(A Enrique J. Corominas, otra vez, por lo mismo.)
Cuando uno se plantea comentar una creación de un autor tan peculiar como Suehiro Maruo, del que Glénat está publicando en castellano el grueso de su (interesantísima) producción, hay que dejar muy claro desde un principio que por muchos elogios que se viertan sobre la obra en cuestión es más que posible que el lector que, orientado por la crítica positiva, se decida a hacerse con ella acabe sintiéndose defraudado. Y esto es así porque el universo de Maruo es tan poderosamente personal que lo que para un lector resulta ser una obra maestra para otro puede considerarse como un fiasco de dimensiones considerables.
Así pues, lo único que vale para enjuiciar en su justa medida los cómics de Maruo, y esta La oruga no es una excepción, es leerlos personalmente para formarse un veredicto propio. Y es que, como ya dijimos en cierta ocasión, esta obra que en principio se publicó de forma serializada entre junio y septiembre de 2009 en las páginas de Monthly Comic Beam, y que ve la luz después con retoques y añadidos, confirma que "estamos ante un autor que no deja a nadie indiferente y que gana adeptos rendidos al mismo tiempo que detractores irredentos". Así se comentó cuando hace ya un par de años reseñamos La extraña historia de la isla Panorama, obra en la que al igual que en la presente Maruo se basaba en una historia de Ranpo Edogawa, figura clave de la novela policíaca japonesa, y cuyo seudónimo es toda una declaración de intenciones: se trata de un anagrama de Edgar Allan Poe, al que el nipón admiraba incondicionalmente.
Edogawa es un escritor de una bibliografía considerable, pero de la que se puede destacar especialmente la serie protagonizada por el detective Kogorô Akechi y formada por títulos como Issun bôshi ("El enano"), La bestia entre las sombras, Kotô no oni ("El demonio de la isla desierta") o la citada La extraña historia de la isla Panorama. En cambio, en La oruga se aleja completamente del género policíaco y aledaños para sumergirse de lleno en las procelosas aguas del horror tal y como lo entienden autores nipones adscritos desde siempre al género, caso de Junji Ito (véase la estupenda Uzumaki, o en su defecto su digna adaptación fílmica) o Hideshi Hino (el amable lector encontrará enlaces a comentarios de muchas de sus obras al final de esta nota).
La acción de La oruga se sitúa a comienzos del siglo XX: la guerra entre Rusia y Japón se ha saldado con la victoria del país del Sol Naciente, pero eso no ha evitado que muchos de los hombres que forman su ejército hayan muerto en combate cuando no regresado a sus hogares con horribles mutilaciones. Este último caso es el del teniente primero Sunaga, que junto con su esposa Tokiko protagonizan un relato centrado en su relación, sentimental y física, muy en la línea de algunas de las películas más celebradas de un compatriota de Maruo: el cineasta Nagisha Oshima.
Sunaga es ahora, como uno de los freaks del film homónimo de Tod Browning, un verdadero tronco humano: ha perdido las cuatro extremidades, además de la capacidad de hablar y de oír. Por lo tanto, su sentido de la vista, su mirada, es una de las dos únicas formas que tiene para mantener el contacto con el mundo exterior. El otro modo es el sexo: su apetito sexual no solo no ha desaparecido, sino que parece haberse incrementado al considerarlo un método para seguir sintiéndose vivo; y su esposa, sumisa, parece obligarse a sí misma a satisfacerlo en todo momento.
Ya imaginará el lector, a partir de una sinopsis como esta, que no estamos ante una obra para todos los públicos: y no se trata solo de lo explícito de las escenas eróticas, formadas por ilustraciones que tratan el sexo de forma desinhibida y que acaban resultando abiertamente pornográficas, sino (y más bien sobre todo) del morbo degradante que Maruo imprime a cada uno de sus relatos. Nadie como el autor de El monstruo de color de rosa para reproducir pesadillas tormentosas y dolorosas como la que -a todo color- abre el relato, para luego reproducir de forma preciosista y con todo detalle la vida cotidiana de sus protagonistas. Es en la contraposición entre estos dos elementos, la belleza y la deformación, donde radica el mayor atractivo, y también el mayor factor de riesgo, de la obra de Maruo.
"Un título llamado a estar entre lo mejor de su autor y de lo mejor editado en el presente año"; esto también lo dijimos al comentar el título anterior que unió a Edogawa y Maruo. Respecto del título que nos ocupa ahora, no sé si se cumplirá lo primero -el autor de Midori y La sonrisa del vampiro cuenta con varias obras maestras en su haber-, pero desde luego que será cierto lo segundo. Ya lo demostraremos cuando llegado el final del año en curso toque hacer balance...
Título: La oruga
Autor: Suehiro Maruo (guion y dibujo; según la historia de Ranpo Edogawa)
Editorial: Glénat
Fecha de edición: septiembre de 2011
144 páginas (140 b/n + 4 color) - 12 €
(+) Previously on Abandonad toda esperanza, más terror nipón:
- Aula a la deriva
- Circo de monstruos
- El hijo del diablo
- Galería de horrores
- Goth
- Kurosagi
- La extraña historia de la isla Panorama
- MPD Psycho
- Noches de Zipango
- Tomie
El autor me resulta muy atrayente, pero tiene obras excelentes y otras que, sinceramente, me parecen un bodrio que reinciden en lo grotesco por lo grotesco. Un autor irregular para mi, pero pleno de originalidad siempre, desde luego.
ResponderEliminarUna historia y un dibujo soberbios; y además basada en un autor admirador de Poe que desconocía por completo. Lo que no comparto del comentario es la definición que hace de la esposa calificándola de sumisa: creo que desde el comienzo queda claro que la decisión de hacerse cargo de su marido la toma libremente, siguiendo los dictados de su conciencia y su sentido del deber -y lo hace hasta el final, o hasta que la locura hace presa de ella-, es una responsabiliad que muy pocos son capaces asumir y la prueba está en el personaje de la mujer de su cuñado, la cual es incapaz siquiera de levantar la vista hacia mutilado cuerpo del teniente. Lo dicho, una historia soberbia con un final que te encoge el alma, espantoso y a la par que prufundo y poético.
ResponderEliminarTiene usted razón en la matización de lo de 'sumisa': me refería solamente a que asume los deseos de su esposo como algo que hay que satisfacer, de ahí su 'sumisión', que no tiene por qué no ser una actitud tomada libremente. Entiendo que hay sumisión forzada y sumisión voluntaria...
ResponderEliminarDe lo que no hay duda es de que "La oruga" es un cómic estupendo de un autor siempre interesante. Gracias por su comentario.