miércoles, 18 de noviembre de 2009

El arte de mirar



Algunos relatos protagonizados por voyeurs han acabado convirtiéndose en varias de las obras maestras que jalonan la historia del cine, y es lógico que un arte tan visual como el séptimo haya celebrado en muchas ocasiones una actividad tan reprobable como humana como es la de espiar al prójimo. Recuerden a los fotógrafos de La ventana indiscreta, El fotógrafo del pánico o Blow Up, o al actor en paro de Doble cuerpo, filmes dirigidos por Alfred Hitchcock, Michael Powell, Michelangelo Antonioni o Brian De Palma que se han convertido en todo un tratado acerca del arte de mirar.



Curiosamente, otro arte visual como el cómic no ha reincidido tanto en la figura del voyeur, aunque los títulos que hoy comentamos no son ni mucho menos los primeros ni serán los últimos: recuerden, por citar alguno, el Voyeur de Horacio Altuna o el reciente serie El apartamento de Kang Full, sin olvidar el estupendo Tamara Drewe de Possy Simonds, que en cierta forma participa de este subgénero. Pero ya era hora de que nos encontrásemos con una obra maestra indiscutible del noveno arte que plasmara una reflexión acerca de esta actividad.



Pero vayamos antes por estricto orden de aparición y hagámonos eco de la publicación de "Una sensación conocida", el primer volumen de la trilogía Rosalie Blum de la francesa Camille Jourdy que publicó a finales del pasado verano la editorial La Cúpula. En este primer álbum, cuyo título original hace referencia a la sensación de déjà-vu que todos hemos experimentado alguna vez, la autora sitúa la acción en un pequeño pueblo de provincias donde el día a día transcurre con lentitud sumiendo a algún que otro vecino en un inevitable estado de somnolencia y tedio.



Ya desde la primera página el lector conocerá a Vincent, un peluquero de treinta años, soltero, que todavía vive con su anciana madre, una mujer excéntrica que en ocasiones deja entrever los primeros síntomas de lo que podría ser alzheimer. El devenir cotidiano del joven, por lo general sin ningún elemento que se salga de la más profunda monotonía, se transforma cuando descubre a Rosalie, una misteriosa mujer... al menos misteriosa para él, que lo desconoce todo de la chica y que así acaba por envolverla en un cierto halo de fascinante misterio que podría muy bien no tener razón de ser.



Aburrido de su rutina diaria, Vincent se convertirá en un voyeur que espiará y seguirá a Rosalie a lo largo de sus paseos por el pueblo, descubriendo que muchas noches se dedica a visitar un local donde bebe en solitario para, quizás, olvidar un pasado que la atormenta. ¿Qué esconde Rosalie Blum?, se preguntará Vincent, y junto a él un lector que no puede dejar de pasar las páginas observando con interés actividades en principio de lo más anodinas.



El estilo gráfico de Jourdy, que puede recordar a otros autores galos como es el caso de Étienne Davodeau (autor de Caída de bici y El testimonio), remite al mundo de la ilustración para libros infantiles, una idea subrayada por la distribución de las viñetas y por una fuente de texto -tanto en el original francés como en la versión autóctona- también propia de este tipo de publicaciones. No obstante, y como el lector ya habrá supuesto, Rosalie Blum no es un cómic para niños, pues promete ser una radiografía de la vida cotidiana a través de las figuras de Vincent, Rosalie y el resto de personajes del elenco.





La obra, como dijimos antes, es una serie de tres volúmenes cuyas entregas segunda y tercera esperamos no tarden demasiado en ver la luz en nuestro país (en Francia ya han sido publicadas todas ellas). Solo entonces podremos valorar con justicia una obra que promete ser de lo mejor del año que está a punto de terminar.



Una obra que no promete nada, pues es ya una firme candidata a ser uno de los títulos imprescindibles de este 2009 también ha sido publicada por la editorial barcelonesa, y lleva la reputada firma de Beto Hernandez. El autor, también conocido como Gilbert Hernandez, y al que los lectores identificarán como la mitad del tándem creador de la mítica Love & Rockets, ya nos ha ofrecido recientemente títulos imprescindibles como todos los del ciclo Palomar, así como Pereza o Una oportunidad en el infierno (todos ellos, a excepción de Pereza -editada por Planeta-, pertenecientes al catálogo de La Cúpula). Nos referimos a Hablando del diablo.



Si en la traducción del título de la obra de Jourdy se ha decidido adaptar la expresión "déjà-vu" como "Una sensación conocida", en este caso es inevitable que se haya quedado en el camino el doble sentido de la edición original de Dark Horse: la versión española de Speak of the Devil sería "Hablando del rey de Roma", pero en el caso de traducirlo así se perdería la alusión al disfraz que usa el voyeur de este relato ambientado en un barrio residencial cualquiera de una ciudad cualquiera de Estados Unidos.



La protagonista de esta historia, al menos en su arranque -pues pronto la obra se convertirá en una composición coral-, es Val Castillo, una joven estudiante y gimnasta que pronto descubriremos es quien se esconde detrás de una máscara satánica para espiar a sus vecinos. Lo que Val no sabe, ni el lector tampoco aunque Beto Hernandez pronto se lo enseñará sin compasión alguna, es que la actividad de Val le va a traer a ella y a los que la rodean fatales consecuencias.



En este círculo de personajes que se mueven alrededor de Val nos encontraremos con su padre Walter, que parece adorar a su hija y a su esposa pero cuyo trabajo lo mantiene en muchas ocasiones lejos de casa; su madrastra Linda, que aparenta ser una gran mujer pero a la que Val no acaba de apreciar; o los mejores amigos de esta, el introvertido y taciturno Paul, que guarda un gran secreto, o su compañera de equipo Patty, lesbiana y posiblemente enamorada de su mejor amiga.



A partir de estos y otros personajes, y de cómo sus vidas se entrecruzan repetidas veces armando una red de relaciones, confidencias y mentiras, el autor no solo ejecuta lo mismo que la citada Camille Jourdy -esto es, reflexionar sobre la condición humana a partir de un fresco plural que habita en un espacio delimitado-, sino que articula un relato que funciona a varios niveles al unísono, sin estridencias: Hablando del diablo funciona desde su primera página como un slice of life costumbrista pero al mismo tiempo fascinado por el lado más oscuro del ser humano -en la línea que han hecho populares autores como Daniel Clowes o Adrian Tomine-, pero pronto se convierte en una pesadilla increíble -en todos los sentidos del término- que participa y se ríe al mismo tiempo de la literatura de género más alocada, de los relatos de terror pulp sin pies ni cabeza y de lo más truculento, como ya hiciera Hernandez -con mucha menos fortuna, dicho sea de paso- en Grip (El extraño mundo de los hombres), un trabajo como Pereza creado para Vertigo de DC y que aquí publicó hace una década Norma Editorial.



Por si esto fuera poco, Hablando del diablo podría usarse como manual es clases prácticas de historieta, ilustrando a la perfección cualquier doctrina de Will Eisner, Scott McCloud o cualquier otro teórico del cómic, habida cuenta de la portentosa planificación de viñetas, y del uso tanto de diálogos magníficamente escritos como de secuencias narradas exclusivamente con imágenes.



Y es que muy pocos autores tienen a su alcance decir tanto con tan poco: en las páginas de Hablando del diablo el lector se encontrará con narración repleta de sugerencias, de dobles lecturas, de expresiones de incomodidad o dolor que no se ven tras una careta sonriente pero si intuyen (por ejemplo, en las páginas 37 y 38), o una sombra en una pared cargada de evocaciones (página 73, última viñeta). Y son solo algunos de los muchos ejemplos que podríamos rescatar para recomendar esta obra, pero preferimos dejar el placer de experimentarlos de primera mano a cualquier lector afortunado que dé una oportunidad a esta obra.



De esta forma, Hablando del diablo pasa a engrosar una de las producciones más indiscutibles de la historia del cómic reciente, haciendo gala de una poética de lo extraño que desde hace ya un tiempo empieza a ser reconocible, y no solo por el popularísimo estilo gráfico de Beto Hernandez; una manera de observar la realidad y traducirla en arte que convierte al autor en hermano bastardo de otros artesanos de pesadillas como el escritor J. G. Ballard o los realizadores David Lynch y Michael Haneke. Háganme caso y no dejen pasar esta obra: podríamos estar ante el tebeo del año. Quien avisa no es traidor.


Título: Rosalie Blum (Vol. 1: "Una sensación conocida")
Autor: Camille Jourdy (guión y dibujo)
Editorial: La Cúpula
Fecha de edición: agosto de 2009
128 páginas (color) - 18 €


Título: Hablando del diablo
Autor: Beto Hernandez (guión y dibujo)
Editorial: La Cúpula
Fecha de edición: octubre de 2009
132 páginas (b/n) - 18 €

[Fotografía: Camille Jourdy.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario