miércoles, 25 de noviembre de 2009

Las ciudades visibles



Si las ciudades invisibles son las de Italo Calvino, las visibles son las que pueblan las películas y los cómics de nuestra vida. A una larga nómina dentro de la tradición del noveno arte, y mientras esperamos la anhelada recuperación del Hicksville íntegro de Dylan Horrocks por parte de Sins Entido, se suman este año dos títulos y otras tantas ciudades, de los cuales el primero a comentar ya fue editado en su día por Norma pero que ahora se ve recuperado por Planeta de Agostini Comics dentro de la línea Vertigo y en un solo volumen. Nos referimos a Terminal City, del guionista Dean Motter y el dibujante Michael Lark.



Cada vez que se habla de Terminal City se recurre a los adjetivos noir (esto es, de género negro) y retro. Para empezar, ambos aparecen en el texto de la contracubierta en boca de Peter Bergman, que debe saber bastante de esto. Esta recurrencia resulta lógica sin necesidad de prestar atención al relato urdido por Motter y ya desde un primer vistazo a la labor de Lark, un dibujante que aquí hacía su primer trabajo importante y que luego despuntaría en títulos como Gotham Central para DC o Daredevil para Marvel, así como adaptando la novela de Raymond Chandler La hermana pequeña o ilustrando la serie La escena del crimen escrita por Ed Brubaker... Ambos acercamientos al género policíaco más ortodoxo. Por supuesto, Terminal City apuesta por la fusión de géneros, mezclando los estilemas del noir con un envoltorio de la ciencia ficción pretérita (de ahí lo de retro), la de los años 20 y 30, extraída de cintas como Metrópolis de Fritz Lang o La vida futura de William Cameron Menzies, algo ya visto en el ámbito del cómic en, por ejemplo, Top 10: The Forty-Niners de Alan Moore y Gene Ha. Es la misma opción -la fusión de géneros, digo- por la que optaron el film Blade Runner (y la novela de Dick en que se basa, claro) o el prodigioso cómic El muertero Zabaletta, de unos Agrimbau y Ginevra que sospecho habían leído previamente esta miniserie de Vertigo.



Como corresponde a un cómic en el que el verdadero personaje principal es la urbe que le da título, el protagonismo se resuelve de forma coral, aunque sea Cosmo Quinn, alias la Mosca Humana, antiguo artista del espectáculo que hoy se gana la vida limpiando las ventanas de los rascacielos de la ciudad (en el primer gran hallazgo conceptual de una larga lista), quien se gana las simpatías del lector desde la primera página. A su alrededor se moverán personajes como Charity, su ex pareja, que hoy regenta un restaurante de lujo; la joven B.B., recién llegada a Terminal City y que pronto empezará a trabajar con Cosmo como ayudante; el capitán de Policía Habib, un hombre misterioso y parco en palabras; el explorador y empresario del show business Monty Vickers, cuyos relatos aventureros nos recuerdan a la literatura de Verne y London, a la imperecedera King Kong o a la película de Frank Capra Horizontes perdidos; los hermanos franceses Micasa y Sucasa; el boxeador retirado Kid Gloves; el torpe botones Manual; o la peligrosa madame mafiosa Li'l Big Lil... Sin olvidar a la misteriosa Mujer de Rojo, una suerte de heroína vengadora que aparece siempre cuando más se la necesita.



Esta mezcolanza de personajes en un marco pretérito pero futurista, hacia el final del siglo XX como habría sido si el pasado hubiera tomado otros derroteros y se hubiera apostado mucho antes por la investigación robótica, puede hacer pensar al respetable, con toda lógica, que estamos ante un pastiche alocado y excéntrico sin más posibilidades que las de sorprender e irritar al mismo tiempo a ese lector que ingenuamente busque un relato de intriga clásico. Nada más lejos de la realidad: Dean Motter usa un recurso típico del género de suspense, el del mcguffin -que no inventó Alfred Hitchcock, pero al que el Maestro del Suspense sí bautizó y popularizó-; esto es, un elemento alrededor del que gira toda la trama pero que se convierte en una mera excusa para contar otras cosas.



En Terminal City, como en Pulp Fiction, el mcguffin es un maletín que todo el mundo anhela conseguir, si bien en la película de Quentin Tarantino nunca llegábamos a conocer a ciencia cierta su contenido (¿dinero? ¿droga? ¿oro?) y en la historieta que nos ocupa sí: la maleta parece contener un collar que lleva incrustados a modo de joyas preciosas los ojos del mismísimo vidente Nostradamus. Pero se trata, claro, de un recurso para retratar una ciudad tan corrupta como la Personville de Cosecha roja de Dashiell Hammett, un núcleo urbano tan corrompido y brutal que se había ganado merecidamente el sobrenombre de 'Poisonville' ("Ciudad Veneno").



Este relato steampunk de corrupción, búsqueda de poder, amores eternos y amistades traicionadas escrito con maestría por Motter, que no pretende engañar a nadie en cuanto a sus referencias y lecturas de cabecera -el alcalde vigente se apellida Huxley y el anterior en su cargo Orwell; sí, como los autores de las distópicas Un mundo feliz y 1984- se plasma en viñetas a manos de Michael Lark, que aquí realiza un trabajo -en palabras de Howard Chaykin, el autor de Black Kiss y American Flagg!, y al que se homenajea fugazmente dándole su apellido a un peep show- "quizá demasiado sofisticado para el público actual". El público actual era el de la época que va de julio de 1996 a marzo de 1997, cuando se publicó en Estados Unidos la serie limitada original de 9 números que recoge el presente volumen. A día de hoy, el estilo de Lark (y de otros dibujantes de trazo similar: Sean Phillips, Alex Maleev, Michael Gaydos, nuestro David Aja) ha entrado con fuerza en un mainstream al parecer (y con toda lógica y razón) cansado de los "excesos Image" de Jim Lee, Rob Liefeld, Michael Turner y compañía.



Aunque se pierda el carácter serial y los finales cliffhanger de cada episodio, la experiencia de leer hoy Terminal City de una sentada, como permite la nueva edición de Planeta, es una verdadera gozada, y solo puede provocar dos cosas: primero, entender por qué la miniserie fue premiada en los Premios Eisner y Harvey de 1997; y segundo, esperar que la editorial se decida a publicar como en su día hizo Norma también su secuela, Terminal City: Aerial Graffiti, lo antes posible.



Otro cómic, si bien este inédito hasta ahora, del que podría decirse que pierde la posibilidad de desarrollar un suspense entre entrega y entrega al publicarse estas en un solo tomo, es Ciudad 14, de los franceses Pierre Gabus y Romuald Reutimann, también editado este año por Planeta. Se trata de una obra, al menos esta "Primera Serie" publicada en España, espléndida, y que merece más atención y éxito del que aparentemente ha tenido. Esperemos sirvan estas líneas para, aunque sea solo un poco, renovar el interés por este título y posibilitar así que la futura continuación vea la luz en nuestro país.



Este carácter serializado se aprecia en los doce títulos de los otros tantos capítulos que incluye el tomo: "¿Es usted anarquista?", "La Torre Bambell", "Contacto con el más allá", "Pelea en los muelles", "Krapal el crápula", "El antes y el después de Tigerman", "Conquistas", "El curioso pasatiempo del comandante Bigoodee", "Esfuerzo vano", "El dolor de la pérdida", "El pasado de Héctor" y "Sálvese quien pueda". Se trata de doce episodios ambientados en un universo paralelo donde, a diferencia de títulos como Blacksad de Canales y Guarnido, Orn de Quim Bou o Solo de Óscar Martín, los animales antropomórficos conviven con seres humanos de apariencia normal, y donde la cuestión racista parece relegada, al más puro estilo District 9, para los extraterrestres que conviven como pueden con los anteriores.



Estamos en un mundo donde las ciudades ya no tienen nombre, sino que aparecen numeradas: a la Ciudad 14 llegan un grupo de inmigrantes de entre los que el relato elegirá centrarse en un elefante que a partir de un equívoco, como el que bautizó a aquel niño como Vito Corleone al llegar a América en El Padrino II, será llamado Michel Elizondo. Este elefante, que como pronto veremos oculta un pasado detrás, se verá inmerso por casualidad en una serie de peripecias que lo llevarán a entablar amistad con un castor periodista y a engrosar -nunca mejor dicho- las filas de la redacción del Telegraph, el periódico más importante de la localidad.



En este primer arco argumental de Ciudad 14, que sigue terminando con un cliffhanger apabullante, conoceremos a buena parte de los habitantes de la ciudad, empezando por Vanita -que pronto desarrolla un interés sentimental por Michel-, sin olvidar al comandante Bigodee o a Tigerman, el superhéroe más admirado de la ciudad pero cuya vida privada no parece ser del todo trigo limpio. Sí, Gabus y Reutimann se permiten introducir elementos superheroicos en un pastiche que, como Terminal City, aúna con acierto elementos de distintos subgéneros sin que el lector aprecie discordancia molesta alguna.



Así, este relato -que, como Terminal City, bebe de la literatura de Orwell, si bien aquí el referente es la fábula Rebelión en la granja- se mueve entre el dibujo costumbrista de una urbe como representación de lo que debe ser una nación en la que, como suele decirse, en todas partes cuecen habas, donde la lucha de clases no solo permanece vigente sino que es más cruenta que nunca, y donde cada ciudadano sobrevive como puede. De esta forma la trama se desarrolla en ambientes vistos en filmes protagonizados por periodistas (Mientras Nueva York duerme de Fritz Lang) o por estibadores (La ley del silencio de Elia Kazan), no digamos ya por gángsters y ladrones (que si Los violentos años 20 de Raoul Walsh, que si La jungla de asfalto de John Huston), y donde conviven jueces incorruptibles, millonarios filantrópos, periodistas carroñeros y policías de porrazo fácil.



Por su parte, y en una época donde siguen primando los tebeos en los que 24 páginas apenas dejan lugar para una acción escasa y todavía menos diálogos, y solo importa epatar al lector con la (supuesta) espectacularidad del dibujo y la (supuestamente impactante) composición de las viñetas, resulta un placer leer un relato como el de Ciudad 14, narrado con sobria maestría por el lápiz de Ronald Reutimann, y del que esperamos con ansia la anunciada continuación. Otro elemento más, dicha sobriedad, en común con Terminal City, obra con la que Ciudad 14 conforma un programa doble ideal para viajar por ciudades que de otro mundo nunca podríamos visitar.


Título: Terminal City
Autores: Dean Motter (guión) / Michael Lark (dibujo)
Editorial: Planeta de Agostini Comics
Fecha de edición: agosto de 2009
232 páginas (color) - 16,95 €


Título: Ciudad 14 (Primera serie)
Autores: Pierre Gabus (guión) / Romuald Reutimann (dibujo)
Editorial:Planeta de Agostini Comics
Fecha de edición: marzo de 2009
280 páginas (b/n) - 14,95 €


[Fotografía: Michael Lark (dcha.), junto al autor de este vuestro blog, en la Semana Negra de Gijón. © Zeki.]

3 comentarios:

  1. Anónimo9:12 a. m.

    Como ya estaba sobre aviso, tomo buena nota. Es más, para no ser cansino y tenerle que preguntar de vez en cuando por cosas para leer, acabo de abrir una carpetita la mar de mona en el Google Docs con el nombre "Tebeos recomendados".
    Organizado que es uno.

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  2. Pues sume también HABLANDO DEL DIABLO de Beto Hernandez (La Cúpula). Busque en este mismo blog, y tome buena nota de lo dicho en él. Y luego hablamos.

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  3. Buf, lo que he disfrutado con estos 2 tebeos y eso que terminal city ya lo había leido hace años. La segunda mini me gustó mucho menos, supongo que porque una vez conoces el ambiente de la city el que te lo sigan contando no tiene mucho interés. Al segundo de cite 14 sí que le tengo ganas.

    ¿En libro conoces algo por el estilo?

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