Pues hete aquí que como un servidor no solo es un cinéfilo particularmente completista, sino también un cinéfago obsesivamente nostálgico, el inminente estreno del remake de Viernes 13 (véase el trailer) que acaba de filmar Marcus Nispel me ha llevado, primero, a revisar la cinta original de Sean S. Cunningham que en 1980 no pasaba de ser, en principio, un intento de aprovechar el tirón comercial de la muy superior La noche de Halloween de John Carpenter... y cuyo descomunal éxito pilló por sorpresa a todo el mundo; y, después, a vernos en la enfermiza autoimposición de revisar toda la saga, probablemente la más longeva del cine de terror reciente, que alcanza hasta Jason X -esto es, la décima entrega de más de lo mismo, pese al cambio de título- y que incluye un crossover con el amo de los sueños de Elm Street en la muy entretenida, todo un bodycount de los de antes, Freddy contra Jason.
Aquellos que conozcan un poco la saga protagonizada por Jason Vorhees, el bello y simpatiquísimo efebo que convirtió el campamento de verano de Crystal Lake en una masacre sin parangón, sabrán que todas las películas de la franquicia, en el fondo, se parecen entre sí como fotocopias de última generación. Y por tanto podrían preguntarse por qué hemos decidido incluir en esta sección de los martes precisamente esta tercera entrega, y no la inmediatamente anterior (como esta, también dirigida por Steve Miner), o la quinta, la séptima o la novena.
Pues la respuesta es muy sencilla: por las tres dimensiones. Sí, amigos míos, en su día la novedosa propuesta de este Viernes 13. Parte 3 no era otra que ofrecerla con el efecto en 3D para que, como si de una proyección de William Castle se tratara, el público asistiera al visionado con sus gafas de cristales -en realidad, papel celofán- rojos y azules y convertir así el pase del film en todo un happening divertidísimo y muy cachondo.
Pero no nos engañemos: el efecto de las tres dimensiones, más allá de que no siempre está todo lo conseguido que debiera, no es capaz de salvar un guión ramplón, una dirección anodina y unas interpretaciones de tres al cuarto. Por ello, películas como Los crímenes del museo de cera de André de Toth (el cual, mira tú por dónde, era tuerto y no podía apreciar los efectos tridimensionales de su propio trabajo: el mundo del cine nunca ha sido tan cruel), no son buenas por ser en 3D, sino además de, o incluso a pesar de. Son buenas porque sí, porque lo son, más allá de que las zarpas del asesino o los ojos desorbitados de su víctima se salgan de la pantalla o no.
Además, cuando se revisita una película en 3D hoy y en formato doméstico, el efecto tridimensional se pierde, y todas aquellas secuencias pensadas precisamente para lucir semejante adelanto técnico quedan horriblemente desfasadas e inapropiadas. Tanto, que convierten una película como esta entrega de Viernes 13 en un recital de cosas y objetos, a cual más peregrino, que hacen por intentar salirse de la pantalla sin conseguirlo y sin ningún propósito narrativo claro.
De esta forma, ver hoy día y en casa Viernes 13. Parte 3 supone una experiencia cercana al surrealismo que habría hecho las delicias de André Breton, Luis Buñuel o Marcel Duchamp, y en la que el espectador acaba entreteniéndose más en descubrir qué planos eran los pensados para apreciarse especialmente en 3D que en seguir la acción de la cinta... y que, aclaramos para quitárnoslo de encima de una vez por todas, es la de siempre: un grupito de adolescentes con una de ellos a la cabeza, superviviente de un encuentro con Jason en el pasado -y que los guionistas se sacan de la manga, pues no había aparecido en las dos entregas anteriores-, regresan a Crystal Lake para ir muriendo en su mayoría a manos del hijo de la también difunta señora Vorhees.
Llegado este punto, es momento de efectuar un repaso de lo que puede verse "salir de la pantalla" y violentar la percepción visual del sufrido espectador: además de los créditos, que ríete tú de los de Superman, empecemos por las consabidas armas que emplea Jason o sus víctimas, y que pasan por las habituales -el machete, el hacha- y por otras más particulares: un arpón, un atizador al rojo vivo, una horca...
Pero lo más divertido, curioso y absurdo es que podemos ver también un palo para tender ropa, un bate de béisbol, un fajo de heno... manzanas y naranjas con las que un par de futuras víctimas de Jason hacen ejercicios de malabares... un porro... el ojo de un carnero muerto... un molesto yoyó... una macarra negra balanceándose de una cuerda... vamos, de todo un poco.
En fin, toda una retahíla de objetos, de más cosas que en botica, y que ustedes han podido disfrutar a modo de apartado gráfico de estas notas. A continuación, unos pocos más, algunos de ellos deliciosamente marcianos:
En fin, una marcianada de proporciones insospechadas hasta para sus propios artífices, pero que logrará gracias al anodino e inservible 3D arrancarle alguna que otra sonora carcajada. ¿Y qué más se le puede pedir a un bodrio de esos que hay que ver?
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