domingo, 4 de marzo de 2007

Cartas desde Iwo Jima: Crónica de un fracaso anunciado

Vaya por delante que, por encima de cualquier valoración crítica de esta película de Clint Eastwood, lo que el veterano cineasta norteamericano ha llevado a cabo con ella y su trabajo precedente, Banderas de nuestros padres, no tiene parangón en la historia del cine.



No contento con adaptar en su anterior film el libro de James Bradley y Ron Powers, Eastwood encarga a Paul Haggis e Iris Yamashita el guión basado en una obra del general Tadamichi Kuribayashi sobre la batalla de Iwo Jima; esto es, la mirada del otro, aquí el ejército japonés. El resultado es estas Cartas desde Iwo Jima.



El film, protagonizado por el pujante Ken Watanabe (El último samurái, Batman begins) en la piel de Kuribayashi, y por el joven y desconocido Kazunari Ninomiya, arranca con la llegada del general que interpreta el primero a Iwo Jima, donde se encargará de dirigir a una pequeña parte del ejército japonés en la defensa de la isla. Desde el principio, sus métodos (más sosegados que el de sus antecesores, y más preocupados por la estrategia militar que por la pura disciplina) se encontrarán con la incomprensión de muchos de sus semejantes.



Cartas desde Iwo Jima es un film mucho más reflexivo que Banderas de nuestros padres, de ritmo narrativo más moroso y con un mayor cuidado del detalle: Eastwood es un cineasta con experiencia a sus espaldas, y es indudable que ha tomado buena nota de algunos maestros del cine nipón (con Akira Kurosawa y Yasujiro Ozu a la cabeza) para conferir a su última película de una aureola de fascinación, subrayada por el hecho de que está rodada en japonés, algo bastante inaudito en un mercado norteamericano que solo perdona estos excesos a Mel Gibson y su fascinación por las lenguas extinguidas.



Si Banderas de nuestros padres se articulaba a partir de saltos en el tiempo, mostrando los preparativos de la batalla de Iwo Jima, el enfrentamiento mismo, y las consecuencias de este y de la célebre foto de Joe Rosenthal ya en suelo norteamericano, Cartas desde Iwo Jima se presenta como una historia mucho más lineal, y solo se permite unos contados flashbacks para explicar la psicología de algunos de sus principales protagonistas.



El film, de factura técnica impecable, y donde destaca su fotografía quemada y monocroma frente a la más brillante y lustrosa de Banderas de nuestros padres, tiene una calidad cinematográfica indiscutible, y cuenta con la carga dramática de saberse la crónica del fracaso anunciado de un ejército kamikaze.



Pero no hay que olvidar nunca que Cartas desde Iwo Jima se crece considerablemente con el visionado de la cinta previa (de la que parece retomar algunos planos del enfrentamiento bélico), pues ambas se definen por contraposición con la otra. Cabe preguntarse cuál habría sido el resultado si Eastwood hubiese optado por hacer una épica producción de más de cuatro horas que aunase ambas perspectivas en lugar de este díptico; un programa doble que por más carencias que se le quiera encontrar, pasará a la historia del séptimo arte ya solo por su mera razón de ser.

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