Esta mañana desayunaba con la triste noticia del fallecimiento de Maurice Jarre, uno de los compositores más importantes de la historia del cine, autor de bandas sonoras tan recordadas como las de Lawrence de Arabia -por la que ganó su primer Oscar- o Ghost, una película por cierto que pese a su descomunal éxito merecería estar con todos los honores en esta sección de "Bodrios que hay que ver"... Y es que hay que ver cómo odio a Whoopi Goldberg.
Pues hete aquí que anoche, cuando todavía no tenía noticia de la triste ídem, estuve viendo una película con banda sonora de este gran autor... aunque, la verdad, menudo homenaje involuntario que le hice: la película en cuestión era una producción tan infausta como Guerreros del sol, estrenada en el ya lejano 1986.
Algunas películas de la década de los 80 han envejecido bastante bien; los títulos con los que muchos nos criamos pueden volverse a ver hoy en día sin que se nos caiga la cara de vergüenza: las entregas segunda y tercera de las sagas de Star Wars e Indiana Jones, Gremlins, Cazafantasmas, Los Goonies o Regreso al futuro -sobre todo esta última, que todavía me parece una obra maestra del cine fantástico- siguen siendo estupendas muestras de cine familiar, todas ellas muy dignas, con las que puede disfrutar un público adulto. Lamentablemente, este no es el caso de Guerreros del sol.
Y es que en su día un título como Guerreros del sol, para qué engañarnos, molaba lo suyo... sobre todo gracias a ese cartel tan ochentero, tan en la línea de los trabajos de Drew Struzan, que podía recordar a las aventuras del arqueólogo Henry Jones Jr. o a filmes como Mad Max III. Pero si hubiéramos sabido algo de inglés y supiésemos que el film que nos ocupa en realidad se titulaba Solarbabies, un título que recuerda más bien a Los Lunnis, igual no nos habría molado tanto.
La película está ambientada en un futuro distópico, donde el tiempo se cuenta ya de otra manera -ronda el año cuarenta y tantos-, el planeta es un gran desierto y el agua está bajo el control de un gobierno fascista que tiene a los adolescentes más rebeldes en reformatorios que no son sino prisiones gobernadas bajo el régimen severísimo de sus directores y alcaides, que ríete tú de Prison Break.
Un grupo de estos adolescentes juegan a una violenta variante del hockey para pasar los ratos libres -un remedo, claro, de lo visto en Rollerball de Norman Jewison-, mientras que un niño que ejerce de mascota del grupo y que es sordo -quién lo diría, viendo el tamaño de sus orejas- encuentra una bola que brilla, que tiene nombre -o eso dicen- y que le cura su sordera. Esta bola será la culpable de que el niño decida fugarse, para que, acto seguido, el resto de sus amigos huyan en busca del anterior.
Para liarlo un poco más todo, entre los internos se encuentra un joven taciturno que habla muy poco -porque es taciturno, ya lo hemos dicho-, que dibuja símbolos mágicos en la arena y que siempre está acompañado por un búho. Así no resulta extraño que no se trate del individuo más popular del centro... Por cierto: los seguidores de la serie Héroes reconocerán debajo del maquillaje y los ropajes al más puro estilo Duran Duran o Spandau Ballet a Adrian Pasdar, el mismísimo senador Nathan Petrelli, con veintipico años menos.
Obviamente, los protagonistas principales del film son la mentada pandilla de adolescentes, liderados por Jason Patric y Jami Gertz -él en su debut en la gran pantalla-, una pareja romántica que al año siguiente repetiría en una película fantástica y juvenil mucho mejor que esta: la vampírica Jóvenes ocultos de Joel Schumacher. Junto a ellos pueden verse, entre otros, a un juvenil James LeGros y al pequeño Lukas Haas, el niño que un año antes sorprendió a propios y extraños en Único testigo junto a Harrison Ford, y que aquí, gracias a sus orejas sin igual, parece un cruce entre los niños del Paracuellos de Carlos Giménez y un seiscientos con las puertas abiertas.
Como siempre, los villanos de la función son lo más atractivo del film, y eso que en realidad tampoco hacen nada del otro mundo: el veterano Charles Durning es el director del internado, y apenas sale en una secuencia; Sarah Douglas, que venía de ser la mala de Superman II, aparece poco más y no sé sabe muy bien a cuento de qué; y, sobre todo, el malogrado Richard Jordan ejerce de militar malvado y sádico que persigue incansablemente a los Solarbabies en cuestión -menudo nombre- y al final paga por su iniquidad.
En fin... Guerreros del sol es una tremebunda ordinariez producida por la factoría de Mel Brooks que, de tan ridícula, da más risa que muchas de las comedias dirigidas por aquel. El director de la misma es Alan Johnson, coreógrafo de algunos títulos de aquel -Los productores, Sillas de montar calientes, La loca historia del mundo- que debutara como realizador tres años antes con Soy o no soy, aquel remake suicida del clásico Ser o no ser de Ernst Lubitsch que produjera y protagonizara el mismo Brooks. Pero para dato marciano, destacar que el guión de esta nadería lo firman al alimón el debutante Douglas Anthony Metrov... y nada más y nada menos que Walon Green, guionista de Grupo salvaje de Sam Peckinpah, que se ve que se había hecho mayor y se le había ido la pinza. Porque si no no se entiende.
Bueno, en realidad no se entiende casi nada a la hora de justificar que se rodaran películas como esta, como no fuese unas vacaciones pagadas en España, que fue donde se filmó esta... cosa. Y hasta aquí hemos llegado.
Este... que a mi me gustó, y eso... claro que tenía 5 años en aquel entonces, ¿puedo alegar enajenación mental?
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