martes, 16 de febrero de 2010

La Semana del Cómic Autobiográfico: Brooklyn Dreams



Los lectores españoles hemos tenido que esperar más de tres lustros para conocer de verdad a J. M. DeMatteis. El guionista norteamericano que junto con Keith Giffen y el dibujante Kevin Maguire nos hizo reír durante la década de los 80 gracias a la Liga de la Justicia de América de DC Comics, y que después ha desarrollado una carrera siempre sujeta a los cánones del género superheroico, se descolgó en 1994 para Paradox Press (sello perteneciente también para la editorial de Superman y Batman) con una autobiografía en cuatro partes titulada Brooklyn Dreams, que no ha sido publicada en España hasta el pasado enero de la mano de Norma Editorial.



Como confiesa el propio DeMatteis en el revelador epílogo de la obra, él ya intentó un acercamiento al género autobiográfico con su Moonshadow publicado por Marvel dentro de la línea Epic (curiosamente reeditado luego por la distinguida competencia bajo el sello Vertigo), pero en aquella ocasión el autorretrato dibujado por Jon J. Muth venía con un envoltorio genérico de ciencia ficción. En cambio, con Brooklyn Dreams, el escritor neoyorquino se destapa sin tapujos a través de un álter ego literario a la vieja usanza: el del joven Carl Vincent (o Vincent Carl, según a quién se pregunte) Santini. Pero el uso de un otro yo de ficción no esconde que DeMatteis habla en todo momento de sí mismo: así se presenta como maestro de ceremonias en la primera página, dirigiéndose directamente al lector y rompiendo con la cuarta pared que los separa en un diálogo que se mantendrá a lo largo de toda la obra.



"Esta es la historia de lo que me sucedió durante mi último año en el instituto. Mira, todo lo que estoy a punto de contarte es real, lo juro. Pero el problema es... que no creo que haya nada parecido a 'una historia real'. La percepción es limitada. La memoria es traicionera. Creo que en el momento en que las palabras salen de la boca, creamos algo totalmente distinto a la verdad que intentamos comunicar. Un espectáculo de sombras de la realidad. Un soñar despierto, si lo prefieres". Así presenta el autor su obra desde un primer momento, resumiendo en apenas unas palabras, de Platón al cine documental de nuestros días pasando por Calderón, toda la problemática de la ficción como trasunto fiel o no de la realidad.



La ficción da saltos en el tiempo, digresiones de las que el narrador se disculpa continuamente, si bien el verano de 1970, cuando el joven y desgarbado Carl Vincent cuenta con 16 años, viene a ser el centro neurálgico de un relato en cuatro partes: "Canícula", "Conducta criminal", "El blues de la dualidad" y "Las puertas de la percepción", que se corresponden con las cuatro entregas de la primera edición serializada de la obra. El título de la cuarta y última parte coincide con uno de los libros más populares de Aldous Huxley, una de las obras clave para los consumidores de drogas psicodélicas, y que pasará a la historia entre otras cosas por haber dado nombre a The Doors, el grupo de Jim Morrison. Huxley es, claro, una de las lecturas favoritas de un joven Carl que coquetea con las drogas en aquel momento, y sus libros pasan por sus manos junto con los de William Shakespeare, William Blake, el Siddartha de Herman Hesse y, muy especialmente, Dostoievsky. El escritor ruso es, todavía hoy, uno de los favoritos de DeMatteis, y su novela Los hermanos Karamazov -aunque en su juventud le influyó más, por motivos de identificación con Raskolnikov, Crimen y castigo- una de las cumbres de la literatura universal en opinión del guionista.



Todas estas referencias culturales salpican sin ningún atisbo de pedantería un relato cercano y cautivador: el de un joven nacido en el barrio de Brooklyn, lleno de italoamericanos e irlandeses, de policías y mafiosos, en el seno de una familia típicamente disfuncional -en afortunada definión del propio autor- encabezada por un católico paranoico y temperamental y una judía nerviosa que pese a los continuos enfrentamientos se querían lo suficiente como para permanecer juntos. Pero no fueron solamente sus padres y su hermana mayor quienes educaron a Carl (esto es, a DeMatteis); también cobraron vital importancia los profesores, tanto aquellos que potenciaron su valía como los que le menospreciaron por sus carencias académicas; su primera novia formal, Annie, cuyo abandono fue un golpe fatal; y, sobre todo, su mejor amigo y vecino, apodado Shane en homenaje al personaje de Alan Ladd en el western Raíces profundas, y junto con el que se vio embarcado en una aventura que los llevó directos a la comisaría.



Podría seguir desgranando las aventuras y anécdotas que cuenta Brooklyn Dreams, una obra tan inteligente de un DeMatteis tan brillante que justo cuando empieza a decaer en cierta filosofía new age cargante el primero en reconocerlo y criticarlo es el propio autor desarmando así al lector; pero prefiero dejar a este último la oportunidad de descubrir casi todas ellas como yo, desde el desconocimiento de la vida de un guionista que considero una parte pequeña pero indispensable de la historia reciente del cómic norteamericano mainstream. Resulta curioso recordar y contemplar ahora todo lo que hemos leído de DeMatteis, sobre todo obras tan ligeras -por más que en cierta forma sean espléndidas- como la citada JLA, a la luz que arroja esta autobiografía que nos acerca a un creador que ha dado lo mejor de sí mismo contando sus experiencias más íntimas.



Con todo, el gran descubrimiento de la obra es su ilustrador, Glenn Barr: muy pocas veces se da una comunión tan perfecta entre guionista y dibujante, más aún si tenemos en cuenta que se trata de una obra autobiográfica del primero; tanto es así que Brooklyn Dreams parece la creación de un solo hombre. Y es que no sé en qué medida las distintas soluciones visuales de la obra pertenecen a DeMatteis o a Barr, pero dudo mucho en que pequeños apuntes a la postre tan sugerentes y encantadores -el retrato de Richard Nixon sobre la cama, las cenefas de calaveras en la toalla de baño- estuviesen ya señalados en el guión. Para DeMatteis, Barr ha creado un universo propio, indiscutiblemente influenciado por los cómics autobiográficos de Will Eisner, pero que se nos antoja como si las calles de Contrato con Dios se vieran pobladas de repente por los cartoons de Kyle Baker o el alocado Gregory de Marc Hempel. Así es el Glenn Barr que descubrimos en Brooklyn Dreams: un autor que parece tan influido por el autor de The Spirit como por Bill Sienkiewicz o Sergio Aragonés.



En definitiva: Brooklyn Dreams es una de esas obras de las que, más allá del reconocimiento que le quieran dar los popes de la crítica especializada, nos apetece decir que es una obra maestra... aunque probablemente no lo sea, ni aporte nada nuevo al medio, ni hubiese supuesto una pérdida para el mismo de no haber sido publicada jamás. Pero si el decirlo implica que ese lector hipotético que llega a este vuestro blog va a darle una oportunidad, creo que es por su bien (el del lector hipotético, digo) que vamos a decirlo: Brooklyn Dreams es una obra maestra.


Título: Brooklyn Dreams
Autores: J. M. DeMatteis (guión) / Glenn Barr (dibujo)
Editorial: Norma Editorial
Fecha de edición: enero de 2010
392 páginas (b/n) - 25 €


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