Tengo que confesar que durante mi adolescencia nunca fui precisamente un admirador de Daniel Torres: lo conocía como el autor de Opium y Roco Vargas, pero su obra no me llamó demasiado la atención; pese a que por edad no pude seguir con regularidad las revistas de cómics de la época, con los años recuperé algunas de aquellas publicaciones, y gustándome más Moebius que Hergé, Corben que Chaland, siempre fui más de la escuela de Cimoc o Zona 84 que de la corriente que impulsaba Cairo, la revista donde la obra de este autor valenciano vio la luz.
No obstante, la atención y el beneplácito de la crítica que ha merecido su regreso a la actualidad con Burbujas, y sobre todo el tiempo que ha pasado desde que leí algo suyo -de esta forma, pueden haberse producido cambios tanto en el estilo del autor como, sobre todo, en los gustos y preferencias del lector- me han inducido a prestarle atención a esta novela gráfica que publica estos días, con sumo gusto, Norma Editorial. Y la conclusión no podría haber sido más satisfactoria.
Al titular esta reseña homenajeando a Fellini no queremos señalar que como el film 8 1/2 este cómic sea un resumen de la carrera de su autor como la película lo fue de los trabajos previos del cineasta italiano; pero sí supone una suerte de nuevo comienzo, una historia que destila frescura por todos sus poros como si de la obra de un principiante se tratase, pero con la factura de alguien que tiene muchos años de experiencia a sus espaldas. Además, como veremos, el trabajo de Torres puede recordar a otras cintas del autor de La strada.
Burbujas es el relato de una crisis de madurez y del consiguiente cambio vital: el protagonista, Ramón Sánchez -un nombre convenientemente común, casi anodino, para un ser anónimo que a priori podría representar funcionar como alter ego de muchos-, vive una situación familiar nada idílica: su matrimonio está en una crisis continua, fruto de la incompatibilidad de su carácter con el de su mujer Marga; además, no se entiende con sus hijos adolescentes, un chico que parece vivir solo para la informática e Internet y una chica gótica que ha decorado su dormitorio como si de una cripta se tratase y que ha cambiado su nombre por el de Mina para homenajear al Drácula de Bram Stoker.
Por si esto fuera poco, en la empresa donde trabaja lo han reubicado, un cambio que posiblemente suponga devolverlo a la sección de Archivos y una reducción del sueldo. Además, debido ya sea al estrés que esta situación le provoca, ya sea simplemente al paso del tiempo, la espalda empieza a fallarle y sufre un pinzamiento lumbar... Pero como le ocurría al Batman de The Cult de Jim Starlin y Bernie Wrightson -y es que Ramón Sánchez, a su manera, es un (super)héroe cotidiano a la altura del Hombre Murciélago-, cuando no se puede caer más bajo, solo se puede ir hacia arriba: en un acuario situado en un subterráneo apartado en mitad de un parque Ramón experimentará una revelación, que pasará por la necesidad de volver a sus orígenes, tomar consciencia de quién es y cuál es su lugar en el mundo, y retomar viejos sueños.
Así, como ocurre en otras cintas de Fellini, Ramón recordará su infancia (Amarcord) junto a su tío Braulio, de profesión carpintero; o convivirá con presencias que ya no están en este mundo de forma tangible (Giulietta de los espíritus), como su padre fallecido con el que de vez en cuando dialoga. Es a través de estos encuentros imaginarios que el protagonista logra encontrar una válvula de escape frente a una realidad que no le satisface.
Estos homenajes cinematográficos, menos perceptibles, se alternan con otros más explícitos, como las referencias al final abierto de Centauros del desierto o, particularmente, la presencia del fantasma de Robert Mitchum -ya sea encarnando al Jeff Bailey de Retorno al pasado, al Harry Powell de La noche del cazador, al sheriff Harrah de El Dorado o al Philip Marlowe de Adiós, muñeca-, al estilo de otros ilustres maestros del otro mundo: Humphrey Bogart de Woody Allen en Sueños de un seductor o Elvis Presley de Christian Slater en Amor a quemarropa... o, sin salirnos del cómic, de John Wayne y su pupilo Jesse Custer en Predicador.
Podríamos seguir hablando entusiasmados de Burbujas, pero en realidad hay poco más que decir: muy poco más puede traducirse en palabras, pues la obra de Daniel Torres despierta sentimientos que es casi imposible codificar. Solo queremos recomendar encarecidamente la lectura de esta obra, llamada a ser uno de los grandes títulos de este año, y posiblemente el mejor cómic autóctono del mismo; o al menos, uno de los dos o tres mejores. A finales de año seguramente se lo recordaremos.
Título: Burbujas
Autor: Daniel Torres (guión y dibujo)
Editorial: Norma Editorial
Fecha de edición: mayo de 2009
282 páginas (b/n) - 24 €
[Fotografía: Daniel Torres en la Feria del Libro de Valencia. © ElMundo.es.]
Sí señor, todo un gran comic a reivindicar y a dar a conocer como Daniel Torres se merece. Qué pedazo artista y qué buenos tiempos me hizo pasar en mi adolescencia con sus historias para Cairo y Roco Vargas (yo deboraba todo, Creepy, Zona 84, Cimoc, Vibora... lo dicho, qué tiempos!!!)
ResponderEliminarUn gran comic, de un gran ARTISTA, sí señor.
Nos leemos!!
Pues no pensaba acercarme a él porque, como comentas que te ocurre a ti también, la obra precedente de Torres no me llega especialmente (leí prácticamente todo Roco Vargas hace un tiempo, quizás siendo aún demasiado joven y estando apegado al "dark & gritty" super-heroico del momento), pese a gustarme mucho su dibujo de línea clara. Pero tu reseña ha despertado mi curiosidad y, aunque hay muchas cosas que tengo pendientes de comprar (y otras por leer que ya he comprado), puede que al final acabe cayendo en la saca...
ResponderEliminarHe cambiado el aspecto de mi nuevo blog, para que todo este un poco más claro que antes. Es que uno es nuevo en esto y le cuesta lo suyo...jejeje
ResponderEliminarAllí nos leemos