Hasta la fecha, un servidor pensaba que el casting más marciano y absurdo -vamos, eso que se suele llamar miscasting o "error de reparto"- era el de Cristóbal Colón. El descubrimiento, aquella nefanda película que en 1992 quiso hacerle la competencia al 1492 de Ridley Scott y Gérard Depardieu a la hora de celebrar el quinto centenario del descubrimiento de América. Y es que semejante film dirigido por John Glenn reunió a Georges Corraface -la pasión turca de Antonio Gala... perdón, de Ana Belén- como Colón, a Magnum... perdón, a Tom Selleck, como Fernando el Católico, a Rachel Ward -la de El pájaro espino- como su esposa Isabel, y a un otoñal (por no decir invernal) Marlon Brando como el inquisidor Torquemada. Si eso no es un miscasting que venga la Santa Inquisición y lo vea.
Pues hete aquí que alguien ha conseguido lo imposible: superar ese récord, y con nota. Y este no podía ser otro que el único e inimitable Uwe Boll, que lo ha hecho con En el nombre del rey.
En el nombre del rey es la enésima adaptación de un videojuego perpetrada por Boll, después de haber filmado las también horrendas House of the Dead, Alone in the Dark o BloodRayne. Y viéndola tiene uno la sensación de estar ante una de aquellas exploitations italianas que en las décadas de los 70 y 80 intentaban aprovecharse de algún taquillazo norteamericano imitándolo en la medida que podían dados sus presupuestos irrisorios.
¿Recuerdan todas aquellas películas que surgieron al hilo del éxito de Conan el bárbaro? Que si Ator el poderoso, que si Los nuevos bárbaros, que si El señor de las bestias (esta hasta tenía su gracia)... Pues En el nombre del rey se nos antoja un producto fuera de su época, así como un desvergonzado intento de aprovecharse del rendimiento en taquilla de la trilogía de El Señor de los Anillos... pero con muchos menos medios, mucha menos inventiva y mucha más cara que aquella.
De esta forma, el film es la superproducción de Uwe Boll, alcanzando como puede las algo más de dos horas que dura -y que para un serie Z como Boll vienen a ser lo que cinco o seis horas para Coppola, Scorsese o Spielberg-, y en donde conjuga un reparto que... tela marinera. Veamos: el protagonista es Jason Statham, nada sorprendente habida cuenta de que la estrella de Crank protagoniza la mitad de las películas que se hacen hoy en Hollywood (como ya dijimos, la otra mitad las hace Michael Madsen), que encarna a un humilde granjero al que todos llaman Granjero -para no marearse-, que está casado con Claire Forlani -cuyos rasgos y físico de modelo de El Corte Inglés tira de espaldas en la época medieval-, y que un día descubre que es, agárrate los machos, el hijo ilegítimo y natural heredero de la corona en cuanto se nos muera Burt Reynolds.
Sí, señores y señoras, Uwe Boll le da el papel de monarca a un botoxizado (y casi lobotomizado) Burt Reynolds -un error de casting donde los haya-, y luego pretende que nos sorprenda el vínculo sanguíneo entre uno y otro, cuando todo aquel que haya visto Los locos de Cannonball y la saga Transporter sabe que algo huele a podrido en Stonebridge.
El reparto se completa con Ron Perlman -otro que últimamente sale en casi todas las películas-, Matthew Lillard -que nos cae mal en cuanto aparece, así que su posterior traición tampoco sorprende a nadie-, la muy sexy Kristanna Loken -caballeros: si quieren quedar con ella a tomar una copa lo tienen crudo-, la menos sexy Leelee Sobieski -que después de empezar con Kubrick y Ivory se dedicó a malograrse en subproductos como Wicker Man, 88 minutos -por mucho Al Pacino que la protagonizase- o In a Dark Place-... y, atención, Ray Liotta como malvado hechicero. Sí, señores y señoras, Uwe Boll no solo se atreve a convertir al caradura de Reynolds en rey de un universo de espada y brujería, sino al urbano, duro y canalla Liotta -Uno de los nuestros, Narc, Ases calientes- en un brujo muy muy malo que quiere reinar primero sobre los krugs, una raza de algo parecido a orcos pero con peor uva, que ya es decir.
A partir de ahí, ¿qué se puede sacar en claro? Pues muy poca cosa: que Uwe Boll se conforma con poner en escena un guión a priori lamentable, que meritoriamente logra empeorar rodando con estilo de videoclip cuando resulta menos apropiado, introduciendo la cámara lenta cuando no toca, y rellenando metraje con diálogos insulsos, ninjas medievales (sic), efectos especiales infográficos que dan risa y extras y planos que se repiten desvergonzadamente para ahorrar dinero al más puro estilo Lucio Fulci o Enzo G. Castellari.
Así, En el nombre del rey es una de esas películas que nunca deberían llegar a los cines y quedar relegadas a las estanterías de videoclub. O al menos así ocurría en los 80 y 90, pero como ahora el público está tan poco exigente y la cultura de videoclub se ha venido abajo, pues hete aquí que el señor Uwe Boll llega a la cartelera con todos los honores, mientras sigue filmando a destajo por mucho que algunos vayan reuniendo firmas vía Internet para solicitar que se retire de la dirección cinematográfica. No lo olvides: Uwe Boll resiste. Uwe Boll puede con todos. Uwe Boll te vigila. Chuck Norris es capaz de matarte de mil maneras diferentes, y Uwe Boll puede matar a Chuck Norris, aunque sea de aburrimiento.
si ya te lo decía yo...
ResponderEliminarMecachis, se me escapo de los cines mientras estaba de viaje y seguro que en tele pierde.
ResponderEliminarTengo que ponerme en serio con la filmografia de Uwe Boll.