martes, 2 de marzo de 2010

Aullando a la luna llena... otra vez



Mirando la cartelera actual, y atendiendo a los títulos con más posibilidades de despertar el interés inicial tanto de crítica como de público, me da la sensación de que si Shutter Island de Martin Scorsese se va a ganar los aplausos de la crítica y sobre todo la venta masiva de entradas de cine, mucho me temo que en el caso de El Hombre Lobo -otra cinta que, con intenciones bien distintas pero también desde los postulados del cine de género, trata de los conflictos de la mente- va a tener que lidiar por lo general con el desprecio, cuando no el más brutal ninguneo, por parte de la prensa especializada y los espectadores.



Téngase en cuenta que una película como El Hombre Lobo nos llega absolutamente a destiempo... La revisión de los clásicos de terror de la Universal quedó tan atrás como aquel soberbio Drácula de Francis Ford Coppola o el tan interesante como desconcertante Frankenstein de Kenneth Branagh. Además, revisitar ahora en estos tiempos que corren -los de Crepúsculo y otros productos descafeinados similares- un clásico del cine de terror más romántico -entendido este término como se entendía en su origen, más cercano a Lord Byron que a Meg Ryan- es poco menos que un suicidio empresarial.



Antes de entrar en harina, y para entender los prejuicios que llevaba a cuestas cualquier espectador un poco puesto sobre aviso, repasemos los nombres de las personas que han hecho posible este film, empezando claro está por su director: Joe Johnston, autor de películas dignas en lo que a la factura técnica se refiere pero absolutamente impersonales y bastante anodinas como Cariño, he encogido a los niños, Rocketeer (esta según el cómic de Dave Stevens), Jumanji, Parque Jurásico III u Océanos de fuego.



Por su parte, el guión está firmado al alimón por Andrew Kevin Walker, aquel que parecía que se iba a comer el mundo después de escribir el libreto de Seven de David Fincher y que poco más hizo después salvo que guionizar en el 99 las películas correspondientes de Joel Schumacher (Asesinato en 8 mm) y Tim Burton (Sleepy Hollow), curiosamente hasta aquel momento los dos directores de la franquicia de Batman; así como por David Self, especialista en adaptaciones literarias (novela, ensayo, cómic) con títulos como The Haunting (La guarida), Trece días o Camino a la perdición.



Vayamos al reparto, que tampoco hacía intuir nada bueno: Benicio del Toro, el encargado de revisitar el personaje de Larry Talbot que inmortalizara Lon Chaney Jr., ejercía desde el primer momento de co-productor del film, en lo que se podía ver un intento de autoproporcionarse un papel protagonista en una cinta con vocación indisimuladamente taquillera. Además, Del Toro es un coleccionista confeso de toda la mitología que rodea a la figura del licántropo, por lo que también podía sospecharse que estábamos ante un capricho personal. Junto a él, una actriz de carrera ascendente como Emily Blunt, así como un actor de reparto tan reconocible como Hugo Weaving (presente nada más y nada menos que en las sagas de Matrix y El Señor de los Anillos, además de ser el anarquista enmascarado de V de Vendetta) haciendo las veces de némesis del personaje principal... en un papel que, por cierto, es el mismo que encarnara Johnny Depp en el film de los hermanos Hughes Desde el infierno, según el cómic homónimo de Alan Moore.



Mención aparte merece, como el otro gran reclamo de qualité (y además inequívocamente comercial) de la cinta, Anthony Hopkins, que aquí sustituye al también soberbio pero más discreto Claude Rains en el cometido de interpretar al padre del protagonista. Por supuesto, se trata de uno de esos papeles que, a priori, da la sensación de que el actor de El silencio de los corderos interpreta con los ojos cerrados y el piloto automático puesto.



Si a todo esto añadimos que el film sufrió un cambio de director con el rodaje ya empezado -el primer encargado era el más sugerente Mark Romanek, firmante de la reivindicable Retratos de una obsesión con Robin Williams-, así como continuos retrasos en la fecha del estreno inicial -por lo general signo de que los primeros pases privados y los test screenings no dejaban contento a casi nadie-, era comprensible que nos esperáramos lo peor.



Pero, contra todo pronóstico y aunque hacia el final se convierta en una pieza demasiado sumisa a los imperativos del (mal) gusto del público adolescente, con un montaje atropellado que contrasta con la estética pausada que ha imperado hasta el momento en el film, este apuesta por lo general por una cadencia y una capacidad de sugerencia nada desdeñables: véase, si no, el retrato inicial de un Larry Talbot convertido en actor teatral -una profesión nada respetable en aquellos tiempos- que interpreta sobre las tablas el Hamlet de William Shakespeare... adelantando de forma sugerente el enfrentamiento con la figura del patriarca.



Además, encuentro en esta mencionada indefinición del producto, no sé si fruto de la torpeza del realizador o de las imposiciones de la compañía, uno de sus rasgos si no más acertados sí por lo menos más emocionantes: ese continuo vaivén entre la apuesta por la elipsis en una secuencia y por el grand guignol más sanguinolento a la siguiente, por los primeros planos que buscan captar la psicología de los personajes en un instante y el plano espectacular que busca la posibilidad de convertirse en póster o fotograma promocional al momento, puede provocar en el espectador los escalofríos más placenteros.



Por cierto, y por si a alguien le interesa, tanto Romanek como Johnston tienen inminentes proyectos de indudable interés pero bien distintos cada uno y representativos quizá de su vocación artística y del lugar que quieren conquistar en Hollywood: el primero adaptará Nunca me abandones, la soberbia novela del japonés nacionalizado británico Kazuo Ishiguro; el segundo será el encargado de dirigir The First Avenger: Captain America, el nuevo capítulo cinematográfico de los superhéroes Marvel. Veremos.



Como coda final, quiero mencionar que he aprovechado la ocasión para revisar La maldición del hombre lobo, película de la Hammer Films estrenada en 1961 y a la sazón inolvidable aportación al mito del realizador Terence Fisher. El film se ve hoy con tanto interés como entonces, y es significativo del curso de los tiempos que la transformación del protagonista en lobo, hoy gran reclamo de cara a un público ávido de efectos especiales, quede reservada en la figura del personaje encarnado por Oliver Reed a los últimos veinte minutos de la cinta. Con todo, lo más interesante de esta obra maestra sigue siendo la imagen de una España anclada en la superchería y los prejuicios más propios del pasado, además por supuesto del subyugante poderío visual y cromático tan característico del director del Drácula de Christopher Lee y Peter Cushing. Un film para ver y volver a ver cuantas veces se quiera; si algún día se podrá decir lo mismo de El Hombre Lobo es algo que solo el tiempo dirá.

4 comentarios:

  1. Ha sido una lástima los trajines de director, retrasos y un montaje un tanto caótico. Aún así la peli se deja ver a pesar de que yo iba buscando algo similar a lo que hicieron en su momento Coppola y Branagh. A esta peli le falta ese toque maestrillo y una edición más acertada.

    Yo también reivindico la peli de Retratos de una obsesión. Una peli muy olvidada.

    Ayayayaya... esa peli del Capi...ayayayaya

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  2. El problema con The Wolfman es que todo es absolutamente predecible, posiblemente porque nos cuenta una historia ya archiconocida. La única manera que tiene de redimirse su director es cómo contarla. Pero a pesar de la excelente fotografía y cuidada ambientación, tampoco consigue nada fuera de lo común, y uno no puede evitar el hacer comparaciones con las mucho más originales Un Hombre Lobo Americano en Londres, En Compañía de Lobos y el primer Aullidos.

    No entraré en el presupuesto de los efectos especiales ni en la calidad de las transformaciones, con un monstruo que intenta replicar a conciencia la apariencia del original de Chaney. El mayor defecto de esta película está en la sosa historia que cuenta y en la rutinaria forma en que está contada, a pesar de su estimable recreación de las películas de terror gótico de los años 20 con toques que recuerdan también al cine de la Hammer.

    The Wolfman no es más que una película entretenida, de las de sábado por la tarde, que casi acaba pareciendo una producción de Paul Naschy y poco más. Pero para los que les vayan la inquietud gótica y las interpretaciones afectadas, exageradas, casi desquiciadas, que intentan abundar en el sombrío ambiente, vale.

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  3. Empieza interesante, pero al final cae en la mediocridad y en la vulgaridad con una trama super predecible. Sin embargo, creo que el conjunto es digno.

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  4. A mi me ha perecido una peli de monstruos bastante agradable.

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