jueves, 25 de octubre de 2007
Sitges (VIII): The Nines y Glory to the Filmmaker!
Dos de las propuestas más arriesgadas vistas en el pasado Festival de Cine de Sitges, aun siendo muy diferentes entre sí y viniendo de filmografías alejadas en estilo y geografía, presentaron un común denominador: el ser muestras de eso que ha venido a llamarse cine dentro del cine. Pero, para entendernos, su osadía narrativa (y, en cierta medida, también formal) las acerca más a Mulholland Drive de David Lynch que a Sunset Boulevard de Billy Wilder.
La primera de ellas vino de Estados Unidos: The Nines supone el debut en la dirección de John August, hasta ahora guionista de películas como Los Ángeles de Charlie y vinculado especialmente a la obra de Tim Burton, al colaborar con él en Big Fish, Charlie y la Fábrica de Chocolate y La novia cadáver.
Si pensaban que el autor de Ed Wood (otra muestra de cine sobre cine, por cierto) es un cineasta excéntrico, esperen a ver The Nines: un film dividido en tres episodios, protagonizados todos ellos por los mismos intérpretes en papeles diferentes, y en los que un actor problemático que vive un arresto domiciliario, un programador de televisión y un exitoso creador de videojuegos al estilo de Los Sims descubrirán que viven en un estado de paranoia conspiratoria que ríete de Philip K. Dick.
A destacar, encabezando el reparto, al estupendo Ryan Reynolds (visto en Blade III, La morada del miedo o Ases calientes, y particularmente brillante en esta última), que aquí se erige en el núcleo alrededor del que gira toda la acción, y que se ve secundado por Hope Davis (American Splendor), Melissa McCarthy y la pequeña Elle Fanning.
¿Podemos comentar algo más de The Nines? La verdad es que resulta muy complicado, tras un solo visionado, emitir un juicio acerca de un film tan pretencioso como desconcertante: ¿estamos ante una genialidad absoluta de un digno heredero de Spike Jonze, Michel Gondry y el guionista Charlie Kaufman... o una absoluta tomadura de pelo?
Por tanto, preferimos esperar a un segundo visionado de la cinta para entrar a saco en sus virtudes y carencias. Y, de paso, seguiremos con atención la carrera de August: de momento, atención a su próximo (y bizarro) proyecto como guionista: co-escribir con el veterano William Goldman la adaptación al cine de Shazam de DC Comics, y que podría protagonizar Dwayne 'The Rock' Johnson.
La que sí podría parecer una tomadura de pelo a simple vista es Glory to the Filmmaker! (título para la distribución internacional de Kantoku Banzai!), la última locura del cineasta Takeshi Kitano, capaz de desconcertar a sus fans más acérrimos, no digamos ya a los que se acerquen a su obra por vez primera.
Al menos, hay que reconocerle al autor japonés que no se duerme en los laureles ni se limita a vivir de las rentas: Kitano es hoy un realizador plenamente acomodado, que puede hacer prácticamente lo que quiera, y que podría seguir exprimiendo tanto su más reconocible (y comercial) faceta como actor y director de thrillers austeros y estilizados -recuerden las soberbias Sonatine, Hana-Bi o Brother, por citar algunas- como su vertiente más intimista y tan cercana a la sensibilidad de los festivales internacionales -véase El verano de Kikujiro o la soberbia Dolls.
En cambio, el autor de Violent Cop opta ahora por seguir el camino de autoexploración que inició con la inmediatamente anterior Takeshis', una cinta por momentos fascinante, en otros exasperante, convirtiendo este Glory to the Filmmaker! en una suerte de revisión alucinógena de lo que la célebre 8 1/2 supuso para Federico Fellini.
De esta forma, Kitano arranca su película mostrándose como un cineasta en crisis que va a probar caminos distintos a las películas policiacas que le dieron la fama y lo convirtieron, según la campaña publicitaria, en "la respuesta japonesa a Clint Eastwood". De esta forma, no tarda en parodiar tanto el cine intimista al estilo de Yasujiro Ozu (sic) como los films románticos más almibarados, sin olvidar las películas de samurais (que ya revisitó en Zatoichi, film que triunfó en Sitges hace unos años) o el cine de terror asiático -aunque con influencia de los slasher films de John Carpenter o Sean S. Cunningham que están en mente de todo el fandom-, de tanto éxito en todo el mundo.
Y hay que reconocer que en su primera hora, el film tiene su gracia, los modelos parodiados son muy reconocibles, y la valentía autoral y la capacidad autocrítica de Kitano son muy de agradecer. Pero hacia el final de la cinta el director se desmelena demasiado, dando la sensación de que filma sin guión, a golpe de inspiración, y el resultado final es como poco desconcertante y por momentos irritante. Más todavía si, al contrario que ocurría con The Nines, da la sensación de que detrás de la historia que cuenta Kitano y la estructura fragmentada que emplea para ello no hay más que un enorme y vasto vacío.
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