Después de dos semanas (esta y esta otra) en las que por problemas técnicos ya solventados no pudimos ofreceros una entrega digna de esta selección de películas indignas, hoy volvemos con estos "Bodrios que hay que ver". ¿Y por qué hay que verlos? Pues porque lo digo yo, simple y llanamente.
Y volvemos por la puerta grande, con Extremities (La humillación), una película de Farrah Fawcett en la que la ex Ángel de Charlie intentaba demostrar que era una buena actriz dramática y mucho más que un rostro bonito. ¿Lo consiguió? Pues no se le dio mal del todo, pero el asunto tampoco quedó como para tirar cohetes de alegría...
Pero volvamos atrás en el tiempo: Extremities ha pasado a la educación sentimental de un servidor como una de las primeras cuatro o cinco películas que mi progenitor trajo a casa una vez tuvimos vídeo donde verlas (en realidad ni siquiera era un vídeo, sino uno de aquellos reproductores de cintas VHS que las reproducían pero que no podían grabar). Por cierto, las dos primeras películas que llegaron a casa fueron La mitad del cielo de Manuel Gutiérrez Aragón y la zetosa Gymkata -una cinta que aparecerá en esta sección cuando menos se lo esperen-. Para que vean lo eclécticos que éramos por aquel entonces...
En aquella época, Extremities se convirtió en una película rodeada de una aureola mítica: por un lado, se sabía que trataba de un tema serio -la violación de una mujer, o al menos el intento- y para mayores, por lo que no nos dejaron verla; por otro lado, incrementando todo lo anterior, estaba nuestro desconocimiento del idioma inglés: no leíamos el título como "Estremitis", sino directamente como "Extremities", y no me digan que dicho así con todas las letras no suena raro del demonio...
Pero vamos a lo que vamos, que se nos va la pinza: Extremities empieza con unos títulos de crédito que nos muestran a un misterioso motorista -sí, otro, como en Timerider y Pesadilla en la playa- de paseo nocturno, mientras una rubia juega al squash. Acto seguido llega la mejor escena de la película -imagínense cómo será el resto-, en el que rodado en modo subjetivo vemos cómo el motorista y futuro agresor sexual acecha a la que se va a convertir en su víctima. Con esta escena Brian de Palma habría hecho virguerías, pero aquí el realizador del film, Robert M. Young -que cuenta con un currículo del que no vale la pena destacar nada-, se limita a cumplir con lo justo.
Y luego... la nada. Les resumo: el susodicho intenta abusar de la susodicha, pero esta logra escapar y acude a la comisaría a poner una denuncia. Dado el escaso caso que le hacen allí, opta por dejarlo pasar. Y pese a la preocupación que le provoca el hecho de que el agresor se haya quedado con su cartera y su documentación y sepa dónde vive, vuelve a su casa como si nada.
Una semana después, y como no podía ser de otra forma, el agresor aparece por la casa de la víctima (¿qué esperaban a estas alturas? ¿Originalidad? ¿Lógica? Por favor...), que además está lo bastante aislada como para que nadie les interrumpa y donde la buena mujer se deja la puerta abierta tranquilamente. Y es entonces que empieza un juego del gato y el ratón en el que al principio el tipo es el gato y ella el ratón -está a punto de violarla, pues es un tipo de ideas fijas-, hasta que las tornas se dan la vuelta y él pasa a ser... bueno, pues eso, al revés.
El resto del film es directamente soporífero, y no puede disimular que detrás de su intento por tratar un tema importante -la incapacidad de la ley y la justicia para castigar a quienes lo merecen, lo moral o inmoral de tomarse la justicia por la propia mano, y otras zarandajas similares- no hay más que lo expuesto al principio: un vehículo de exclusivo lucimiento para una actriz hasta la fecha encasillada en productos más livianos y que aquí intenta cosechar premios por doquier. Ni que decir tiene que no lo consiguió.
Por cierto: al parecer la película está basada en una obra de teatro del mismo nombre escrita por William Mastrosimone, encargado aquí de adaptarla él mismo al cine, en una versión seguramente que muy fiel -se nota el origen teatral al contar con pocos personajes y casi un escenario único-, y que me hace pensar que la obra original también debía ser un bodrio (teatral) que merece ser visto, aunque sea para desquitarse pataleando y lanzando tomates a los actores... Cosa que no voy a hacer ni loco contra mi monitor de plasma recién reparado, faltaría más.
Y sí, esta imagen no es otra cosa que el escenario principal de Extremities representado con figuras de Lego, con el violador encerrado en la chimenea y todo. No me pregunten qué clase de persona se entretiene haciendo estas cosas porque no lo sé ni tengo ganas de averiguarlo.
No voy a entrar en discutir que la película no es ningún bodrio y me voy a limitar a recordarle al que ha escrito el artículo que Farrah Fawcett estuvo nominada al Globo de Oro a mejor actriz de drama nada menos
ResponderEliminarHace bien en no entrar a discutir algo tan subjetivo y que depende del gusto de cada uno; al margen de ello, me limitaré a comentarle que una nominación a cualquier premio no es garantía de nada; y que hay interpretaciones no ya nominadas, sino premiadas con Globos de Oro, Oscars y demás premios del sector, en películas que pueden parecernos bodrios con todas las letras de la palabra. Vaya, que no me parece argumento para defender la calidad de la película, que en su momento me pareció ínfima.
ResponderEliminarSaludos y gracias por la visita y el comentario.