miércoles, 29 de junio de 2011
El país de los ciegos: Alicante, ciudad sin ley
Era un asunto casi personal: le tenía muchas ganas a esta novela por varios motivos. Como ya he explicado en alguna ocasión, el azar había querido que mi vida profesional y la del autor de El país de los ciegos, Claudio Cerdán, se cruzasen en más de una ocasión: ambos fuimos alumnos y/o asistentes a los mismos talleres literarios, los dos vimos cómo uno de nuestros primeros relatos, acaso el primero de género negro, eran publicados en una misma antología -Cosecha negra, algo así como el Novísimos poetas españoles, pero en clave noir y cambiando a José M.ª Castellet por Mariano Sánchez Soler-, y tanto él como yo hemos estado vinculados a Mayo Negro (Jornadas sobre Género Negro de la Universidad de Alicante), en su caso como invitado en varias ocasiones, en el mío como parte de la organización, desde hace varias ediciones.
Por si esto fuera poco, supe desde los inicios de su gestación que la historia que cuenta esta novela con la que Ilarión aumenta su línea dedicada al género negro estaba ambientada en la ciudad de Alicante, donde un servidor vive desde hace casi una década. Por una vez, después de recorrer desde el prisma de la ficción las calles de ciudades en las que no he estado (o en las que si he estado ha sido de modo fugaz como turista o visitante ocasional) como New York, Chicago o Detroit, o Madrid o Barcelona gracias a Juan Madrid, Andreu Martín o Francisco González Ledesma, iba a tener la oportunidad de visualizar la trama en los espacios y ambientes que conozco bastante bien de primera mano. Una ciudad que, en su prólogo, el citado Sánchez Soler relaciona con la Personville / Poisonville de la seminal Cosecha roja de Dashiell Hammett, pero que a mí siempre me ha recordado a aquel western de Michael Curtiz titulado Dodge, ciudad sin ley.
Todos estos factores me predisponían positivamente a la hora de leer El país de los ciegos. Pero también había un riesgo: que las expectativas generadas por el autor gracias a lo publicado con anterioridad fueran demasiado altas como para ser satisfechas. Cualquiera que haya leído un relato tan estupendo como "La hora de la siesta" -que dio lugar a un corto dirigido por el propio escritor- o dos novelas como El Dios de los Mutilados y su secuela Cicatrices, que forman un díptico de sword & sorcery cínico y multigenérico y que, si me permiten la autocita, "gustan hasta a los detractores del género como yo", se hará cargo de lo que digo. Pero una vez inmerso en la lectura de la novela -la primera de género negro que publica su autor, y me consta que no será la última ni tampoco la penúltima-, todos estos temores se desvanecieron: muy al contrario, creo que la mirada de Cerdán, que como las tarjetas de crédito es personal e intransferible, encuentra en el género policíaco el caldo de cultivo idóneo para expresarse de la forma más diáfana, directa y brillante posible.
Por otra parte, que Alicante -con su Universidad, su Explanada frente al puerto, su plaza de Gabriel Miró- sea el lugar donde se desarrolla la historia también suponía un posible hándicap para alguien que conoce bien este marco geográfico: ¿podría peligrar la verosimilitud de una historia de esas a las que estamos más acostumbrados a ver ambientadas en urbes más alejadas y pertenecientes a otras culturas que, por más que nos suenen familiares gracias a la literatura y sobre todo el cine, al fin y al cabo no son la nuestra? Quizá en manos menos hábiles podría suceder, pero El país de los ciegos rezuma credibilidad por los cuatro costados, desde la primera hasta la última de sus páginas.
Dicho todo esto, y como el lector ya supondrá que esta obra cuenta con mi más rendida admiración y por tanto mi más sincera recomendación, podemos centrarnos algo más en su contenido: porque, ¿qué cuenta El país de los ciegos? A grandes rasgos, relata el regreso del personaje central, 'Tuerto' Durán -su apodo supone una primera explicación al título-, a la ciudad que mejor conoce, Alicante, después de haber pasado un lustro entre rejas en la prisión de Fontcalent. En principio cansado pero dispuesto a ganarse la vida de nuevo haciendo lo que mejor sabe hacer -ejercer la violencia sobre sus semejantes-, pero dándole una pátina de legalidad convirtiéndose en una mezcla de detective privado y cobrador del frac, se encontrará con una localidad todavía más corrupta y podrida que como la recordaba, y en la que alguien con una moralidad tan laxa como la suya aún puede ganarse las simpatías de los que le rodean, los lectores incluidos. Y de ahí aquello de "En el país de los ciegos...".
Cerdán sigue las normas canónicas, escritas o no, de la novela negra establecidas por Hammett primero y Chandler después, y consolidadas posteriormente por autores que me consta le interesan como lector, caso de Ross Macdonald, Chester Himes o su idolatrado James Ellroy. Así, tenemos el hallazgo de un cadáver que funciona como pistoletazo -nunca mejor dicho- de salida del relato, y la información que debería aclarar el misterio que rodea a esta muerte se dosifica con acierto para mantener la atención del lector hasta el final. Pero, como en la mayoría de las mejores novelas de los escritores citados, en El país de los ciegos la intriga no es lo más importante: lo es el retrato de una sociedad corrupta hasta la médula, representada por un bestiario -nunca mejor dicho también- donde cada personaje, hasta el más secundario, tiene su momento de gloria: desde la chica de alterne que se convierte en socia del 'Tuerto' Durán a la propietaria del bar que se convierte en interés romántico (o así) del protagonista, pasando por los antiguos amigos del mismo o el brutal Magallanes, que casi lo mata en la cárcel. Todo un recital para los que gustan de pasear por el lado salvaje de la vida, que diría Lou Reed.
Como ya habrá adivinado el lector, El país de los ciegos no es una novela para pusilánimes, principalmente porque si hay algo que no es Claudio Cerdán es precisamente eso: un pusilánime. Su relato tiene suficientes dosis de violencia como para resultar verosímil -dado lo que cuenta- pero que nunca resultan gratuitas ni dan la sensación de ser una cuota a pagar obligada para satisfacer a los fanáticos de Quentin Tarantino o Guy Ritchie. Y también como su autor, El país de los ciegos es una novela que no se casa con nadie; en todo caso, se dejará manosear durante unas horas para luego irse con otro. Pero eso sí: les aseguro que esas horas serán muy placenteras, y las recordarán durante mucho, mucho tiempo, cuando se hayan quedado más solos que la una.
El país de los ciegos
Claudio Cerdán
Madrid, Ilarión, 2011
312 pp. - 18 €
(+) Conservado en alcohol (Blog de Claudio Cerdán)
Una gran novela, sin duda que he disfrutado y sufrido a tope.
ResponderEliminarClaudio es grande, y tiene cuerda para rato.
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