José Mojica Marins tiene bastante predicamento entre los aficionados al cine fantástico más cutre y psicotrónico, entre los que como bien sabrán me cuento sin remilgos ni vergüenza alguna. Yo mismo vi hace muchos años una película de las de antaño protagonizadas por su emblemático 'Zé do Caixao' (esto es, 'José del Ataud'), el enterrador siniestro y taciturno al que interpreta el propio realizador, y no me disgustó del todo. Eso sí, no me pregunten cuál era porque todas hacen gala de títulos bastante estrambóticos -A medianoche me llevaré tu alma, Esta noche poseeré tu cadáver, Delirios de un anormal (pedazo de sic)- y todas acaban pareciéndome iguales.
Pero hete aquí que con el paso de los años he vuelto a darle una oportunidad gracias a su último trabajo, Encarnaçao do demonio, la película que el pasado año supuso el regreso por la puerta grande del que para los brasileños es como para los norteamericanos Bela Lugosi o para nosotros Jacinto Molina, aka Paul Naschy. Solo esta consideración explica el reciente premio a la Mejor Película del Jurado Jove en el festival de Sitges. O eso, o es que el jurado era verdaderamente jove y no pasaba de los seis años de edad (mental).
Porque qué quieren que les diga... Menudo engendro, oyes. Estamos ante una de las películas más aburridas de todos los tiempos, en dura competencia con aquella de Andy Warhol que mostraba a alguien durmiendo y que duraba once horas, y creo que la de Mojica Marins acaba ganando por poco. Porque Encarnaçao do demonio es un tostón de mucho cuidado, que cuenta con una anécdota banal a más no poder, y que no pasa de ser una mera excusa para volver a pasear el uniforme apolillado, el sombrero a juego y las uñas más largas del cine de terror -más aún que las cuchillas de Freddy Krueger, y eso que estas eran artificiales-, y a ver si podemos seguir viviendo de las rentas.
Veamos ante qué nos encontramos exactamente: al principio del film Zé do Caixao se encuentra encerrado bajo llave, pero no recuerdo muy bien por qué consigue liberarse... A partir de ese momento, y en compañía de un particular Sancho Panza satánico, paseará su oscura figura por las calles de Sao Paulo mientras recluta a varios seguidores que le adoran como a un profeta.
Este deambular de Zé por el Brasil contemporáneo sirve, por un lado, para que Mojica Marins realice una crítica del chapucero estado de las cosas en su país hoy en día, y por otro para llevar a cabo un patético intento de ponerse a la altura de realizadores místicos y visionarios como Federico Fellini o Alejandro Jodorowsky, aunque finalmente no le llegue ni a la suela del zapato al autor de Fando y Lis o El Topo, no digamos ya al genio que firmó joyas como La Strada, 8 y 1/2 o Amarcord.
Por otra parte, el film se permite algo de gore para tener contento a los espectadores de nuevo cuño, mientras que a los mitómanos se les satisface incluyendo algunas escenas de películas clásicas -por no decir anticuadas- del realizador, con la excusa de que anteriores víctimas de Zé lo visitan a modo de ánimas en pena para atormentarle -sí, las presencias pueden recordar a Giulietta de los espíritus; seguimos sableando a Fellini-... Si bien la razón real, que no se le escapará a nadie, es alargar como sea la trama del film para alcanzar los 90 minutos de rigor.
En fin... Encarnaçao do demonio es una pesadilla para olvidar. No se dejen engañar por el (¿inmerecido?) prestigio del realizador, y dediquen su tiempo libre a disfrutar del arte de verdaderos genios del género (el cine cutre, no el fantástico), como Ignacio F. Iquino, Pedro Lazaga, Javier Aguirre o el nunca lo suficientemente ponderado, por mucho Goya que le den, Jess Franco. Me lo agradecerán eternamente. O por lo menos un rato.
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