jueves, 19 de febrero de 2009
Un hombre en la oscuridad: Historia de un suicidio innecesario
Teníamos una cuenta pendiente con las novedades editoriales aparecidas durante el pasado año, una cuenta pendiente que tenía nombre y apellido: Paul Auster. Desde que lo descubrimos con La trilogía de Nueva York, tres novelas cortas que todavía hoy nos parecen su obra maestra indiscutible, cada nuevo libro de su autor se ha convertido en una cita inexcusable con un universo tan apasionante como inquietante, tan realista como metafórico, metaliterario y postmoderno en el mejor sentido de ambos términos.
Allá por septiembre se publicaba Un hombre en la oscuridad, novela de la que adelantábamos el comienzo y de la que después de varios compromisos pendientes hemos podido dar buena cuenta. Y el veredicto final es que estamos ante otra estupenda narración de Auster, que hace gala de muchos de los aspectos antes destacados que han convertido la prosa de su autor en algo tan reconocible y apreciable, pero que al mismo tiempo pueden hacernos sospechar que vive un período de estancamiento del que esperamos logre salir evolucionando a algo ligeramente distinto.
Un hombre en la oscuridad se nos antoja, y es algo que el propio Auster ha reconocido en más de una entrevista, una novela hermana de la inmediatamente anterior Viajes por el scriptorium (para el que esto suscribe, ligeramente inferior en calidad a la que nos ocupa). Como en aquella, el protagonista de la historia es un anciano al que le gusta escribir, pero si aquel padecía de amnesia y quería por encima de cualquier otra cosa recordar, August Brill en cambio lo recuerda todo y pretende olvidarlo; particularmente, la muerte de su esposa, que junto a las desgracias de sus familiares -la separación de su hija, la muerte del novio de su nieta como daño colateral en un conflicto en el Oriente Medio- lo ha sumido en una fuerte depresión.
Por si esto fuera poco, Brill ha sufrido un accidente de coche y se ve obligado a recuperarse lentamente en casa de su hija y su nieta, en Vermont. Pasa las tardes viendo clásicos del cine -Vittorio de Sica, Satyajit Ray, Jean Renoir- con su nieta, y en la oscuridad de la noche el imsomnio amenaza con no dejarlo descansar. La única vía de la que dispone para evadirse de los amargos recuerdos es inventar historias, escribirlas mentalmente como fuga de una realidad que se le antoja inaguantable.
Paradójicamente, Brill nunca ha sido escritor de ficciones: su relativa fama le viene por su faceta de crítico, de autor de muchísimas reseñas en diversas publicaciones y webs, nunca se ha decidido a escribir una novela, y su intento de narración medianamente extensa se quedó en eso, en un intento, además de pertenecer al ámbito de la no ficción (se trata de sus memorias, que nunca llegó a dar por terminadas). En cambio, por la noche, mientras padece de dolores que los calmantes no pueden menguar del todo, Brill escribe...
Y escribe la historia de Owen Brick, un joven mago en quien Auster proyecta la amnesia del escritor de Viajes por el scriptorium: Brick despierta en mitad de la oscuridad, en el fondo de lo que parece un profundo foso, y no recuerda cómo ha llegado hasta allí. Acto seguido hace acto de presencia un militar, el sargento Serge, que le ayuda a salir y le informa de que América está inmersa en una segunda guerra civil. Estamos pues ante una ucronía al particular estilo de Auster, una ucronía de ficción narrada dentro de una ficción como si de un juego de muñecas rusas se tratara: el presidente de la nación sigue siendo George W. Bush, pero los atentados del 11-S -presentes al final de Brooklyn Follies, una novela más tradicional de Auster- y la guerra de Irak no han tenido lugar. En cambio, los Estados Unidos combaten desde hace tiempo contra ellos mismos. Y es en ese marco que Brick recibe una misión que no puede rechazar: asesinar a un tal Blake, o Block, o Black, un hombre que está inventando esa guerra a la que solo podrán poner fin si el demiurgo muere.
Como imaginará el lector, este Blake, o Block, o Black, no es otro que August Brill, el autor de la novela dentro de la novela, que busca poner fin a su dolor con una suerte de suicidio artístico mediante el método de ser asesinado por su propia creación. Algo que finalmente se le antojará innecesario, conforme haya madurado en compañía de los suyos, compartiendo su historia, sus orígenes, el relato de su relación con las distintas mujeres que han pasado por su vida, a modo de cuento oral con su nieta. Y es que Auster nos cuenta, entre otras muchas cosas, que el proceso de crecer como persona solo se detiene con la muerte.
En resumidas cuentas, Un hombre en la oscuridad satisface porque da al seguidor de Auster lo que este quiere: una narración que se desarrolla de forma natural -algo de indudable mérito tratándose de una metaficción- y que atrapa su atención desde un primer momento, pero que como señalábamos al principio provoca en ocasiones la molesta sensación de ser, de nuevo, más, demasiado más, de lo mismo. Ahora toca esperar su nuevo libro, del que Auster solo ha adelantado que su protagonista será un adolescente y que será bien distinto de sus dos últimas novelas y, en general, de otros títulos de su ya larga bibliografía. Esperamos, esperanzados, sorpresas gratas.
Un hombre en la oscuridad
Paul Auster
Barcelona, Anagrama, 2008
208 pp. - 17 €
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