martes, 3 de febrero de 2009

Bodrios que hay que ver: El templo del oro

Mucho antes de que se estrenara Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal y nos fastidiara las cuentas, la saga de Steven Spielberg y George Lucas era una trilogía con todas las de la ley; y, por añadidura, una trilogía que en los años 80 hizo mucho daño a la historia de la cultura occidental. Y no es que las películas protagonizadas por el doctor Jones fueran malas, todo lo contrario; pero tuvieron tanto éxito que las imitadoras empezaron a brotar como setas, y la mayoría de ellas lo hicieron para escarnio del personal.



La película que ahora nos ocupa, El templo del oro, fue una de ellas. Y la hemos elegido por encima de otras de su calaña -las de Michael Douglas y Kathleen Turner, las de Richard Chamberlain y Sharon Stone, la de Tom Selleck de la que nadie se acuerda ya-, aparte de por la nada irrelevante razón de que la hemos comprado hace nada en el Alcampo por tres míseros euros, por la gran estrella que la protagoniza. Y esta no es otro que Chuck Norris, el auteur que está detrás de maravillas como Fuerza 7 o Invasión USA , y que no es la primera vez que nos visita: El héroe y el terror, otra de sus más grandes obras maestras, ya fue comentada en esta vuestra simpática sección favorita.



La película que nos ocupa, de título original Firewalker (esto es, "El que camina por el fuego"; no me digan que el español El templo del oro no mola muchísimo más), fue dirigida en 1986 por el ya fallecido J. Lee Thompson, que en ese mismo año filmaba otro título que ya hemos comentado aquí: La ley de Murphy, a mayor gloria de Charles Bronson. Desde luego, el director tuvo un año de lo más provechoso: efectivamente, pocos pueden presumir de trabajar en una misma temporada con dos estrellas de la talla de Norris y Bronson como este veterano realizador, autor de películas importantes como Los cañones de Navarone, El cabo del terror o El oro de Mackenna, todas con Gregory Peck, o la muy recuperable La reencarnación de Peter Proud, esta ya sin Gregory Peck porque Gregory Peck estaría liado con otra cosa.



Pero hete aquí que Thompson, en los últimos años de su carrera y por un motivo tan prosaico como que de algo hay que vivir, se especializó en subproductos para la Cannon Films de Menahem Golan y Yoram Globus -productora de infausto recuerdo a los que hay que agradecer la existencia de grandes películas de la historia del cine de la talla de Masters del Universo, Cobra o Yo, el halcón-, despidiéndose de la realización con otro film de su amigo Bronson: la curiosa Kinjite.



Pues bien... Para la ocasión, la Cannon arropó al bueno de Chuck Norris con otras dos estrellas de la década hoy bastante olvidadas: Lou Gossett Jr. y Melody Anderson. El primero vivió su época de esplendor al ganar el Oscar como Mejor Actor de Reparto por Oficial y caballero, pero gracias a la saga Águila de acero y demás mediocridades fue sepultando poco a poco sus posibilidades de ir más allá. Por su parte, Melody Anderson fue nada más y nada menos que Dale Arden, la heroína del Flash Gordon aquel que dirigió Mike Hodges con Max von Sydow como el avieso emperador Ming y canciones pegadizas (en el sentido de que te pegaban una buena bofetada cuando las oías) de Queen.



Pero vamos a lo que vamos... La película empieza con Norris y Gossett allí donde sus detractores más acérrimos siempre quisieron verlos: atados a unas estacas clavadas en mitad del desierto y a los pies de un chino muy malo. Estos dos actorazos interpretan a Max Donigan y Leo Porter, una pareja de aventureros que malviven de las pocas reliquias arqueológicas que consiguen en sus múltiples peripecias, y que aunque no tienen demasiado éxito en su oficio viven la mar de contentos porque lo que les gusta de verdad es la emoción de la aventura (sí, son así de simplotes). Lo que no saben ambos es que van a vivir la mayor aventura de todas de la mano de una atractiva joven (la citada Melody; no confundir con la cantante adolescente del gorila que bailaba), la cual los va a embarcar en un periplo por las selvas amazónicas en busca de un fabuloso templo maya o azteca o así repleto de oro.



En su odisea, los dos granujas y la joven intrépida las pasarán canutas, y hasta se tendrán que disfrazar de curas y monja al más puro estilo de comedia de Howard Hawks. Precisamente del sentido de la aventura del firmante de Sólo los ángeles tienen alas quiere tener bastante esta producción: para empezar, es todo un canto al amor fraternal entre hombres por encima del amor romántico junto a la mujer, aunque de esto y de la consabida batalla de sexos también hay un poco. Pero claro, El templo del oro se queda a medio gas.



El argumento de la película carece por sí mismo de todo interés, pero el film se deja ver por el humor blanco que destila -vamos, que es un film ideal para Sesión Matinal o Sesión de Tarde de cualquier sábado-, así como por la patente torpeza de sus guionistas a la hora de dar entidad a unos personajes tópicos a más no poder, unas situaciones archisabidas y unos chistes predecibles. Pero eso de que el personaje de Norris no sea capaz de acertarle disparando con un revólver a un transatlántico pero sea un hacha con el cuchillo (qué raro suena esto) tiene su aquel.



Antes de terminar hay que señalar que El templo del oro cuenta, a modo de secundarios, con dos actores indios: Will Samspon (el de Alguien voló sobre el nido del cuco) y Sonny Landham (el olfateador de Depredador), este último como villano de la historia; así como con John Rhys-Davies, un actor que de esto del cine de aventuras sabe bastante: salió en la primera aventura de Indiana Jones, luego colaboró con el propio Lee Thompson en Las minas del Rey Salomón -otro bodrio como la copa de un pino-, y que finalmente fue el enano Gimli en la trilogía de El Señor de los Anillos. Lo que no sé es cómo lo hicieron más bajo, si con efectos especiales infográficos o cortándole de cuajo por las rodillas. Por cierto, aquí Rhys-Davies interpreta a un ex compañero de aventuras de Donigan / Norris que ha acabado convertido en un líder mesiánico al estilo del coronel Kurtz de El corazón de las tinieblas (o Apocalypse Now, claro).



En fin: eso es El templo del oro y poco más. Estamos ante una película decididamente mediocre, pero que gustará a los que disfruten pasando una sesión matinal entretenida en plan encefalograma plano, y que interesará a los jovenzuelos que quieran comprobar cómo la estrella de Walker Texas Ranger no es flor de un solo día; algo así necesariamente tiene un bagaje detrás.



Ah, y al final sale otra vez el chino malo del principio, para hacer su gracia y tal, como Dios manda...

6 comentarios:

  1. Que grande esta película ¿Para cuando un remake con Brendan Fraser y Samuel L. Jackson? Total, para lo que andan haciendo ultimamente, tampoco iban a cambiar mucho de nivel...

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  2. Por cierto, que viendo la foto del chino con las botellas esas de fondo... vaya pinta de bareto español que tiene.

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  3. J. Lee Thompson, el artesano definitivo.

    La peli tiene una pinta infame.

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  4. Anónimo8:10 p. m.

    Un clasico de Chuck, que nada tiene que envidiarle a las de National Treasure salvo el presupuesto, claro.
    Y en la peli sale si mal no recuerdo el numero uno de Psi/force del nuevo universo marvel.
    P.D.> Hoy me voy a quitar la espinita de no haber visto ninguna de la saga Porkys...que ilu, espero que sea un buen bodrio

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  5. Recuerda ud muy bien, ese PSI FORCE es una de las lecturas del villano indio. Todo un guiño freak, y muy bien traído.

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  6. Anónimo10:22 p. m.

    Al negro le dobla el actor que dobla a Homer simpson

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