miércoles, 7 de septiembre de 2011
Aquí no hay quien viva
Tener algo más de tiempo libre, como nos suele ocurrir a muchos durante la época estival, nos ha permitido recuperar algunas lecturas que teníamos pendientes desde antes del verano; entre ellas se encuentran las dos que comentaremos hoy, y que tienen en común -además de tratarse ambas de lecturas muy recomendables- el estar protagonizadas por distintas comunidades de vecinos a cual más particular.
El pasado mes de marzo la editorial madrileña Dibbuks, con el buen gusto habitual al que nos tiene malacostumbrados, editaba en un solo volumen en cartoné las tres entregas originales de The Good Neighbors -esto es, Los buenos vecinos-, la novela gráfica que ha unido creativamente a la escritora Holly Black, popular por sus libros orientados al público juvenil, y al autor de cómics Ted Naifeh, que aquí queda relegado -aunque de qué forma, como veremos- al papel de dibujante.
Confieso que, probablemente debido a mi edad, a la primera solo la conocía de oídas, y que probablemente lo único que sabía de ella es que se trataba de la autora de Las Crónicas de Spiderwick, una saga literaria que en los últimos años se ha unido a esa lista formada por títulos como Las Crónicas de Narnia, Harry Potter, La brújula dorada, Eragon o Espejo de tinta, esto es, la de obras literarias de temática fantástica que, siguiendo un poco la estela de El Señor de los Anillos de Tolkien, han acabado ganándose el estatus de best sellers entre el público infantil y (sobre todo) juvenil. Una literatura claramente orientada a un público muy concreto, y que en España, para entendernos, representaría sin lugar a dudas la obra de Laura Gallego.
El nombre de Ted Naifeh sí me resultaba mucho más familiar; gracias, respectivamente, a Norma Editorial y de nuevo a Dibbuks había podido disfrutar ya de las peripecias de Courtney Crumrin y de Polly Pringle, dos jovencitas enroladas en las aventuras más sorprendentes: mientras la primera -en la serie de entregas cuyos títulos encabeza su nombre- se descubría como una joven cultivada en las artes arcanas por su tío Aloysius, la segunda -en Polly y los piratas- acababa viviendo una serie de aventuras sin fin junto a la banda de piratas que la raptaba en el orfanato.
Lo visto en estas dos obras, particularmente apropiadas para el lector juvenil -aunque el adulto también pueda disfrutar de ellas, doy fe de ello-, parecían hacer de Naifeh el autor ideal a la hora de materializar visualmente el universo de una autora como Holly Black: tanto por el tratamiento de personajes de condición adolescente como por su muy reconocible estilo gráfico. Más todavía si tenemos en cuenta que en la citada Polly y los piratas uno de los elementos más importantes de la trama aludía al pasado de la madre de la protagonista y la relación existente entre ambas.
Porque precisamente este podría ser el punto de partida de Los buenos vecinos: la protagonista principal de la historia, que responde al particular nombre de Rue ("calle en francés", como ella misma señala), es una adolescente que sufre un momento de crisis provocada por la desaparición de su madre y por la depresión que este hecho ha originado en su padre. Para complicar todavía más las cosas, es hallado el cadáver de una joven de 19 años, y el progenitor de Rue, a la sazón profesor de la fallecida, se convertirá en el principal sospechoso... tanto de ese crimen como del (hipotético) asesinato de la madre.
Pero enseguida esta volverá a hacer acto de presencia en el relato, y entonces descubriremos la razón de por qué Rue parece estar capacitada para ver algo que el resto del mundo no ve: que junto a nosotros conviven seres que parecen surgidos de un universo fantástico de hadas, duendes, faunos y trasgos, que nada tienen que envidiar a los que Shakespeare puso sobre las tablas en Sueño de una noche de verano, o a los inventados por C. S. S. Lewis para poblar el citado mundo de Narnia; estos personajes y no otros son los buenos vecinos a los que alude el título, aunque esa situación de armonía entre un mundo y otro podría estar a punto de cambiar...
Como decía, hasta ahora no había leído a Holly Black, pero creo que después de disfrutar de Los buenos vecinos entiendo perfectamente por qué sus libros funcionan tan bien entre cierto sector del público lector: pese a su diáfana pertenencia al género fantástico, no es ese aspecto el que mejor funciona en la presente obra, sino el retrato de la protagonista, así como del resto de personajes secundarios pero de relevancia, y la manera en la que todos interactúan emocionalmente entre sí. Por lo tanto, podría decirse que en Los buenos vecinos acaba funcionando mucho mejor lo que la obra tiene de slice of life sobre los sinsabores de la adolescencia que la parte más fantasiosa del relato.
A todo ello contribuye un Ted Naifeh que apuesta por un estilo en apariencia mucho más adulto -si se me permite la expresión- a lo que nos tiene acostumbrados, al estar mucho menos influenciado por la estética cartoon de las obras citadas anteriormente, supuestamente más personales al tratarse de una autoría única. Y es que, curiosamente, un proyecto como Los buenos vecinos, que aparenta ser más un encargo puramente comercial que otra cosa -sobre todo por el tirón que supone el nombre de la novelista-, acaba por resultar una obra mucho más personal y madura de lo esperado. Resumiendo: que vale la pena leerla.
Otro vecindario que anda bastante revuelto últimamente es el que forman los habitantes de Tranquility, lugar paradójicamente considerado como el último reducto de paz del Universo WildStorm. Esta pequeña localidad, al estilo de las de la América profunda que ilustró Norman Rockwell, es la verdadera protagonista de Bienvenidos a Tranquility, serie cuya edición española alcanza ahora su cuarto número de la mano de Norma Editorial.
Ya han pasado tres años, ahí es nada, desde que pudimos leer los tres volúmenes que recopilaban los doce comic books de la maxiserie original, así como más de dos desde que se publicó WildStorm: Armageddon, que incluía el especial de la cabecera relacionado con el macroevento que iba a redefinir este universo. En sus páginas pudimos disfrutar de una obra de corte mainstream que recomendamos en su día como bastante superior a la media (de WildStorm, y de cualquier otro universo superheroico, y está claro que pienso en las dos grandes en las que que todos están pensando ahora mismo). Por tanto no es mal momento para recuperar algunas de las cosas que dijimos en su día...
Al hilo de aquellas tres primeras entregas destacamos, además de "la permanente influencia de Watchmen, pues con esta va la enésima relectura del clásico contemporáneo de Alan Moore y Dave Gibbons, cuya sombra es inequívocamente alargada", que estábamos ante "una espléndida colección que, sin aportar nada nuevo al género (superheroico, aclaramos), sí supera con creces la media del mismo y ofrece un divertimento con ideas si no propias sí que al menos lo parecen al estar planteadas con brillantez y brío"; también que se trataba de "una metalectura del cómic popular que no obvia los homenajes visuales a estilos, técnicas de impresión y demás grafías". Y finalmente subrayábamos que no se trataba de "un batiburrillo de referencias sin sentido: a partir de la idea inicial [...], la guionista de Wonder Woman construye un universo coherente y emocionante [...] cuyo resultado final, con sus lógicos altibajos, ofrece un balance más que satisfactorio".
Todo ello podría volver a decirse del presente volumen, que recopila una segunda serie -esta vez de la mitad de entregas: tan solo seis- publicada en Estados Unidos el pasado año, y cuyo título es Welcome to Tranquility: One Foot in the Grave. Por su parte, la editorial española ha optado por editarla como un cuarto volumen de la cabecera original, pero -aunque no aparece en la cubierta- manteniendo el título de Un pie en la tumba en los créditos interiores. Y podría volver a decirse todo aquello porque en esta ocasión aparecen de nuevo los mismos protagonistas -entre ellos una sorprendente resurrección que viene a ser una de las sorpresas de la trama- y el mismo entorno, y personajes como Maximum Man, Zombie Zeke o Coyote Kid remiten enseguida a los tebeos de superhéroes, de terror y del Oeste respectivamente. Además, no faltan los homenajes tanto narrativos como puramente visuales a estéticas del pasado, desde las historietas de miedo de EC Comics y Warren -aquí tenemos a un anfitrión o maestro de ceremonias al más puro estilo del Guardián de la Cripta o del tío Creepy-, hasta las historietas publicitarias, pasando por los carteles de películas de ambientación playera.
No obstante, sí podemos mencionar como algo novedoso que la guionista de Aves de presa se muestra aquí como más liberada de la obligación de pagar la cuota de referencias, haciendo así más suyo el universo de Tranquility y sus habitantes. Los personajes ya son conocidos por el lector, y no hace falta volver a presentarlos ni a insistir en los vínculos que se establecen entre ellos. Esto permite que personajes como la sheriff Lindo o el alcalde Fury cobren mayor fuerza y verosimilitud, y el argumento parece discurrir con más soltura que en ocasiones anteriores, para llegar a una conclusión tan sorprendente como emotiva.
En cuanto al apartado gráfico, mencionar la sustitución de Neil Googe por Horacio Domingues, sin que ello suponga ni un acicate ni tampoco una merma en el interés del producto... aunque sí se trate de un cambio de estilo radicalmente distinto, que rompe por tanto con la estética dominante en las entregas previas. Lo que no cambia, para beneficio de los lectores, es que Bienvenidos a Tranquility sigue siendo una obra que, como Los buenos vecinos, merece ser leída.
Título: Los buenos vecinos
Autores: Holly Black (guion) / Ted Naifeh (dibujo)
Editorial: Dibbuks
Fecha de edición: marzo de 2011
360 páginas (b/n) - 24 €
Título: Bienvenidos a Tranquility (Vol. 4)
Autores: Gail Simone (guion) / Horacio Domingues (dibujo)
Editorial: Norma Editorial
Fecha de edición: mayo de 2011
144 páginas (color) - 15 €
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