Como ocurriera la semana pasada con Serpico, un par de horas después de que aparezcan publicadas estas líneas un servidor volverá a la Universidad de Alicante para presentar ante un público selecto formado por estudiantes universitarios la tercera proyección del ciclo dedicado a "la Generación que cambió Hollywood", y que no es otra que la de Tiburón, segundo largometraje (o tercero, si contamos El diablo sobre ruedas) de Steven Spielberg, así como su primer gran éxito a nivel mundial y también primera obra maestra indiscutible.
Por lo general, a Spielberg se le incluye en esta generación y no en la llamada "Generación de la televisión" -a la que perteneció Sidney Lumet, el firmante de Serpico- por su formación universitaria y porque, generacionalmente, está más cerca de la edad de Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Brian de Palma, Michael Cimino o su colega George Lucas que no de Delbert Mann, Arthur Penn, Martin Ritt o Robert Mulligan. Pero, a ciencia cierta, Spielberg no queda tan lejos de esta: por un lado, sus malas notas académicas lo apartaron de poder estudiar cine en la universidad, y se tuvo que conformar con estudiar literatura; por otro, y a diferencia de sus compañeros de generación citados, se fogueó suficientemente en el ámbito televisivo como para ser todo un veterano tras la cámara a los veintipocos años... Y es que en apenas tres temporadas, entre 1969 y 1971, dirige ocho episodios de otras tantas series, y hasta 1973 rodará tres telefilmes más: además del célebre El diablo sobre ruedas se puso tras las cámaras para realizar el discreto pero digno relato de terror Something Evil -emitida en España como El influjo del mal o el literal Algo diabólico- y el ignoto Watch Dog and the Savage Report.
Pero su pericia técnica venía de mucho antes: su interés por el cine es prácticamente innato, y siendo apenas un niño se agencia la cámara de 8 mm. de su progenitor para grabar las salidas campestres de su familia durante los fines de semana. Pronto se cansará de la estética documental de tan anodinas home movies y con doce años de edad rueda un western de tres minutos y medio (!), al que seguirán dos años después un par de filmes ambientados en la II Guerra Mundial (!!) -uno de ellos ya de cuarenta minutos-, así como un film de ciencia ficción (¡de dos horas y veinte minutos de metraje!).
Este bagaje permite a Spielberg poder rodar con apenas 23 años de edad y en tan solo 16 días el telefilm El diablo sobre ruedas, basado en el cuento Duel (el mismo título que el original del film) del gran Richard Matheson, al que el director admiraba como autor de El increíble hombre menguante, que había inspirado la soberbia película de serie B de igual título dirigida por Jack Arnold, y que adaptó los cuentos de Poe para el añorado ciclo de Roger Corman. Hoy es bien sabido que dicho trabajo fue tan bien recibido por la crítica y la audiencia televisiva que la productora Universal decidió hinchar el metraje (de 74 a 90 minutos) con escenas desechadas y estrenarla en cines de toda Europa, convirtiéndolo en el debut de su autor.
No obstante, la primera película que Spielberg dirige verdaderamente encaminada a su estreno cinematográfico es Loca evasión, una road movie basada en hechos reales que, pese a no carecer de interés, hoy en día está prácticamente sepultada en el recuerdo por lo que solo un año después de su estreno, en 1975, significó la llegada de Tiburón a los cines. Este film, estrenado muy apropiadamente el 17 de junio, es un buen ejemplo de ese cine comercial que busca ante todo entretener al espectador, pero que está realizado con una maestría técnica y un dominio del lenguaje cinematográfico que, con el paso del tiempo, se ve revalorizado y deja atrás cualquier tipo de prejuicio esnob. Al hilo de esto, y en relación con la obra del hoy llamado "rey Midas de Hollywood", escribía Marcial Cantero Fernández lo siguiente: "Las películas de Steven Spielberg cometen el 'atrevimiento' de ser acontecimientos mundiales mucho antes del día de su estreno. Suelen dar mucho dinero y todo el mundo quiere ir a verlas; pero parece ser que el cine, para ser de 'calidad', debe resultar un fracaso económico o, al menos, tener como espectadores a un grupo reducido de 'entendidos', que buscarán lo inencontrable, inventarán mil y una interpretaciones y terminarán diciendo lo indecible, aquello que nada tiene que ver con la realidad de lo mostrado en la pantalla".
Prosigue Cantero: "Por si todo ello no fuese suficiente, las películas de Steven Spielberg suelen ser tan sencillas, tanto en cuanto a narración como a contenido, que cualquier espectador medio puede entenderlas. Las películas no dan pie para lanzar grandes discursos metafísicos [...], y la evidencia de su mensaje -que las más de las veces se limita a contar una historia sin más pretensión que la de entretener al espectador- parece invalidarlas como obras de contenido". Finalmente, añade: "En el caso de Spielberg, la taquilla funciona a las mil maravillas, así que la deducción inevitable que hacen algunos es que artísticamente no puede ser bueno. Así, mientras la obra inédita de algunos directores es buena hasta que se demuestre lo contrario, en el caso de Spielberg las películas son malas hasta que demuestren que no lo son. Es así de sencillo".
No obstante, hay que señalar que el texto del que se han extraído estas aseveraciones -el volumen Steven Spielberg de la editorial Cátedra, colección Signo e Imagen / Cineastas número 16- ya está algo desfasado (aunque luego ha tenido una reedición actualizada), y hoy en día estos prejuicios se han visto en buena parte superados no solo por una sana evolución natural de la crítica, sino por lo que ha dado posteriormente de sí la filmografía del propio Spielberg: téngase en cuenta que este trabajo fue publicado en 1993 y que por tanto solo alcanza hasta Hook (El capitán Garfio)... precisamente una de las cintas menos logradas de su realizador. Es más: fue en aquel mismo año que se estrena La lista de Schindler, el film que reconcilió a Spielberg con la Academia de Hollywood después del ninguneo que sufrió El color púrpura, convirtiéndose con once nominaciones y ninguna estatuilla en el mayor fracaso de la historia de los Oscars.
Inmediatamente después del soberbio film sobre Oskar Schindler, Spielberg siguió alternando películas de pretensiones principalmente comerciales -es el caso de Parque Jurásico y su primera secuela, la cual según el director es el único film de su carrera que ha rodado solo por dinero, y de lo cual se arrepiente- con otros trabajos más personales, caso de la fallida Amistad. Pero es a partir de 1998, con el estreno de Salvar al soldado Ryan, que su autor da comienzo a una fructífera etapa de alta calidad y en la que, además, resulta difícil discernir entre proyectos personales y los que podrían ser de encargo, pues además se centra principalemente en un género popular como la ciencia ficción con magníficos resultados-nada menos que dos obras maestras de la talla de A.I. (Inteligencia artificial) y Minority Report, así como una muy digna revisión de La guerra de los mundos-. Igualmente dirigirá también la espléndida Atrápame si puedes, la menos relevante La terminal y la, de nuevo, absolutamente magistral Munich. Solo la cuarta entrega de la saga de Indiana Jones desmerece un tanto esta etapa tan incontestable.
Pero volvamos con Tiburón: después de desestimar al inicialmente previsto Dick Richards (Adiós, muñeca), la Universal confía la adaptación del best seller Jaws (esto es, "Mandíbulas" o "Fauces") de Peter Benchley al prometedor realizador de El diablo sobre ruedas: una decisión lógica habida cuenta no solo de los logros comerciales de esta, sino de que esta historia trataba, como la novela de Benchley, de un héroe (aquí serán tres) sometido a una lucha encarnizada por la supervivencia contra una fuerza imparable: allí un camión asesino, aquí un gran escualo blanco.
Pese a la probada profesionalidad del realizador, este se pasó sobradamente del presupuesto inicial, y los 52 días previstos de rodaje se triplicaron hasta alcanzar la cifra de 155. Por si esto fuera poco, el resultado final de muchas de las escenas rodadas no satisfacían ni a Spielberg ni al resto de su equipo: los tres tiburones artificiales utilizados durante el rodaje no resultaban efectivos ante la cámara, y en lugar de ser amenazadores muchas veces caían en el ridículo. Por ello se optó por ocultar al tiburón hasta bien alcanzado el ecuador del film... algo que finalmente resultó ser un gran acierto.
De esta forma, la película puede dividirse en dos partes bien diferenciadas: la primera es aquella que sigue las directrices del género del terror, influenciada por los clásicos -silentes o no- de la propia Universal y por la ciencia ficción y el terror de serie B de los años 50, con una amenaza latente que pone en peligro el bienestar de un grupo social -en este caso, los habitantes y los turistas de Amity Island, un pequeño pueblo costero tan idílico que recuerda a las pinturas de Norman Rockwell-. Es en esta parte, y beneficiado por una magnífica y minimalista partitura de John Williams (distinguida con el único Oscar que conseguiría el film), donde Spielberg aporta un icono al cine de terror en una década, la de los años 70, no precisamente escasa en personajes icónicos del género: al gran tiburón le precedieron la niña poseída de El exorcista y el letal Leatherface y su familia de caníbales de La matanza de Texas; y después le seguirían el Anticristo reencarnado en un niño de La profecía, el inexpresivo Michael Myers de La noche de Halloween y el octavo pasajero extraterrestre de Alien.
En cuanto a la segunda parte, que empieza en el momento en el que la amenaza ya se ha hecho visible a los ojos del espectador, esta debe más al cine de aventuras (y por extensión, al western) que al terror, con ecos de John Ford (junto con Stanley Kubrick, el realizador más admirado por parte de Spielberg), John Huston (el marino Quint es un personaje como aquellos bigger than life que tanto gustaban al director de El Halcón Maltés) y, muy particularmente, Howard Hawks, el director que hizo de la amistad masculina y la camaradería el eje de muchas de sus películas, fuesen estas de aventuras aéreas (Sólo los ángeles tienen alas), del Oeste (Río Bravo, Eldorado) o de safaris en pos de rinocerontes salvajes (Hatari). Precisamente en la relación que se establece entre el jefe de Policía encarnado por Roy Scheider, el biólogo al que da vida Richard Dreyfuss (que luego repetiría con Spielberg en Encuentros en la 3.ª fase y Always) y el citado capitán Quint encarnado soberbiamente por Robert Shaw donde radica uno de los mayores atractivos de esta producción imperecedera.
Pese a los problemas planteados y a carecer de estrellas como las inicialmente previstas (Paul Newman, Robert Redford, Charlton Heston), pues el cineasta buscaba con actores menos conocidos facilitar la identificación del espectador, el resultado no pudo ser mejor: una recaudación de 260 millones de dólares convirtieron a Tiburón en la película más taquillera de la historia (honor que ostentaría durante dos años hasta la llegada de Star Wars, precisamente de un colaborador de Spielberg, George Lucas, y que recuperaría poco después con E.T.: El extraterrestre), así como en el primer blockbuster veraniego tal y como los conocemos hoy... si bien natural y en parte inesperado, no como producto de diseño prefabricado con clara intención de reventar todas las taquillas. Además, el film supuso todo un fenómeno sociológico, que provocó la disminución del turismo veraniego en zonas playeras durante varias temporadas.
Dado el éxito, el film generó varias secuelas de infausto recuerdo -pese al concurso de actores destacados como Dennis Quaid o el gran Michael Caine-, y de las que solo la segunda entrega, de nuevo con Scheider como el jefe Brody al frente del reparto, puede verse sin sentir vergüenza ajena. Lo mismo sucede con la mayor parte de imitaciones que surgieron a lo largo y ancho de todo el mundo (particularmente en Italia, claro), fenómenos exploitation que llenaron los oceános, los ríos y las alcantarillas de orcas, barracudas, tintoreras, cocodrilos y anacondas homicidas... Producciones la mayoría absolutamente olvidables que no menoscaban, muy al contrario más bien ensalzan, los valores de esta obra maestra del cine de género, con la que Steven Spielberg, como si de un moderno capitán Ahab se tratase, acabó dando caza y dominando a una ballena blanca que no se llamaba Moby Dick, sino Hollywood.
Más información sobre este ciclo y sobre el taller de cine "Matins de cinema" en versión original, aquí.
Chapeau! Magnífico el análisis dela filmografía de Spielberg y fantástica la reseña de Tiburón. Saludos.
ResponderEliminarQué gran artículo y qué magníficamente escrito (en especial me encantaron las últimas seis líneas, qué culminación más bonita).
ResponderEliminarYo al final asistiré a la sesión del jueves porque anoche me quedé hasta las tantas mirando frikadas (lo acabo de explicar en mi blog) y ahora sufro las consecuencias...
¡¡¡Saludos!!!
Te has currado tela el análisis. Muy bueno.
ResponderEliminarGuau! Muy buen post, Spielberg es uno de mis directores favoritos, bueno duranto mucho tiempo, cuando todavía no "sabía" de cine fue el único, películas como "Encuentros en la tercera fase" "ET", "El imperio del sol" o "El color púrpura" me fascinaban (todavía lo hacen) y nunca me cansaba de visionarlas.
ResponderEliminarCuriosamente, cada verano, cuando estrenan los malditos Blockbusters, todo explosiones y cámaras lentas, sin pizca de calidad (salvo contadas, muy contadas excepciones) siempre pienso en la película que lo empezó todo, y me permito maldecir a Spielberg, un genio, que modificó el panorama cinñefilo veraniego para siempre...
saludos.