado en mitad de ninguna parte que saca al exterior los demonios interiores de aquellos que por él pasan.
Si el film se sostiene es sobre todo gracias a John Cusack, espléndido actor sobre el que se sustenta todo el interés del film: si el personaje de Michael Enslin hubiera recaído en otras manos menos capaces, estaríamos hablando de una película sin ningún interés... salvo para completistas de este peculiar subgénero.
Finalmente, unas líneas de advertencia: por más peros que se le puedan poner a algunas de las películas mencionadas, cualquiera de ellas pasaría por una obra maestra de Alfred Hitchcock, Jacques Tourneur o Terence Fisher si la comparamos con Miedo en el Hotel Station. Tras este ridículo título (más ridículo todavía después de haber sufrido el visionado de cinta tan insulsa) se esconde Appetite, soporífera producción británica de 1998 donde da verdadera pena ver a la actriz y cantante alemana Ute Lemper o al veterano Edward Hardwicke en un reparto donde no falta ni el protagonista masculino de la execrable serie Cazatesoros, con la maciza Tia Carrere. Si alguna vez se preguntaron si es posible realizar una película sobre la Nada más absoluta, este film donde la habitación maldita es la 207 -o eso dicen algunos personajes- les dará una respuesta tajante: noventa y cinco interminables minutos de situaciones incomprensibles y diálogos sin interés alguno en el ámbito de un hotel presuntamente siniestro. Huyan de ella como del motel más cochambroso e insalubre de Saigon en plena guerra de Vietnam.
Post Scriptum.- Acerca de la presencia de hoteles, pensiones y establecimientos similares en el cine negro y el thriller, y de cómo estos representaban o afectaban la psique y el comportamiento humanos, ya escribimos el artículo "Identidades de paso" para el Dossier La Ciudad del cuarto número de la revista especializada Gangsterera. Para conseguir un ejemplar de la misma, en donde hablamos de títulos como Carretera perdida, Memento, Oldboy, Identidad o Barton Fink, les recomendamos visiten la web homónima.
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