domingo, 3 de febrero de 2008
Monstruoso: La paradoja de las monster movies
Una película como Monstruoso (estúpido título español, por obvio y revelador, asignado a Cloverfield, y así nos referiremos a ella a partir de ahora) presenta a priori una serie de tan provocativas como productivas contradicciones que hacen que, más allá de sus virtudes artísticas y técnicas (que las tiene), nos caiga simpática desde el principio. Y nada tienen que ver con su, por otro lado, muy inteligente campaña publicitaria, aquella que durante meses supuso la proyección de su trailer en los cines de Norteamérica, sin desvelar no ya demasiado de la trama, sino tampoco quiénes eran los responsables del film, ni siquiera su título.
Y es que el film dirigido por Matt Reeves y producido por J. J. Abrams (el creador de Alias y Perdidos para televisión) se integra en la tradición de las monster movies o "películas con monstruo" -un subgénero que va de las kaiju eiga japonesas protagonizadas por Godzilla, Gamera y demás criaturas descomunales a la revisión norteamericana Godzilla a cargo de Roland Emmerich-, construidas siempre a partir de una diáfana voluntad comercial y popular; pero que en esta ocasión se materializa haciendo uso de recursos formales más propios del cine independiente.
Téngase en cuenta que Cloverfield apenas dura 85 minutos, y la primera media hora del film transcurre en una fiesta en pleno Manhattan, cuya razón de ser es la de despedir a uno de los amigos de un grupo de treintañeros que se marcha a Japón por razones de trabajo. Así, el film cobra la forma de una grabación doméstica realizada por uno de ellos, para dejar testimonio de lo ocurrido en esa celebración y que luego será entregado al homenajeado para que tenga un recuerdo de sus amigos.
Por tanto, estamos ante un film que hace gala de una estética fingidamente descuidada, muy veraz, y protagonizado por un grupo de personas de los que es muy difícil adelantar quién o quiénes serán los verdaderos protagonistas de la narración, o quiénes sobrevivirán y quiénes no, cuando un monstruo descomunal haga acto de presencia arrancándole la cabeza a la Estatua de la Libertad y continúe destruyendo todo lo que encuentra a su paso.
Película sorprendentemente intimista para tratarse de una producción cuyo mayor reclamo es una criatura de grandes dimensiones que destroza Nueva York, sus artífices parecen haber tomado nota de los logros de Bong Joon-ho en The Host: si aquella suponía una celebración de la familia como fuerza conjunta y que no hacía ascos a implicaciones de crítica política respecto del amigo americano, dejando al monstruo en un segundo plano, Cloverfield va mucho más allá y se constituye en homenaje a la amistad y al amor, en la medida en que el grupo de amigos protagonistas permanecen juntos en la adversidad y son capaces de acompañar a uno de ellos a través de una ciudad en ruinas al rescate de su amada; y no desestima una mirada a la Norteamérica post 11-S que vivió en sus carnes una tragedia que parecía más propia de un film de James Cameron o Michael Bay que de la realidad.
Todo esto, sumado a la ausencia de un final feliz, y cuya amarga conclusión se ve subrayada por las secuencias grabadas con anterioridad (los días felices de la pareja protagonista) que se cuelan por entre los momentos del desastre (desde el principio se nos dice que Cloverfield, nombre en clave de una operación militar, no es otra cosa que la cinta encontrada en el interior de una videocámara), nos lleva a considerar a Cloverfield como una película comercial que no hace concesiones a la galería, y que es coherente con su propósito inicial, compartido con filmes como The Blair Witch Project o la española REC: mostrar como muy real algo que sabemos no puede serlo.
Así pues, podrá achacársele a Cloverfield, y con toda la razón, que argumentalmente no aporta nada que no se haya hecho ya: es un film de terror protagonizado por un grupo de personas que intentan sobrevivir al ataque de un monstruo. Pero, frente a lo habitual en el cine de este género con voluntad popular, que acaba por explicarlo todo y dando un razonamiento científico que muchas veces roza lo risible, el guión de Drew Goddard filmado por Reeves apuesta por la acción física desnuda: nadie sabe qué es en realidad la criatura de Cloverfield, de dónde viene y cuál es su motivación. Tampoco se nos muestra la conclusión de la historia, si el monstruo es finalmente vencido o su acción destructiva es imparable. Simplemente se nos muestra un retazo de varias vidas en el momento en que una criatura inconcebible asoló su hasta entonces común existencia.
Un último comentario, más coyuntural: la atrocidad que siempre supone el doblaje se subraya en un film como este, que por encima de todo busca captar una sensación de realidad. Lo que pretende lograr el recurso de usar a actores prácticamente desconocidos -solo logramos reconocer a Mike Vogel, visto en La matanza de Texas de Marcus Nispel, y a un muy fugaz Chris Mulkey (Twin Peaks) como un teniente del ejército-, así como la ausencia de una estructura dramatúrgica clásica y el recurso fingido de la filmación cámara en mano, se viene abajo cuando los personajes hablan por medio de voces reconocibles como las de otros muchos actores bien conocidos de Hollywood. Se subraya así la paradoja de este muy interesante film: quién iba a decir que echaríamos mucho de menos, como si de un film de Eric Rohmer o de Nanni Moretti se tratase, la versión original de un presunto blockbuster como Cloverfield.
La fuimos a ver anoche y fue una risa.
ResponderEliminarSe nos han ocurrido un par de versiones alternativas que probablemente funcionarían mejor:
-Cloverfield Vs. Sexo en Nueva York
-Cloverfield Vs. Friends
Ya que lo que más falla es que le pillemos simpatía a ninguno de los personajes. Por mí, se los podrían haber cargado a todos en la primera media hora.